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LA HOGUERA DE LAS VANIDADES O EL CARNAVAL DE LA ALFOMBRA ROJA
«Mucho camino recorrido por las mujeres feministas para que “la noche más importante del cine español” siga siendo esa hoguera de las vanidades o carnaval donde los disfraces crean tendencia aunque sea la misma de toda la historia·»
Por Paula Gómez Rosado
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No quiero fijarme en los feminicidios aunque sus cifras me resultan escandalosas y cada asesinato me rompe el alma. Esas muertes son los frutos de un árbol cuya raíz bien alimentada cuesta ver y mucho más secarla.
Por eso, mientras lloramos a cada mujer asesinada, usemos energía para buscar todas las raíces que, a menudo invisibles, alimentan el sistema patriarcal y sigue fomentando relaciones de desigualdad entre mujeres y hombres en las que ellas llevan la peor parte al ser víctima de múltiples violencias (en la pareja o de otros hombres que no son sus parejas) por el hecho de ser mujer y que todas son, lo diga o no la ley, violencia de género.
Y cuando digo que no quiero hablar de los feminicidios es porque ya se habla y mucho, recibiendo un rechazo social casi unánime. En cambio, las otras violencias no son tan visibles, incluso siguen normalizadas. De nada sirve señalar los frutos, mientras la raíz siga fuerte no dejará de fructificar cada temporada, que en este caso, como los limoneros cuatro estaciones, es todo el año. Nos desespera, pero tenemos que empezar a atacar de verdad y con tesón esas raíces.
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Por eso, mientras veía la Gala de los Goya en la televisión, sin poder quitarme las gafas violetas, observé en primer lugar la “marcha triunfal” por la alfombra roja y comencé a disparar mi cámara fotográfica camuflada entre mi retina y mi cerebro.
En este mundo uniformado en el que todo se acaba pareciendo, las alfombras rojas no difieren mucho sea en Los Ángeles, Berlín, Canne, Venecia o los Goya, este año en Granada.
Me centro en los atuendos porque es lo que siguen destacando las revistas del corazón en ese concepto rancio de intereses de las mujeres.
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Primera imagen de mi objetivo: nos siguen vendiendo historias de personajes disfrazados para exhibirse en una hoguera de las vanidades, totalmente ajenos a la realidad, como parte de los intereses de las mujeres. Ni en la peluquería, a la que voy una vez al mes, veo a nadie ojeando esas publicaciones que tienen allí por viejas costumbre. Pero se venden y alguien las compra.
Y comienza el desfile: ellos van más o menos normalitos, bien tapados para no resfriarse, cada cual con su sello pero sin grandes estridencias y cuando alguno intenta salirse del atuendo normativo las zarpas de los medios se lanzan sobre el osado que se atreve a trasgredir esa imagen de señor uniformado y aburrido.
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En cambio ellas (mi cámara no deja de disparar; un gran escote, un extraño miriñaque, una raja de la falda hasta casi la cintura, unas tirantas que se caen, una espalda al aire…) van con el atuendo “impuesto” por la firma que le oferta su creación exclusiva, la mayor parte de las veces porque ese modelo no se lo vendería a una señora de a pie para ninguna ceremonia, pero ellas son otra cosa y pueden lucir todas las ideas locas que se le ocurra a quien diseña sin límites y a la vez se van introduciendo en el mercado de la mejor manera, como algo glamuroso, esas ideas que parecen locas y acabamos aceptando como lo más de lo más.
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Observo que sigue imperando el tacón, los trajes largos para cuerpos talla S, sin mangas en enero… las mujeres tienen que enseñar “la patita por debajo de la falda” y de sus atuendos hablarán largo y tendido en esos programas de cotilleo banal y trasnochado que suelen darse en casi todas las cadenas, porque lo importante de las mujeres del cine no es su trabajo, sino sus cuerpos.
Reviso todas las imágenes captadas y concluyo: lo primero que destaco como positivo a reivindicar es el derecho al color, en toda su diversidad de tonos y matices. En segundo lugar, la forma que también es de una gama amplia y está bien, la monotonía aburre y la diversidad alegra y enriquece. Bienvenidos los diferentes colores, las diferentes hechuras, las diferentes texturas. Y ellos que vayan aprendiendo que el vestir no acaba en camisa – pantalón – chaqueta (aunque sea el «elegante smoking») – corbata (pajarita o lazo), vestirse puede ser un juego y a la vez que muestra una parte de cada cual, alegra la vista con su variedad.
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Espero que pronto sean valientes y atrevidos como aquellas pioneras que empezaron a usar el pantalón con toda la sociedad encima, o aquellas artistas sin sombrero que estuvieron a punto de ser agredidas por semejante osadía. Hombres diversos con prendas de hechuras y colores diversos.
Y sigo sacando conclusiones mientras veo la gala: ellas y ellos, dos mundo opuestos, dualidad difícilmente reconciliable. Esa dualidad de aspectos tiene mucho que ver con el sexismo imperante. Todavía, según los cánones de la moda y el protocolo, las mujeres tenemos que competir en belleza para conquistarlos, mientras ellos siguen asumiendo el viejo dicho «el hombre y el oso cuanto más feo más hermoso” aunque lo hayan suavizado y admitan algunos cambios.
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Recuerdo unas jornadas en la Universidad de Segovia a las que fui invitada como ponente a principios de siglo y cuando entré en el comedor, frente a mi había toda una fila de comensales, hombres, con las mismas camisas claras, las mismas chaquetas oscuras, las mismas corbatas y hasta las mismas calvas. Eso fue lo que percibí en aquellos doce o catorce compañeros sentados, aunque posiblemente cada cual tuviese sus diferencias. Cuando fuimos sentándonos las mujeres, la mesa se llenó de color, pero esa primera impresión de ellos me pareció una imagen tan aburrida que cuando nos propusieron ir a bailar, unas cuantas pusimos excusas y nos fuimos solas a charlar tranquilamente en un bar.
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Y vuelvo a esa exigencia de la imagen tirana con las mujeres que además de salir muy caro porque “necesitamos” un equipo nuevo para cada ocasión, se atenta contra la salud (tacones imposibles que nos destroza pies y espaldas, vestidos que dejan partes del cuerpo al maltrato de los fríos de enero, dietas exigentes e incluso poco saludables en cuanto ponemos un par de kilos, vestidos estrechos que a veces dificultan el movimiento y el remate la medicina estética que en muchos casos son técnicas muy agresivas) un culto a la imagen que nos exige tiempo, dinero y esfuerzo hasta llevarnos a vernos guapas ante el espejo y gustarnos lo que vemos sin cuestionarnos demasiadas cosas
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¿Estamos colonizadas por el patriarcado todavía hoy? Dejo aquí la pregunta.
Y por último, ese modelo de mujer «sexi» que realza ese “eterno femenino”, que nunca supe qué era y tiene que ver con el modelo sexual de ellos, cala en adolescentes y jóvenes que siguen reproduciendo relaciones desiguales con chicas que tienen autoestima de espejo y necesitan la aprobación para sentirse bien y para ello dan una imagen hipersexualizada y chicos que siguen creyendo que ellas tienen que estar a su disposición. Mucho camino recorrido por las mujeres feministas para que “la noche más importante del cine español” siga siendo esa hoguera de las vanidades o carnaval donde los disfraces crean tendencia aunque sea la misma de toda la historia. ¿Qué podemos hacer además de bajarnos de los tacones, llevar ropa cómoda y calentita en invierno? Porque con eso no basta, nosotras no creamos tendencia ni en nuestras jóvenes cercanas.
Paula Gómez Rosado es escritora y feminista.