«UN TRASTO MUY CREATIVO«
Por Concha Cobreros
Tenía por entonces unos doce años y el mundo vivía una época muy difícil, cuyos ecos de guerra apenas llegaban a una niña. Aún no existía el Banco de Alimentos. Y menos en la remota aldea montañosa en la que se dieron los hechos.
Laura, que así se llama, estaba sentada en la puerta de su casa, a los pies del inmenso rosal de pitiminí que cubría la fachada de piedra. La mañana era luminosa y fresca y el olor dulce de las pequeñas rosas la habían dejado un buen rato sedada, dando un corto sosiego a su talante revoltoso.
De pronto apareció en escena una chica a la que nunca había visto en el pueblo. Venía por la calle paseando un embarazo de cierta importancia. Llevaba la ropa más desastrada que Laura había visto jamás. Y sin embargo… con qué desparpajo y qué elegancia andaba. Debía de tener la edad de Marianita, o sea, 16 años. Y el niño –diagnosticó Laura con ojo experto- nacería un poco antes que el de la tía Elena, es decir, en unos tres meses.
Todo esto pensaba Laura con el ceño fruncido y expectante mientras se arrancaba costras de la rodilla izquierda, lo que la ayudaba a concentrarse, y observaba cómo nadie le hacía caso a su amiga. Y es que ésta, con una sonrisa y nulo éxito, intentaba leerles la mano a los descreídos viandantes.
Entonces a Laura se le encendió la bombilla de su traviesa imaginación. Llamó a la chavalita y le contó por lo bajini la vida entera de la viuda que vivía frente a su casa. La chica, que lo pilló al vuelo, se dirigió como una flecha a la casa señalada:
¡Pom! ¡Pom!, llamó a la puerta.
-¿Quién es? –contestó la viuda.
-Una gitanita que viene a verla doña Paquita.
Se abrió la puerta y asomó el gesto osco e intrigado de la viuda. Laura no podía oír la conversación, pero veía los ojos asombrados de Doña Paquita a quien la pizpireta embarazada le estaba leyendo en las rayas de la mano toda su vida pasada y parte de la futura.
A Doña Paquita le debió de parecer todo un portentoso milagro porque la chica salió del lance con dos bolsas llenas de comida y unas pesetas en el bolsillo. Cuando pasó por delante de Laura, le dirigió una sonrisa jubilosa y un guiño cómplice:
-Dios te lo pague, guapa.
Y se fue otra vez por la calle abajo paseando su tripita y las bolsas de comida con el mismo garbo resuelto con el que había llegado.
La abuela de Laura, que había observado la escena, sonrió con ternura. Su nieta era un
trasto, pero un trasto muy creativo, y tenía un corazón de oro.
Concha Cobreros es empresaria, publicita, periodista y colabora con el Banco de Alimentos de Andalucía
Relato compartido con la Newsletter del Banco de Alimentos de Andalucía