LA PREGONERA FEMINISTA
La feminista histórica y catedrática de Filosofía, Amelia Valcárcel, se ha convertido esta Semana Santa en noticia no tanto por su cese del Consejo de Estado sino por su pregón de apertura de los días grandes en la localidad asturiana de Candás. Ha sido en la Iglesia de San Félix, ante un nutrido y expectante público, donde ha pronunciado su proclama centrada en las respuestas a muchas preguntas que le han hecho sobre la iconografía cristiana, entre otras la que fuera su amiga Fátima Mernissi (Fez 1940- Rabat 2015) escritora, historiadora, socióloga y feminista marroquí, premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2003. De San Francisco de Asís a Unamuno pasando por Velázquez, Gabriel y Galán y Lope de Vega, el discurso de Amelia Valcárcel, cuya versión íntegra ofrecemos desde aquí, repasa la evolución histórica de las imágenes cristianas.
EL SANTO CRISTO DE CANDÁS VINO DE LA MAR
Por Amelia Valcárcel
Cuando por obligación de estudio, se ha tenido frecuentemente que viajar a lugares en los que profesan otras formas religiosas, frecuentemente las personas europeas nos vemos en la ocasión de escuchar este juicio: «Lo que me resulta insoportable y no entiendo de la religión cristiana es esa imagen de un ser humano torturado a la que ustedes adoran; es estremecedora y repugnante».
Lo escucharon los primeros jesuitas en China y también en Japón; me lo dijo un muy respetable sabio y amigo en Nepal. Me lo soltó también, en una comida agradable en Oviedo, la feminista y Premio Príncipe Fátima Mernissi. Decidí entonces, por ya muy repetido, no responder del todo… Pero…
Verás Fátima…El crucificado no siempre fue la imagen cristiana más importante y extendida. Y esto tiene algo que ver con los Cristos que vinieron por mar. A ver si logro contarlo. Durante casi mil años la imagen preferida fue el Buen Pastor. Después la majestad de Dios en el Juicio Final. Pero el cristianismo tuvo un genio que cambió todo, Francisco, Francisco de Asís. De tener miedo de la cólera divina pasamos a sentir piedad por el sufrimiento de Dios. Fue un cambio estremecedor.
Dios vendría a juzgar en el futuro, pero en el presente, era crucificado cada día en la misa y recuerdo la magnífica tabla, los sacramentos, de Van Eyck. Asistiríamos al recuerdo de su muerte que se había realizado para salvarnos. Sólo entendiendo esto cabía también esperar la resurrección. Pero la imagen es la imagen. En algunas de ellas los rasgos del Pantocrátor se cruzan con los del cordero llevado inocente al sacrificio. Los de la omnipotencia con los del Varón de dolores. Es importante estudiar las imágenes y por qué cambian.
Las imágenes de Cristo Crucificado intentan excitar nuestra piedad, que nos compadezcamos del Dios y Hombre. Y lo hacen con recursos excesivos, expresionistas, forzando el dolor y la mucha sangre en muchos casos. A mal Cristo mucha sangre. Pero también al contrario, rescatando el sentido espiritual del sacrificio. Pensemos ahora en la que es, probablemente, la imagen más meditativa de Cristo que jamás se haya pintado, el de Velázquez. Recuerdo estar ante ella, en el Museo del Prado, con la Reina Doña Sofía. Yo algo comenté acerca de lo especial de aquella manera de representar. Y ella dijo «es como para la meditació». Ese lienzo fue encargado para las monjas de San Plácido, por un suceso antisemita…pero eso es otra historia.
Ahora lo que importa es que cuando se pintó varias imágenes de bulto habían ya arribado por el mar a las costas españolas. Había sucedido en el Cantábrico, en el Atlántico…La religión cristiana ha padecido fuertes momentos de iconoclastia, porque el culto a las imágenes no estuvo nunca exento de polémica. Eso puede ser uno de los motivos: una comunidad deja en el mar y a su suerte a sus imágenes a fin de que no sean destruidas por quienes buscan hacerlo. De otros quizá sea cierto que provengan de los propios Cristos que algunos barcos grandes a veces llevaban para su protección y ayuda. Para calmar el mar echó a sus olas Santa Elena uno de los clavos de Cristo que había encontrado en Jerusalén.
