LA FACTURA DE LA LUZ
Por Paula Gómez Rosado
Mi abuela se limpiaba a veces los dientes masticando determinadas hierbas. Mi madre empezó a usar cepillos con cerdas duras y el dentífrico que estaba al alcance, una o dos distintas, no más. Yo estrené cepillo de cerdas artificiales suaves al tacto pero firmes, me demoro en la farmacia o en el pasillo de aseo del supermercado para elegir la marca y el modelo, según mis necesidades bucales y he cambiado varias veces el tipo de cepillo según iban saliendo otros más eficaces, según nos explicaban en la televisión.
Ahora tengo el último modelo: uno eléctrico con dos velocidades, aprendiz humilde de los antiguos coches que tenía cinco marchas, pronto bastará apretar un poco contra la dentadura para que acelere como los vehículos automáticos. Qué cepillo más chulo, comienzo suavito y después le meto la segunda marcha y siento su energía arrolladora sobre todos los huecos de mi encía. ¡Cuánto placer!
Pero no queda ahí el gusto porque además uso y consumo un irrigador también eléctrico cuyos baños son la minisauna de la boca, agua en abundancia con más o menos fuerza, más fría o más caliente a gusto de quien le da al mando. ¡Otro placer para mis sacrificadas encías hartas de soportar los aparatos (eléctricos y sádicos) de las consultas odontológicas.
Dos ejemplos de aparatos que tiran a diario de la red, tan necesarios como los anteriores, la batidora o ese primo suyo que hace zumos de frutas y verduras, porque somos modernas, queremos productos sanos y… ¿ecológicos? Desperdiciamos parte de la fruta, ¡crecen en abundancia en el supermercado todo el año estación a estación!
Pues todos tienen un gasto de corriente que nos suministra la compañía sin hacer ningún esfuerzo, la factura la paga el banco y se acabó. Todo perfecto según las reglas incuestionables del mercado.
No olvido que se usa en casa la “barredora eléctrica”, vulgarmente aspiradora.
Yo me pregunto ¿A qué aspira la aspiradora? ¿Querrá ser primera ministra y llevarse a su barriga todos los chanchullos de la política de algún país para una vez digerida regurgitarla en forma de buenas prácticas en la administración de lo colectivo porque el mundo está formado por pequeños polluelos que necesitan ser alimentados con buenas ideas porque no saben distinguirlas de las malas hierbas?¿Intentará ser científica y aspìrar con fuerza todos los bulos que creen y predican los grupos negacionistas dejando limpias las mentes de tonterías inútiles e incluso peligrosas para poder seguir respirando a razón de veinte veces por minuto? ¿Aspira a ser directora de un holding de comunicación para limpiar todos los bulos, verdades a medias, opiniones que se venden como información veraz y demás engaños manipuladores de algunos y dejar limpio, limpísimo el panorama informativo sembrado de confianza? ¿Simplemente aspira a ser bella, admirada por su encanto y su capacidad con su cuerpo no normativo? ¿O aspira a almacenar todas nuestras cabezas para llenarlas después de todas las basuras posibles en forma de creencias, cómplice con los poderosos de la tierra, por cuanto le hacemos tragar en el día a día confundiendo, como siempre al enemigo con el más cercano?
Me he ido por las ramas, quizás una aspiradora me aspiró el esquema y me lo ha cambiado para que le diera un rato de protagonismo. Cosa de aspirar por encima de las capacidades propias.
Lámparas, muchas lámparas, en casa veo lámparas diversas, lámparas con distinta intensidad y varias bombillas para que tengamos buenas luces, lámparas colgadas, de mesa, de pared, de pinza, de pie (pero no hay lámparas de rodilla porque arrodillarse les resulta humillante porque están empoderadas) y lámparas con varias bombillas para que tengamos buenas luces, ¿O las bombillas no tiene nada que ver con las luces de cada cual?
Dejo la pregunta para quienes la sepan contestar porque tengo que quitarme las cuatro pelusas que me quedan en la axila (el sobaco cuando se llevaban los pelos largos) con una depiladora eléctrica y después me secaré el pelo con un secador eléctrico y… puede que use un satisfyer, también eléctrico porque usar la mano o buscarse a alguien, ganármelo, buscar el momento, la ocasión y las ganas con todos sus prolegómenos, es un esfuerzo demasiado costoso.
¡Bendita electricidad que nos ayuda a estar estupendas para nosotras mismas ante el espejo amable y condescendiente que nos fabricamos con esa libertad de revista para elegir la imagen que queremos dar!
Y sigo, sigo con lo mío, presumiendo de mis posesiones. Tengo, tengo, tengo… yo no tengo nada un lavavajillas y una lavadora (de estas no hablo porque les estoy muy agradecida). No quiero recordar esas manos moradas y llenas de sabañones (muchas dirán qué es eso, pues amigas, para eso está San Google) de las mujeres de su casa (por ejemplo en mi casa) en pleno invierno lavando en el patio sobre el refregador dale que te dale a esa ropa de los señores que se cambiaban poco, se duchaban menos y trabajaban mucho en lugares sucios de por sí. Y si se dejaban ir en eso de lavar y planchar, acababan escuchando:
– María, ¿pero todavía no me has preparado la camisa blanca desde el jueves que tengo que ir al banco a una gestión?
(Porque al banco, al médico o a los entierros, había que ir limpios y arregladitos con las mejores prendas, las mismas que a las bodas porque no había más que un traje de uniforme para ocasiones).
Y María, que no había podido lavar porque llevaba desde el jueves lloviendo sin parar, cogía una palangana y lavaba la camisa, la escurría bien con una toalla, la ponía en el brasero y esperaba que se secara para poder plancharla, aunque se acostase muy tarde y al borde del colapso. Sumisa, pero no tonta, la rabia le ardía por dentro y se vengaría logrando que sus hijas fueran más independientes y autónomas.
¿He dicho planchar? Otro electro-doméstico que nos deja las prendas como recién salidas de las tiendas a estrenar. Otro trabajo agregado a la lista de tareas porque alguien un día, no ha pasado a la historia para poder maldecir su cara, se le ocurrió que la arruga no es bella, aunque intentó cambiarla un modisto de los que salen en los programas de famoseo, pero no tuvo mucho éxito, quizás porque en aquellos años todavía no había redes sociales y sus imprescindibles influencers de quienes tanto aprendemos. Así que otro trasto que tira de la luz y hay que buscar un hueco en casa para meterlo. Por cierto, ¿alguien me puede decir dónde se guarda la tabla de la plancha?
No quiero presumir, pero tengo más cosas que necesitan comer electricidad para trabajar con buen rendimiento: móvil, ordenador, tableta que son imprescindibles porque necesitamos estar permanentemente conectadas al mundo, al cercano y a todo el mundo mundial, hasta la China que casi no conocemos pero nos envía unos vídeos de niños monos que no entendemos y de monos tratados como niños que no comprendemos. Aquí tenemos perros con unos jerséis monísimos y sus carritos de paseo, como sustitutos, y niños pocos, es una inversión demasiado costosa para los bolsillos precarios.
En fin, qué os voy a contar que no sepáis, pero hoy me llegó la factura del primer mes invernal y aunque nunca he sabido descifrar la factura sí leo bien dos cosas: el total a pagar y la P.D. que me escribe la compañía: ¡Me ha subido este mes el importe por el consumo de la calefacción! ¡Qué raro en esta época!
Paula Gómez Rosado es escritora y feminista