EL VERANO Y SU DESORDEN
Por Concha Cobreros
El verano, que ya se nos escapa, es fabuloso, despierta todos nuestros sentidos, es alegre y vital. Pero es desordenado, no es capaz de dejar nada en su sitio. Es un desorden coyuntural. Pero es desorden. Tantas bolsas, bolsos, macutos, maletas…
La terraza en agosto se convierte en pura anarquía playera: en una silla un bañador mojado, en otra los escarpines llenos de arena, más allá una toalla de colores desvaídos por el sol…
Los pareos se adueñan del tendedero y allí se cuelgan para jugar con el viento como si fueran cometas de surf. Eso, si las sábanas, que también quieren volar, les dejan sitio.
¿Y el trasiego de ropa y lavadoras? Porque, planchar, no planchamos, menos mal, pero algunos dormitorios parecen mercadillos.
Y luego, ya que estamos de vacaciones y tenemos tiempo, se nos ocurren las pequeñas excursiones turísticas y culturales de un par de días. Todo el tiempo p’arriba y p’abajo… con los macutos, las bolsas, los bolsos y las maletas.
Las cosas, entonces, aprovechan para esconderse y después aparecen cuando les da la gana. O no.
Por ejemplo, uno de estos días perdí mis zapatillas de yoga. Sabía que estaban en la casa. Pero desde luego… no donde yo las había dejado. Y garantizo que nadie más en esta casa hace yoga. Finalmente aparecieron en el cajón de los calcetines. Las pobres se sentirían extrañas con los rudos zapatones de deporte y las alpargatas de cuñas y dieron un salto al rincón de los calcetines, con los que se sentirían más identificadas. Lo malo es que los escarpines llenos de arena también se «sintieron identificados” y en ese cajón se ha armó la de dios es Cristo.
Me pone nerviosa perder cosas. He puesto bajo llave un pequeño regalo que tenemos para nuestro consuegro porque no me fío de que el objeto en cuestión aproveche los últimos días de verano para esconderse y desaparecer. Voy cada poco a mirar si sigue en su sitio y, de momento, sigue ahí.
Y es que las cosas, sobre todo las pequeñas, sienten un gran placer escondiéndosey burlándose de nosotros mientras las buscamos. Yo me imagino a mis llaves muertas de risa y jugando al “frio-frío, caliente-caliente” cuando doy vueltas desesperada por la casa registrando bolsos y cajones y mirando hasta debajo del sofá. Y esto pasa sobre todo en verano.
Pero me encanta esta temporada con su desorden y todo. Con su ropa ligera tan fácil de poner y quitar, con los deditos de los pies al aire, con las pieles tostadas, con sus días eternos, sus increíbles puestas de sol, sus cervezas heladas con aceitunas…Y todavía, en esta tierra que vivimos, nos queda mucho verano que disfrutar.
Luego me encantará el otoño, quizás la estación más bonita. Y el invierno, hogareño, con su chimenea, su sol tibio. Y no digamos la explosión vital de la primavera.
Pero todavía estamos en verano: aire libre, sol brillante, colores vivos… y desorden.
CODA
Cuando la imagen de media España achicharrada nos encoje el corazón, Trump pierde la cabeza, Gaza se muere de hambre y las mafias del tráfico de personas hacen su agosto, no parece el momento adecuado para frivolizar sobre el verano. Y sin embargo es lo que se me ha venido a la cabeza.
El verano fabuloso con su fuerza, su relajación de normas, su libertad, sus risas, su alegría…
La muerte y la risa. La guerra y la amistad. El odio que consume y el amor que salva.
La luz y la oscuridad.
El bien y el mal.
Eso es lo que somos.
Concha Cobreros es empresaria, publicista y periodista.
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