Salvaciones o exvotos, hay unos treinta en España y varios en Portugal, pero también en América, el Cristo Negro de Portobelo en Panamá, el argentino Cristo de Salta o el Cristo de Esquipulas en Guatemala. El de las Claras de Palencia, hallado por Enríquez en 1370…en Orense, Finisterre…Del siglo XVI en Burgos, Sádaba, el Cristo de la Sangre de Málaga, Balaguer, Conil, Cádiz, Herencia (Ciudad Real), Valencia…y Candás. Tenemos en Asturias también esa suerte. Son muy distintos, pero se parecen. Son muchas veces tallas. Alguno de cuero. Otros claramente imágenes de las galeras, que proceden de naufragios, incluso otros son exvotos dados al mar para librarse de alguna terrible ocasión, tempestad o pestilencia. Los del siglo XVI y XVII, casi con seguridad son Cristos echados al mar desde la iconoclastia protestante primero, puritana después.
Mucho han sufrido. Primero en el mar, algunos también después, como éste de Candás. Salieron de manos humanas para recordarnos asuntos fundamentales. Nos llegaron del mar por un camino milagroso para lo mismo, ponernos delante de los ojos esos asuntos. El Cristo de Velázquez, ya se dijo, obliga a meditar. Fue la creación de un genio. Así lo cuenta Gabriel y Galán en el poema que le dedica:
«Lo intuyó cuando estaba dormido,
porque sólo en las sombras del sueño
se nos dan las sublimes visiones,
se nos dan los divinos conceptos,
la luz de lo grande,
la miel de lo bello…
¡Lo amaba, lo amaba!
¡Nacióle en el pecho!
No se puede soñar sin amores,
no se puede crear sin su fuego…
Y el amor, el imán de las almas
le acercó la visión del Cordero,
la visión del dulcísimo Mártir
clavado en el leño,
con su frente de Dios dolorida,
con sus ojos de Dios entreabiertos,
con sus labios de Dios amargados,
con su boca de Dios sin aliento…,
¡muerto por los hombres!,
¡por amarlos muerto!
Y el artista lo vio como era,
lo sintió Dios y Mártir a un tiempo»
Querida Fátima…verás…a presenciar las ultimidades nos obliga esta imagen. En ella la divinidad se humaniza hasta extremos paradójicos. Cristo ha sido pintado, tallado…y extraordinariamente bien descrito por nuestros poemas y también por nuestras canciones. A este de Candás se le canta con rosas y claveles. Recordemos a Lope, su soneto a un Cristo. El poeta, y un poco golfo, Lope no llama a Cristo para compadecerse de su sufrimiento, sino para que escuche los suyos, porque así de egoístas solemos ser en nuestras oraciones.
Me refiero al que comienza…«Pastor que son sus silbos amorosos…». Y termina:
«Oye, pastor, pues por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.
Espera, pues, y escucha mis cuidados,
pero ¿cómo te digo que me esperes,
si estás para esperar los pies clavados?»
Unamuno, ese filósofo español, impone a su visión de Cristo su pesimismo antropológico: ante la imagen del dolor más solo y engañado, invoca a la cansada tierra.
«Blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra…»
Y con su visión reinterpreta el camino al amor de la muerte.
«por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida»
Creo que ni siquiera Unamuno es capaz de arrostrar el verismo que el Crucificado entraña. Porque pienso que no; que a pesar de las imágenes nunca podemos intuir la profundidad de la soledad amarga en que se nos pide que meditemos.
«Tú que callas, ¡oh Cristo!, para oírnos,
oye de nuestros pechos los sollozos;
acoge nuestras quejas, los gemidos
de este valle de lágrimas. Clamamos
a Ti, Cristo Jesús, desde la sima
de nuestro abismo de miseria humana…»
No se siente en su hermoso poema la angustia y el temblor, el estremecimiento de quien, por fin, comprende lo que tiene delante. Y se horroriza.
Así que Fátima, querida amiga que ya no estás en el mundo… Puede que nuestra imagen te escandalice. Pero verás, a nosotros mismos nos cuesta comprenderla. La mucha familiaridad nos la oculta.
Tanto lo hemos visto que no lo vemos. Terminaré con este mismo sabio. Unamuno da un consejo:
«Y muramos
de pie, cual Tú, y abiertos bien de brazos,
y como Tú, subamos a la gloria
de pie, para que Dios de pie nos hable».
Y añado que conviene que así la recibamos, de pie, en silencio serísimo, entendiendo a su través lo que es un ser humano.