
EDADISMO
Por Paula Gómez Rosado

8 DE MARZO: DIGNIDAD, LIBERTAD E IGUALDAD REAL PARA LAS MUJERES MAYORES
Las mujeres de mi generación mamamos todo el machismo de la dictadura, pero comenzamos pronto a rebelarnos, en muchos casos instintivamente, sin conocimientos feministas teóricos, pero con el convencimiento de que nuestra vida nos pertenecía y éramos iguales a nuestros hermanos, compañeros o amigos, ni mejores ni peores. Fuimos la primera generación de mujeres que terminó la primaria, llenó los institutos y entramos de golpe a la universidad; la primera que accedió al mundo laboral y que tras casarse la mayoría decidió seguir en su puesto, con el doble trabajo que les hizo empezar a reclamar de sus parejas cooperación en las tareas de cuidado.
Viajamos solas, salimos solas, volvimos de madrugada solas o acompañadas. Conseguimos el acceso a los anticonceptivos y despenalizar el divorcio y el aborto para disfrutar nuestra sexualidad sin imposiciones de leyes ni religión.

Logramos poder tener bienes a nuestro nombre y disponer de una cuenta bancaria o heredar como nuestros hermanos. Logramos visibilizar a las grandes mujeres de la historia, el arte, la ciencia y la cultura que habían estado escondidas bajo la lápida del patriarcado. Pusimos en la agenda política nuestros derechos y conseguimos avances legales en materias como la violencia de género y sexual, las relaciones laborales, el aborto y la salud reproductiva, la representación política…
Nos fuimos formando y descubrimos las violencias más sutiles, mujeres con otras realidades y la misma desigualdad con las que tejer alianzas, encontramos la forma de empezar a ocupar espacios que nos habían sido vedados… Y toda nuestra vida fue un continuo activismo personal y colectivo a cuyo carro se sumaban cada vez más mujeres y algunos hombres justos.

Y nos hemos jubilado, pero seguimos con nuestro compromiso socio-político en asociaciones, partidos, e incluso sindicatos, también tenemos una vida activa y salimos a bares o espectáculos, vamos a museos y gimnasios, aprendemos idiomas o asistimos a la universidad, viajamos. En fin, vivimos con el mismo entusiasmo y algún sueño a estrenar.
Queda mucho por hacer para lograr la igualdad real para todas y en todo el mundo, pero no nos rendimos y acudimos a manifestaciones, asambleas o jornadas, escribimos y firmamos manifiestos y cuantas tareas incumben a nuestro compromiso con la igualdad.

Por eso, no puedo comprender y me indigna algo que observo y comento con las amigas de mi edad y que nos supone un ingente gasto de energía:
Soy mayor y asumo que mi cuerpo ya muestre las inclemencias del tiempo y alguna gotera nueva me salga con cada tormenta, es decir, para que nos entendemos, tengo arrugas y achaques como toda vieja que se precie, aún gozando de bastante buena salud. Por eso me cuesta entender a ese personal que me insiste en que tengo arrugas en la cara, yo lo veo y no me molestan, son mías y me ha costado mucho conseguirlas, no traten de venderme un tratamiento a precio de oro como solución a mi vida porque mis días se llenan con cosas más sustanciosas que verme sin arrugas.
Peor, visitas médicas que cuando llego a la consulta me preguntan la edad y casi sin mirarme se limitan a recetarme algún placebo. O, peor aún, si se llevan media hora intentando explicarme con tecnicismo que lo que tengo es producto del deterioro habitual por DNI, cosa que ya sé y lo que busco es simplemente remedio al dolor o a la incapacidad que me produce el mal que me aqueja. Lo triste es que en la mayor parte de los casos, acabo encontrando a otra profesional que se toma su tiempo, realiza pruebas y consigue darme soluciones.

Soy mayor y entiendo que hay cosas que me pueden quedar grande y nunca llegaré a dominar como la gente joven, pero todavía estoy en el mundo con capacidad de sentir y aprender.
Por eso me molesta que den por hecho cuando ven a alguien mayor que no entiende de nada ni sabe hacer nada. Por ejemplo, voy a comprarme un ordenador porque el mío ya no daba más de sí. Propuesta del joven dependiente bienintencionado:
– Con este tendrá bastante para sus cosas.
Yo lo miro y pienso sorprendida cuándo le he contado yo “mis cosas” a este hombre que acabo de conocer. Y ante mi mirada, de extrañeza, encima me explica que es muy simple, no tiene mucha capacidad y bla, bla, bla. Hasta que reacciono y le digo lo que quiero. Pero así y todo lo pone en duda.
Otro caso: Me llama un profesional que tiene que pasarme una factura y me dice que me la envía por WhatsApp, pero viene en PDF. Que mi hijo me la abra y si la necesito en papel, que me la imprima. Y yo le digo con ironía:
– ¿Lo puedo hacer yo?
Y el buen hombre no sabe qué contestar y acaba con un:
– ¡Eh! ¡Claro, claro!

No hablemos ya de aquellos profesionales a los que me dirijo para hacerles un encargo, pedirles un presupuesto, consultarles una duda y me encuentro con dos tipos de reacciones:
1 – El paternalismo del hombre joven que me intenta explicar como si yo no estuviese en el mundo aquello que yo ya le he dicho. No es el mansplaining que siempre hemos sufrido las mujeres, porque aunque sea el mismo fenómeno, pero con un “pobrecilla, si ya a esa edad cómo lo va a entender, no sé para qué se lo explico”.
2- Se intentan quedar conmigo y engañarme como a una ingenua. Me intentan dar un presupuesto desorbitado, venderme lo que nadie quiere, disuadirme para que compre lo que no necesito… Y todo esto, con el tono de condescendencia y muestras de cariño que me hacen decir, de la manera más educada posible que sólo estamos negociando una transacción comercial y me sobran los cumplidos.

Por último está la familia que quiere tomar decisiones por la persona mayor (hijas e hijos o parientes menos cercanos cuando no se tiene descendencia):
Como:
-Mamá, cómprate un bañador que ya no tienes el cuerpo para lucir biquini”.
O el consabido:
-“Tú es que eres muy buena y no sabes como está el mundo, pero lo que tienes que hacer es… Si quieres, me das tus datos del banco y yo te hago la gestión.”
Y así podíamos seguir.
¿Le ocurre a los hombres? También sufren las consecuencias de la edad, pero no hablo de eso porque me refiero a lo de siempre: quieren seguir pensando que somos niñas indefensas y necesitamos salvadores porque es la mejor forma de superar su miedo a mujeres completas, autónomas, con ganas de vivir conscientemente cada instante mientras el cuerpo resista. Y, aunque les cueste reconocerlo, les damos lecciones diarias de vida.
Así que termino reivindicando en este 8 de marzo: DIGNIDAD, LIBERTAD E IGUALDAD REAL para las mujeres mayores. Y recuerdo este poema de mi libro “Naturaleza viva sobre fondo violeta”:
MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS

A las mujeres mayores
libres e independientes.
Se las ve salir solas
y volver ya de noche
con sus cabellos blancos,
azules o rojizos;
elegantes, seguras.
A veces van en grupo
y hablan comedidas
o ríen abiertamente
sin reparo o vergüenza
ante mirar ajeno.
Caminan diligentes
con la cabeza erguida
y la mirada atenta
porque vienen de vuelta
y saben su destino.
No tienen miedo al lobo.
Ya de joven quemaron
la vieja caperuza
y, dueñas de su bosque,
se enfrentan a las fieras.o
Paula Gómez Rosado es escritora y feminista