SIEMPRE NOS QUEDARÁ LA REINA DE LAS MARISMAS
Menos mal que tenemos el Rocío en puertas y nuestro sueño se centrará a partir de ahora en la reina de las marismas y no en el fiasco de Blanca Paloma que ayer nos amargó la noche. La chica se esforzó con su «Eaea», lo hizo bien… pero con un resultado final que apenas superó la mitad de la tabla mientras la performance de la sueca, Loreen, arrasaba con los votos y acababa con el cuadro como en el que estaba envuelta. Dicen que el desenlace se veía venir desde que la cantante ganase el festival más politizado del mundo en el año 2012, justo cuando empezó a dejarse crecer las uñas. Su aire de cavernícola galáctica y aquel recuerdo de «Euphoria» harían el resto.
Por lo demás, quitando al finlandés de las mangas verdes, ¡a buena hora Cha, Cha, Cha!, el traje de Omaíta de la francesa La Zarra y sobre todo la peineta que hizo al final de su actuación, como también los disfraces de nazis en calzoncillos de la banda croata y el endemoniado grupo metal gótico que representaba a Alemania, que encarnaron la cuota carnavalesca, apenas si encontramos buena voz y mejores melodías en Alessandra, la titular de Noruega, el belga Gustaph o el chipriota Adrew Lambrou con su Ela Ela (no confundir con nuestra Eaea).
EL EFECTO CHANEL
Muy comentada ha sido también entre quienes acostumbran a diseccionar Eurovisión la ola de imitadoras que le han salido a Chanel desde que el año pasado quedara tercera con su SloMo. Entonces puso de moda el efecto de marcarse un baile postmoderno en medio de la canción y este año han hecho lo mismo, con mayor o menor éxito de crítica y público, la polaca Blanka, la armenia Brunette y la israelita Noa Kirel con su «Unicorn».
Pero el gran protagonista de la velada fue sin duda el pueblo ucraniano que pudo sentir durante esas cuatros horas de euromezcolanza musical el apoyo de un público que manifestaba su apuesta por el azul y el amarillo de la bandera de su país. Un estado inmerso en un conflicto armado que no sabe lo que es la tregua ni siquiera durante la actuación de sus representantes músicales, el dúo Tvorchi, cuya ciudad de origen, Ternopil, era bombardeada por la aviación rusa precisamente cuando ambos entonaban en el escenario el tema «Heart of Steel» con el que quedaron los 6º.
DISFRUTAD DEL SHOW, LIVERPOOL
Otra de las sorpresas de la noche fue la aparición inesperada de Catalina Middleton, la princesa de Gales, en el vídeo de presentación del festival tocando el piano. Después, en las redes enviaría a la ciudad de Liverpool, sede de la 67 edición del eurofestival, este mensaje: «Un placer unirme a Kalus (la banda ucraniana que ganó el festival el año pasado) para esta performance tan especial. Disfrutad del show, Liverpool».
¡Y vaya si disfrutó del show la ciudad del fútbol y de la beatlemanía, con sus pubs y locales de ocio abarrotados y su centro histórico, patrimonio de la humanidad, abierto hasta el amanecer.
Lo que se perdió Kiev, la capital a la que le correspondía la organización de esta edición de Eurovisión por haber ganado Ucrania el concurso el año pasado, y en cambio, ahí la vemos en las televisiones a diario, devastada y sobreviviendo como puede a esta guerra invasora y cruel que la mantiene alejada de cualquier atisbo de juergas o festivales desde hace 14 meses.
Y el testigo del festival lo coge ahora Suecia con su doble vencedora. Unas tanto y otras tan poco, pensará en lo más hondo nuestra representante ya de vuelta a casa, mientras al resto nos queda, al menos, el remedio de la auténtica Blanca Paloma, esa que triunfa cada año en una pequeña aldea onubense con mucha mayor tradición que el festival eurovisivo y ni comparable en participación ciudadana. Y por si fuera poco que no lo es, no nos olvidemos de Portugal. Quien no se consuela es porque no quiere.
Sara Lagos