EL ENGAÑO DEL DÍA DE LA MADRE
Por Paula Gómez Rosado
He recibido este domingo varias felicitaciones por el DÍA DE LA MADRE y algo en mi interior se rebela siempre en este día porque me parece de una superficialidad infinita si no va acompañado de otras muchas cosas como reivindicar un modelo distinto de crianza en el que no recaiga la responsabilidad y la carga de tareas casi en exclusiva sobre la madre.
El patriarcado nos vende vestidos de romanticismo todos sus grandes mandatos: la relación de pareja, la maternidad, ser cuidadoras y conciliadoras, estar guapas… Pero es un puro y nefasto engaño que al chocar con la realidad nos produce un desencanto en ocasiones con consecuencias para la salud como ese malestar sin nombre del que hablaba Betty Friedan y que aquí se llama estar hasta la coronilla.
¿Quiero a mi hijo? Por supuesto, más que a nadie por el hecho de serlo y porque es el único vínculo familiar directo que tengo. ¿Lo disfruto? Siempre hemos tenido buena relación y ahora, ya adulto, nos lo pasamos bastante bien desde que compartimos casa, no vivienda porque él hace la vida en la primera planta y yo en el bajo, por lo de juntos y no revueltos. Pero la ayuda mutua, ratos de interesante charla, momentos de risas, negociar el uso de la lavadora o quien se hace primero la comida, quien hace la compra, o incluso las pequeñas desavenencias que solventamos bien y ayudan a relfexionar, hacen que mi vida esté más llena, por tanto, no hablo desde una realidad negativa sino desde esa normalidad que socialmente cuestionamos poco.
Pero empiezo sin extenderme mucho:
El embarazo son nueve meses que, en el mejor de los casos, suponen una carga físicamente pesada y un cambio de aspecto y hábitos de vida que al menos incomodan. Y lo peor: la mujer empieza a ser invisible para ser solo la portadora de lo que lleva en el útero. Cuando preguntan ¿cómo estás? están pidiendo que cuentes cómo llevas la barriga, para nada interesa como te sientes y si dices algo personal siempre hay quien contesta que todo es normal y no se puede ser tan quejica. Para la medicina sólo existe el embrión-feto, no preocupa cómo y qué siente ella y cualquier dolencia o malestar de la mujer se acaba justificando con el embarazo.
No es mejor el preparto, parto y postparto en el que se nos exige a a veces que seamos expertas cuando nadie nos ha explicado cómo. Y las inseguridades y los malestares unidos al cansancio suman en muchas ocasiones más que el gozo de ver a la criatura. Puede tener la ayuda y el apoyo incondicional de su pareja, su familia, sus amistades… la sensación de cansancio, inseguridad e incluso de soledad profunda la habitan a diario.
Pasa esa etapa y llega la infancia con todos los aprendizajes y la mamá educadora y
proveedora, la adolescencia con sus hormonas y sus cambios emocionales y ahí está la mamá psicóloga y proveedora, la juventud y el duro aprendizaje de tomar decisiones y ahí está la mamá asesora y proveedora. Es decir, siempre la mamá cuidadora que resuelve porque los problemas cambian pero no el grado de exigencia (consigo misma, de l@s hij@s y la presión social).
La madre sigue respondiendo en el imaginario colectivo al modelo tradicional de eterna sacrificada, sin horario, sin espacio personal y con una varita mágica para solucionarlo todo (las hadas de los cuentos como modelo patriarcal de buena madre: inmaculadas, sin necesidades, pero que todo lo adivinan y lo arreglan sin esfuerzo solo con su varita y con una sonrisa para no crear sentimientos de culpa).
Finamente se hacen mayores, se independizan… Y ya no sólo duelen sus problemas y nos
toca desvivirnos por ell@s, sino por todas sus familias (yernos y nueras, niet@s, compas de piso y a veces hasta cuidarles el perro durante el fin de semana). Es decir, somos madres entregadas toda la vida y a tiempo completo.
En todas estas etapas nos equivocamos, acertamos, fracasamos, triunfamos y siempre
escuchamos críticas, consejos bienintencionados pero innecesarios y las quejas de l@s hij@s si no acertamos, aunque también sus grandes muestras de cariño cuando todo va bien, todo hay que decirlo.
A veces nos desesperamos porque nos creemos la madre más mala o más torpe del mundo, otras nos alegramos de hacerlo bien, pero siempre en una noria que sube y baja sin saber cuando. Y ahí seguimos disfrutando con sus logros, acompañando sus pequeños-grandes conflictos y expresando amor de palabras y hechos.
Los padres, aunque van asumiendo tareas de cuidado, no suelen renunciar a casi nada en su vida ni tienen siempre encima el altavoz social que continuamente está exigiendo o juzgando a las madres y, cuando se implican de verdad en la crianza, obtienen las alabanzas de toda la comunidad, mientras nosotras nunca escuchamos la más mínima valoración porque es lo que se espera de las mujeres, pero sí muchas críticas a quienes simplemente no lo hacen según dicen los cánones.
Es necesario un modelo social de paternidad responsable por un doble motivo: por un lado, es de justicia compartir las cargas y la crianza exige una gran dedicación para llevarla en solitario.
Por otro lado, las paternidades invisibles dejan un vacío en las criaturas que acaban por ver con el tiempo al padre como alguien a quien quieren pero es un perfecto desconocido al que no logran llegar ni en la edad adulta.
Y al final, todas somos malas madres porque es imposible llegar a ese listón de exigencias
inhumano, ninguna persona alcanza jamás la perfección en nada, pero una madre menos porque nadie se gradúa en maternidad y cada reto es distinto y nos pone a prueba, es imposible ser no perfecta sino medianamente eficaz, la idealización de los modelos lo hacen inaccesible. Todas metemos la pata y aunque de jovencitas nos dijéramos que no íbamos a ser como nuestras madres en aquello de ella que nos molestaba, de pronto nos vemos reproduciendo su modelo o el opuesto que contiene los mismos errores y aciertos.
Por eso, feliz día a las madres que exigen corresponsabilidad, que se toman su tiempo y
disfrutan de su espacio propio, que ponen límites y exigen correspondencia a las criaturas, que se equivocan y lo asumen sin culpa, que dicen no puedo o no quiero o no sé cómo…
Y felicidades a quienes juegan, ríen, charlan, disfrutan con complicidad de sus hij@s, después de lograr todo lo dicho en el párrafo anterior.
En resumen: Feliz día de la madre que no se creyó el cuento de la maravillosa maternidad yasumió ser madre consciente de la responsabilidad que suponía, que supo tejerse una red de apoyos mutuos, que supo organizarse para exigir políticas de ayuda a la crianza y a favor de la conciliación de las madres y los padres, que supo perdonarse errores y aprender a la vez de sus hij@s y consiguió gestionar todos sus ámbitos de interés entre los que estaban sus propios intereses.
FELIZ Y REIVINDICATIVO DÍA DE LAS MADRES, A TODAS LAS MADRES
DIVERSAS QUE VIVEN SU MATERNIDAD COMO SABEN Y PUEDEN