LA GRAN CAPACIDAD TRANSFORMADORA DEL AMOR.
Por Rosalía Romero
«No hay una fecha más indicada que hoy, 14 de febrero, Día de las Personas Enamoradas, para reivindicar una vez más la implementación de una materia con contenido en educación afectivo-sexual que eduque a las futuras generaciones para gestionar esa compleja necesidad de amor, cuyo miedo a la pérdida contribuye a resistir en relaciones en las que el maltrato está presente».
El amor es una necesidad básica de los seres humanos tan profunda que para comprenderlo en toda su extensión admite explicaciones teriomórficas, es decir, analogías con otras especies animales; por ejemplo, en lo relativo a la importancia del vínculo amoroso, para lo cual el lazo umbilical es un primer dato no desdeñable en modo alguno. A la especie humana se le suma, además, la neotenia, el periodo de dependencia de progenitores u otras personas sin cuyo cuidado, durante un periodo de tiempo que se cuenta en años, no se consigue la capacidad de independencia. O, dicho de otro modo, en los seres humanos la autonomía requiere un proceso y constituye una conquista en sus diversas manifestaciones. Dependencia, autonomía y cuidado son conceptos claves al hablar del amor.
Ser humano es el resultado de un proceso como en la película El pequeño salvaje puso de manifiesto François Truffaut con la biografía de Víctor de Aveyron, abandonado en un bosque francés y acogido en una manada de lobos. El proceso a través del cual construimos nuestra humanidad está atravesado por la educación y por la socialización, en la que entran a formar parte la familia, la escuela y otras instituciones educativas y todo un cúmulo de agentes de socialización, entre los que se cuenta internet, como medio característico del Mundo Global.
El amor es un concepto polisémico y como tal está sujeto a procesos históricos. El amor romántico no ha existido siempre: su aparición como valor al que aspirar y como sentimiento es el resultado de un proceso en el que se cifran importantes progresos en las sociedades humanas. De su gran fuerza transformadora nos dan cuenta hechos tales como la superación de la barrera de la heterosexualidad como única forma legítima y legal de relacionarse amorosamente, la superación de los matrimonios concertados y la ilegalización de los matrimonios de niñas con hombres mayores en muchas sociedades del planeta; así mismo podemos hablar del exitoso desafío conseguido en diversos contextos contra la prohibición de matrimonios entre personas de distintas religiones, etnias o clases sociales, etc.
La gran fuerza del amor no estriba solo en su capacidad para la mejora de las vidas humanas. Existe toda una ideología del mismo y una demasiado extendida e incrustada creencia que ha convertido al amor romántico en un mito. Estamos hablando del “amor corrompido por su contexto de poder en una forma enfermiza de amor que tan solo sirve para reforzar las estructuras del sistema de clases basadas en el sexo”, tal y como fue expresado en los años setenta del siglo XX por Shulamith Firestone[1]. Este contexto de poder ha sido refrendado por el pensamiento hegemónico históricamente, y ha sido muy largo el camino que el feminismo ha recorrido para resquebrajarlo mínimamente en sus cimientos, y dar paso a la emergencia de nuevas formas de existir como amantes y como amadas/os.
Entre una extensa y dilatada lista de definiciones esencialistas y naturalistas de las mujeres a lo largo de la historia, que han legitimado y prescrito el rol femenino en las diversas relaciones amorosas, recordaremos la crítica de Ortega y Gasset a Simone de Beauvoir cuando publicó El segundo sexo: le criticaba su “manía igualitarista”, y afirmaba sin paliativos que la debilidad de la mujer hace que tenga menor rango vital, y que su existir en referencia al otro es lo que la hace feliz y nos hace felices a los demás[2]. Como en el Feminismo Radical se defiende desde sus inicios, las prescripciones para la sumisión de las mujeres se manifestaron también en el ámbito de las ciencias. El naturalismo determinista ha pecado de sexismo, incluso en las teorías más innovadoras e influyentes de la historia contemporánea. De este modo, el concepto de selección natural de Darwin solo era aplicado a los machos, “dando por supuesto que el papel de las hembras era totalmente pasivo y ajeno a las dinámicas de transformación natural”[3], como puso de manifiesto su discípula feminista Antoinette Brown Blackwell.
Para la desidentificación de ese rango vital inferior repetido hasta la saciedad en los discursos de la filosofía y de la ciencia, y llegar a ser sujetos activos que establecen relaciones igualitarias y de reciprocidad en el intercambio amoroso de las relaciones, el feminismo desarrolla su rol histórico. Y aquí nos encontramos. Kate Millett afirma con contundencia que el amor en las sociedades patriarcales ha sido el opio de las mujeres, porque mientras las mujeres aman, los hombres gobiernan. No cabe obviar, que no se está diciendo que el amor sea malo sino que se critica “la manera en que se empleó para engatusar a la mujer y hacerla dependiente, en todos los sentidos. Entre seres libres es otra cosa”[4].
El amor es una necesidad básica no solo como humanos sino como seres sintientes. Para una vida digna de ser vivida es necesario que la educación y la socialización intervengan en un contexto social, histórico y político en el que a cada instante mueren mujeres a manos de hombres con quienes han mantenido una relación amorosa. No hay una fecha más indicada que hoy, 14 de febrero, Día de las Personas Enamoradas, para reivindicar una vez más la implementación de una materia con contenido en educación afectivo-sexual que eduque a las futuras generaciones para gestionar esa compleja necesidad de amor, cuyo miedo a la pérdida contribuye a resistir en relaciones en las que el maltrato está presente. En el planteamiento de esa nueva educación tiene que estar como un pilar irrenunciable el aprendizaje del amor a una misma. Y como entrenamiento concomitante, tiene que estar también el aprendizaje de detección de la presencia de malos tratos en los preliminares, liminares y desarrollos ulteriores de las relaciones amorosas.
Rosalía Romero es filósofa, profesora y escritora.
(1) Véase FIRESTONE, Shulamith, La dialéctica del sexo. En defensa de la revolución feminista, trad. Ramón Ribé Queralt, Barcelona, ed. Kairós, 1976, pp. 164 y ss.
(2) ORTEGA Y GASSET, José, El hombre y su gente, Madrid, Revista de Occidente, 1981, pp. 137 y ss.
(3) PULEO, Alicia, “La discípula feminista de Darwin” en https://aliciapuleo.blogspot.com/2009/02/la-discipula-feminista-de-darwin.html
(1) MILLETT, Kate, “El amor ha sido el opio de las mujeres”, Entrevista de Lidia Falcón en Nueva York, ElPaís, 21 de mayo de 1984 https://elpais.com/diario/1984/05/21/sociedad/453938405_850215.html