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EL POZO DE LAS NARANJAS
Por Carmen Herrera Castro
Relato 5
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El olor a azahar, en primavera, a naranjas verdes en verano, amargas en otoño, y a mermelada de naranja en invierno, se expande por el Ahaggar, sin que pueda contemplarse un solo naranjo, ni siquiera un limonero o mandarino, sólo kilómetros y kilómetros de arena dorada, recalentada por el sol, montañas de lava roja, y dunas anaranjadas. El aroma se hace más y más intenso cuando te vas acercando al foco desde donde emana el efluvio, fragante y fétido a la vez. El epicentro es un pozo, situado en el núcleo de un palmeral, donde flotan cientos, qué digo cientos, miles, de naranjas que prestan su color y su sabor al agua del pozo, al que, desde hace siglos, acude la ettebel de los kel ahaggar a beber y a coger naranjas, que hay que consumir allí mismo, porque, si se sacan del palmeral, se pudren automáticamente.
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Dice la leyenda que únicamente los kel ahaggar pueden alcanzar el pozo sin perecer en el intento, porque es un lugar secreto, hermético y cambiante, creado para ellos por la mismísima Tamuenoukalt, Tin Hinan, que, tras comer una naranja, esparció las semillas en los alrededores del pozo para que a su pueblo nunca le faltara alimento. Los naranjos crecieron invertidos, extendiendo sus ramas hacia las profundidades de la tierra; por eso los árboles no pueden verse; tan sólo las flores y los frutos cuando brotan, flotando, en el pozo.
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Carmen Herrera Castro es poeta, fotógrafa, ilustradora, editora, médica especializada en Medicina Nuclear y presidenta de la Fundación María Fulmen.