SU MUERTE MARCÓ UN ANTES Y UN DESPUÉS EN LA LUCHA CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN ESPAÑA.
–El Ayuntramiento de Sevilla le ha rendido homenaje en la calle que lleva su nombre
Ana Orantes estaba en su casa de Cúllar -Vega (Granada) aquella mañana lluviosa del 17 de diciembre de 1997, cuando su ex marido, José Parejo, del que se había divorciado hacía apenas un año, decidió acabar con su vida. Primero la golpeó, después la ató a una silla, la roció de gasolina y le prendió fuego. Era la víctima número 59 de aquel año, aunque hasta 2003 no se hicieran oficiales las macabras estadísticas de la violencia machista.
Trece días antes, esta mujer granadina, madre de 5 hijos, que llevaba soportando los malos tratos de su marido prácticamente desde que se casaron hacía cuarenta años, se había decidido a contar su historia en la radio y ante las cámaras de televisión a cara descubierta. Ya llevaba un año divorciada y se sentía más fuerte. Pensaba que podría ayudar a otras mujeres a salir del infierno de la violencia doméstica.
Primero habló con Iñaqui Gabilondo en la cadena Ser. Enseguida la llamaron del programa De tarde en tarde, de Canal Sur televisión. La presentó su conductora, Irma Soriano, como una mujer de 60 años, madre de familia numerosas y víctima de malos tratos continuos. Durante 40 minutos Ana Orantes mantuvo el tipo y relató con todo detalle los numerosos episodios de violencia machista por los que había pasado.
Empezó contando que conoció a José Parejo en una fiesta en Granada y que se casaron cuando apenas contaba 19 años. La primera paliza se la dio en casa de sus suegros, donde se habían instalado tras la boda hasta que él terminara el servicio militar. Sus gritos alertaron al padre de Parejo quien inmediatamente fue a defenderla de los golpes que su hijo le propinaba. Ella le confesó que no sabía por qué le pegaba pero aún así pidió perdón. Dijo que su marido había establecido sobre ella un férrero control:
“Si yo me acercaba a una ventana a echar la persiana y por casualidad ha pasado un hombre y se ha quedado mirándome, él me decía ¿de qué te mira ese tío? ¿Te conoce? ¿Te has acostado con él?»
La trataba de inculta, le prohibió ir a las bodas de sus hermanos, no la dejaba visitar a su madre y tenía que hacerlo en secreto. Cuando le preguntaban por las heridas que presentaba ella decía que se había caído.
-No tenía adónde irme”, dijo. “Yo tenía que aguantarlo. Tenía que aguantar que me diera paliza sobre paliza”.
Ana Orantes contó que otra vez sucedió una emergencia con su hijo de 8 años. Tuvo que llevarlo al hospital y, al volver, Parejo le dio una paliza de muerte acusándola de que en lugar de llevar al niño al médico “había ido a acostarme con todos los tíos del Albaicín”.
Cuando terminó su intervención televisiva Ana Orantes confesó :“Lo único que me pesa es no haberlo hecho antes”.
Las consecuencias de destapar su historia en televisión fueron muy opuestas. Por un lado fue nefasto porque la condujo a la muerte al desatar la ira de Parejo sin disponer de ninguna protección jurídica o policial. Por otro, su terrible y anunciado asesinato contribuyó a despertar la conciencia nacional y a preparar el camino para la elaboración de leyes que, por primera vez en la historia, protegieran específicamente a las mujeres de la que se denominaría “violencia de género”.
En Madrid y en numerosas ciudades españolas la muerte de Ana Orantes hizo que miles de mujeres tomaran las calles pidiendo medidas contra las agresiones machistas. Y en el congreso de los Diputados las parlamentarias vieron esta tragedia como la prueba máxima de la necesaria exigencia de reformas legislativas que protegieran a las mujeres.
El gobierno conservador de José Mª Aznar empezó dando palos de ciego sin saber cómo actuar. Pero la conciencia social fue “in crescendo: se crearon numerosas asociaciones contra la violencia doméstica como entonces se calificaban estos crímenes, muchas mujeres empezaron a organizarse para recoger testimonios de los malos tratos, se establecieron redes de ayuda a las víctimas y se forzó la maquinaria para presionar a los políticos de forma que intervinieran para hacer frente a esta lacra.
En 2004, el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero introdujo una ley sobre la violencia de género que en aquel momento fue considerada una de las más avanzadas en Europa.
Esta ley endureció las sentencias contra los agresores, y les dificultó el contacto con sus víctimas. El gobierno también estableció tribunales especiales para atender los casos de violencia doméstica y puso a disposición de las víctimas un teléfono gratuito.
Por todo ello, la figura de Ana Orantes como víctima de las agresiones machistas y su valentía al denunciar el calvario que sufrió durante cuatro décadas han marcado un antes y un después en la lucha contra la violencia de género en nuestro país.
Tras su asesinato se modificó no sólo la legislación sino también el discurso político. Así lo afirmó Miguel Lorente, delegado del Gobierno contra la violencia de género en el gobierno de Zapatero (2008) : “estamos en una sociedad donde los medios y todo el mundo siempre se refieren a ese tipo de homicidios como crímenes pasionales, celos y cosas que solo sucedían en la periferia de España”, dijo. La muerte de Orantes lo cambió todo.
Ana Orantes presentó antes de morir numerosas denuncias contra su marido José Parejo que finalmente fue condenado a 17 años de prisión, aunque murió en 2004 de un infarto. Como no había leyes que la protegieran acabó siendo asesinada por él a pesar de haber conseguido el divorcio. Lo terrible es que, a pesar de las nuevas leyes contra la violencia de género que desde entonces están hechas para proteger a las mujeres, todavía tenemos que lamentar decenas de asesinatos machistas cada año y miles de agresiones en su mayoría ni siquiera denunciadas.
N.C.