
LAS MIL CARAS DE CARMEN
Por Nani Carvajal

¿Y tú, cómo te llamas? Porque Carmen hay millones y todas ellas celebran hoy su onomástica en una de las jornadas más festejadas del calendario. Sintiéndolo mucho, tu «santo», salvo que te llames María, no tiene parangón con el de las «Cármenes», y aún así reconocerás conmigo que las «Marías» estáis muy divididas: que si el 15 de agosto (Asunción de la Virgen), mejor el 12 de septiembre (Dulce Nombre de María), o tal vez el 8 del mismo mes que festeja su nacimiento. Pues va a ser que no y no te lo tomes a mal, pero no hay comparación con la festividad del Carmen por mucho que se intente con la declaración de fiestas nacionales. No hay más que preguntar a la gente en sus casas, en sus calles, en sus pueblos, en sus ciudades y ni te digo si lo haces en la inmensa mayoría de los rincones marineros de este país.

Dicho esto te preguntarás por qué el nombre de Carmen goza de tan inmenso bombo y platillo y no el de Lola, Francisca, Ana, Antonia, Josefa, Sara, Jennifer, Andrea… y un largo etcétera. Es fácil de entender: porque a día de hoy Carmen ha logrado salir de la escala de los patronímicos reflejándose en nuestra conciencia colectiva más como un arquetipo que como el referente de una persona o de un personaje.
Decía una cuñada mía, sabia ella, que hasta para ser perro hay que tener suerte en la vida. Y no lo dudes, porque una sevillana nacida hace dos siglos, que casualmente tuvo la suerte de ser bautizada como Carmen, está en el origen del vendaval mítico montado en el mundo de la cultura en torno a un apelativo. Una humilde y trabajadora Carmen que, sin beberlo ni comerlo, se conviritó en el punto de mira -mayormente intelectual o eso es lo que dicen- de grandes artistas que supieron concentrar en su personaje -más o menos figurado- toda la riqueza de la interpretación intelectual de la época sobre la mujer, la libertad, la sensualidad, el orden patriarcal, la rebeldía, el desafío a las normas, la racialidad, el amor, la crítica, la censura, la reprobación y hasta el elogio. Demasiado para un nombre de solo dos sílabas ¿no te parece?

Nombre corto, sí, pero cargado de significado. Decir Carmen es tansmitir históricamente la concepción de una figura femenina idealizada, interpretada, versionada y mercantilizada como un icono de la mujer libre, deseada, peligrosa y trágica.
Carmen es un nombre que evoca pasión, exotismo, rebeldía, pero también castigo, marginación y muerte.
Pero ¿Quién es realmente Carmen? ¿No será una proyección masculina del deseo y el miedo hacia lo femenino no domesticado, no controlado, no dominado? Apabulla poner Carmen en el navegador del ordenador y no veas el aluvión si lo haces en el ChatGTP. El recorrido en torno a este nombre, a esta figura, desde sus orígenes literarios hasta sus resignificaciones contemporáneas, examinando su evolución a través de la literatura, la ópera, el cine y las lecturas feministas daría en un corta /pega para escribir cientos de folios. Pero tengo que reconocer que hay algo que me ha llamado poderosamente la atención en todo este río de datos: la recuperación y mirada crítica que ha ejercido el feminismo sobre el imaginario colectivo para ilustrar la complejidad de lo que representa el arquetipo Carmen. No estamos ante una heroína de la libertad sino ante una víctima del patriarcado cultural que narra su belleza y autonomía solo para destruirla.

CARMEN EN LA LITERATURA: La primera aparición significativa del personaje ocurre en la novela corta «Carmen» (1845), del escritor francés Prosper Mérimée. Basada en una historia supuestamente escuchada durante un viaje por España, que narra la relación entre Don José, un soldado vasco, y Carmen, una mujer gitana, libre, seductora y fatal. Ella representa todo lo que el orden social no puede contener: transgresión, sensualidad, autonomía.
CARMEN EN EL RELATO: Ella no habla realmente desde sí misma, es el narrador quien la define, la observa, la interpreta. El lector solo accede a su esencia a través del testimonio de Don José, su amante y, eventualmente, su asesino. Carmen es un espejo oscuro en el que el narrador proyecta sus prejuicios y fascinaciones. La narración, revestida de un supuesto “realismo etnográfico”, construye una imagen de la mujer gitana como salvaje, imprevisible y animalizada, reflejando la lógica del orientalismo que Edward Said describiría más de un siglo después: la creación del “otro” como objeto de fascinación y control.

