«UN HÉROE EN EL ESPIGÓN»
Por Concha Cobreros
Sabemos que el suicidio es un enorme problema social y sanitario. Forma una parte dolorosa de nuestro mundo. El INE (Instituto Nacional de Estadística) publica todos los años la cifra registrada de este tipo de muerte: Tantas personas diarias en España, tantos miles anuales en el mundo, tal tasa por número de habitantes, tal tasa por sexo, tal por edades… Es una estadística muy estudiada. Lo tenemos asumido.
Por otra parte, en la Literatura el suicido ha protagonizado infinidad de novelas, obras de teatro y poemas. Y gran cantidad de escritores, artistas de todos los ámbitos, y personajes históricos de todas las épocas han elegido esta muerte voluntaria. Lo miramos con respeto.
Y por supuesto la Filosofía ha planteado las más profundas preguntas y las más variadas respuestas.
Pero cuando Andrés, periodista que tantas noticias había dado de este orden, se encontró ante un hombre que quería quitarse la vida, se olvidó de todas las estadísticas y todas las reflexiones filosóficas y le salió el héroe que no sabía que llevaba dentro.
Andrés no olvidará nunca el cuerpo esquelético y bamboleante de aquel hombre que se asomaba al borde del espigón. Debía de haber conocido tiempos mejores porque a la ropa, de buena calidad, le sobraban varias tallas, dejando entrever un cuerpo enflaquecido y frágil.
Tampoco olvidará la mirada atormentada de aquel hombre de unos 65 años y rostro demacrado que estaba a punto de saltar sobre sobre el furioso rompeolas.
Andrés no sabe de dónde le salió el impulso para acercarse a él y empezar a hablarle. Tranquila, pausadamente. No recuerda qué le dijo exactamente.
Sí recuerda que el hombre, remiso en un primer momento, fue cediendo gradualmente y empezó a hablarle. Primero haciendo un relato balbuceante de su intenso sufrimiento y desesperanza.
Poco a poco se fue serenando y le habló de su soledad, del abandono sufrido, de su falta… de todo… de trabajo, de amor, de la más mínima compañía.
Le contó, enseñándole las cicatrices de las muñecas, que no era la primera vez que lo intentaba. Y que había pasado por una clínica, pero que el alma no se la pudieron curar.
El hombre habló un largo rato. Andrés le escuchó.
Más tarde Andrés le invitó a un café. El hombre aceptó.
Se sentaron a saborear el mejor café de la zona en una terracita del puerto.
Mayo lucía esplendoroso en la hermosa mañana.
El cielo estaba muy azul, el mar olía a un verde intenso, el viento azotaba juguetonamente el pelo llevándose las malas ideas.
El hombre cerró los ojos relajadamente e inspiró como si quisiera guardar aquel momento.
La vida podía ser tan agradable…
Concha Cobreros es empresaria, publicita, periodista..