«Ahora basta con simplemente poner una mala cara ante una conducta masculina que te molesta para que te puedan soltar un sentido y a la vez frívolo “feminazi”.
Por Amparo Díaz Ramos.
Antes, para que te llamaran feminazi, te lo tenías que currar: acudir a manifestaciones en contra de la violencia de género, reclamar el fin del patriarcado, defender un reparto equitativo de las labores domésticas y de los cuidados, reclamar las mismas oportunidades de desarrollo laboral y personal, y el mismo salario, cuestionar los estereotipos de género, denunciar la cosificación de las mujeres y las niñas, protestar contra las leyes que impiden o dificultan el derecho al aborto, presentar una demanda por ser despedida al convertirte en madre, o una denuncia por acoso sexual en el trabajo, comparecer como testigo en un procedimiento por violencia de género en la pareja, oponerte a la custodia compartida automática, o al menos usar un lenguaje que haga visible a las mujeres, y si además de algo de eso hacías algún comentario sobre Mary Wollstonecraft, o Clara Zetkin o Virginia Woolf o Clara Campoamor, o Layla Baalbaki o Frida Hhalo, o Simone de Beauvoir o Greta Thunberg o Rigoberta Menchú o Alfonsina Storni o Tarana Burke o Unity Dow o Wei Tingting, o Trupti Desai, o Saher Khalifa o alguna otra feminista ilustre, pasabas a la categoría top del feminazismo. ¿Cómo se nos podía ocurrir ser tan radicales como para quejarnos? Cómo se nos podía ocurrir ocupar el tiempo y el espacio recordando a esas mujeres, sus preocupaciones y sus logros?
Éramos feminazis de solemnidad, ganado a pulso. Pero ahora no. Hace tiempo que no. Ahora basta con simplemente poner una mala cara ante una conducta masculina que te molesta para que te puedan soltar un sentido y a la vez frívolo “feminazi”. Te dan ganas de decir:“¿pero oiga, yo le he hecho escuchar a usted algo profundo sobre el feminismo? ¿Acaso le estoy exponiendo los debates feministas actuales?¿Le he dicho al menos que bajo el término feminista se agrupan un conjunto diverso de diversas corrientes sociales, políticas, culturales, económicas e incluso sexuales, con el objetivo común de luchar para alcanzar la igualdad real entre hombres y mujeres? ¿Verdad que no? ¡Pues entonces espere un poco antes de intentar empezar a insultar! Y luego ya, si quiere, intente insultarme pero con un poco de fundamento”.
Como ayer, que volvía a mi casa, y al pasar junto a un centro comercial vi cómo dos hombres jóvenes, uno muy alto y grueso, el otro delgado y bajito, se iban acercando a las chicas que salían del cine intentando cercarlas y tocarlas. Dos de ellas les llamaron guarros y capullos, lo que dado el comportamiento que habían tenido, me pareció muy descriptivo. Uno de ellos le gritó “Feminazis”. Fue un grito profundo y alto que retumbó a lo largo de la calle, y que no encontró más respuesta que un encogimiento coordinado de hombros, y un susurro de la que parecía la chica más joven: “¿qué es eso?” La otra le contestó: “ni idea”.
Me dieron ganas de ponerlas al tanto pero me pareció en ese momento más útil llamar a la policía porque los dos jóvenes seguían erre que erre molestando a otras chicas. El policía que me atendió no parecía conocer que la ley del Sólo sí es sí, además de cagarla con la rebaja de las penas, había tenido muchos aciertos y entre ellos penalizar ese tipo de conductas. No parecía estar al tanto ni de la ley ni, en general, de lo que puede terminar afectando a las mujeres y a las niñas conductas de ese tipo. “Soy una feminazi”, me dieron ganas de decirle para motivarle. Pero luego pensé que eso ya no significa nada. Le pedí entonces que me pasara con su jefe o jefa y eso dio resultado.
Amparo Díaz ramos es abogada, especialista en violencia de género.