CARMEN EN LA ÓPERA DE BIZET (1875), la que la convirtió en leyenda. Desde su estreno en París —y más aún tras su éxito póstumo— Carmen se volvió parte del imaginario cultural occidental. La partitura de Bizet, con su célebre Habanera y la Seguidilla, mezcla estilos europeos con guiños a la música española y andaluza, reforzando el aura exótica del personaje.

CARMEN EN EL CINE: El siglo XX lleva a Carmen al cine, donde se multiplican sus versiones, a menudo replicando —aunque a veces desafiando— los esquemas previos. «Carmen Jones» (1954), Otto Preminger : Dorothy Dandridge,interpreta a Carmen con todo el poder de su presencia física, pero el guion la reduce a melodrama. Su carácter está contenido dentro de los límites del “cine de espectáculo”, donde la mujer fatal es hermosa pero sacrificable. «Carmen» (1983, Carlos Saura : Ambientada en una compañía de flamenco, los ensayos de la ópera se entrelazan con una relación real que emula la de Carmen y Don José. Saura expone el deseo masculino de poseer a la mujer “libre”, mostrando cómo el mito se encarna en la realidad. La mujer, una vez más, es absorbida por la obsesión masculina. «U-Carmen eKhayelitsha» (2005, Mark Dornford-May): Esta versión musical sudafricana rompe con la tradición eurocéntrica de Carmen. Ahora estamos ante una mujer negra, trabajadora, fuerte, y la historia se representa en un contexto poscolonial. Aquí, Carmen es más que deseo: es resistencia.

CARMEN CANTA: “L’amour est un oiseau rebelle que nul ne peut apprivoiser”
(El amor es un pájaro rebelde que nadie puede domesticar). Esta frase resume a un ser libre, indomable, inasible. Pero también marca su condena. En el libreto de la ópera, Carmen vive según sus deseos, elige sus amantes, trabaja en la fábrica de tabacos, baila, canta. No pide permiso. Y por eso debe morir. El destino de Carmen —asesinada por Don José, el hombre que no puede tolerar su libertad— se presenta como una tragedia “natural”, como si el mundo no pudiera contener a una mujer que no se pliega al amor romántico, a la monogamia o a la sumisión.
CARMEN NO ESTÁ SOLA

He supuesto que podrías ser María pero aún no me has dicho cómo te llamas. Lo que sí quiero adelantarte es que cualquier otro nombre de mujer incluido el tuyo, si lo investigamos a fondo con mirada feminista, nos sorprenderá con pasado y presente quizá no tan convulsos como los de Carmen pero sí tan dignos. En la poesía, la literatura, el arte, la vida cotidiana e incluso en la política, nombres como los de Antonia, Pepa, Loli, Mari, Ana, Conchi… simbolizan hoy más que nunca la más compleja variedad de historias rebeldes enfrentadas al castigo machista de lo atávico, mujeres reales, de carne y hueso, con voces propias, actitudes memorables y libretos vitales para rellenar millones de óperas.
No lo dudes, Carmen no está sola. Es el relato trágico de la mujer libre pero también el símbolo de la interpretación alternativa, esa no prevista en los códigos de la intelectualidad patriarcal desde donde a veces se fugan conceptos como libertad, igualdad, sexualidad propia, valentía social, afirmación, autonomía y definición de un camino personal. Carmen ya no es del cine ni de la ópera, ni de la lieratura ni del arte. Hoy Carmen es una trabajadora textil en Tánger, una adolescente trans en Lima, una abogada en Marsella, una maestra rural en Oaxaca o tú misma en Sevilla, aunque… ¡Todavía no me has dicho cómo te llamas!
Nani Carvajal es directora y editora de Mujeres del Sur
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