«CIEN MIL DUCADOS TIENEN A PEDRO»
Por Concha Cobreros
«…un caballero calatravo, distinguido con todos los dones de la fortuna, mimado por la vida, bello, rico y … crápula, se cae un día del caballo como San Pablo…»
Miguel Mañara es un personaje intenso de nuestra cultura, un arquetipo atormentado y contradictorio de nuestro barroco. Disoluto durante treinta años y entregado al rezo y a la caridad el resto de su vida.
Con la misma pasión con la que se dio antes a sus calaveradas, creó luego su única obra escrita, “El discurso de la verdad”, en cuyo capítulo XXII dice:
«Y yo, que escribo esto (con dolor de mi corazón y lágrimas en mis ojos confieso), más de treinta años dejé el monte santo de Jesucristo, y serví loco y ciego á Babilonia y sus vicios, bebí el sucio cáliz de sus deleites, é ingrato á mi señor serví á su enemiga, no hartándome de beber en los sucios charcos de sus abominaciones: de lo cual me pesa, y pido á aquella altísima é imperial bondad perdón de mis pecados«.
Cuenta la leyenda que este hombre, que inspiró el mito de Don Juan, el Burlador de Sevilla, vio pasar una noche su propio ataúd por el barrio de Santa Cruz y que aquella visión cambió su vida para siempre. No es para menos. Y cuenta también la leyenda que Mañara plantó unos rosales que llevan siglos floreciendo en el Hospital de la Caridad, donde fue enterrado en 1679.
Pero más allá de la leyenda, su obra permanece.
En aquella Sevilla del siglo XVII, rica, lujosa, ostentosa y esplendorosa en su arte y su literatura y con hambrunas y epidemias que causaban enormes mortandades. En aquella Sevilla de contrates, un caballero de la más alta posición, nacido en un bellísimo Palacio de la calle Levíes -que hoy alberga parte de la Consejería de Cultura de La Junta de Andalucía- un caballero calatravo, distinguido con todos los dones de la fortuna, mimado por la vida, bello, rico y … crápula, se cae un día del caballo como San Pablo, figuradamente, y se convierte en el más pío y religioso de todos los seres. Bien está lo que bien acaba, que decían nuestros mayores.
Don Miguel Mañara y Vicentelo de Leca, dejó a un lado, a partir de su conversión, sus costeados ropajes y tren de vida y vistió con humildad el hábito de la Hermandad de la Santa Caridad. La labor de esta Hermandad era la más necesaria y dura que pueda imaginarse: los monjes pedían limosna para recoger los cadáveres del río, enterrar a los muertos que se amontonaban en nuestras calles porque no tenían quien les diera sepultura, asistir a los más pobres o acompañar a los ajusticiados hasta el último momento.
Todas estas tareas las desarrolló Don Miguel obedientemente, al servicio de sus señores los pobres. Unos años más tarde, ya hermano mayor de la Santa Caridad, Mañara movió Roma con Santiago hasta terminar las obras de la iglesia de la Hermandad, iglesia de San Jorge, y construir un hospital que daría cobijo a numerosos pobres y enfermos. Hoy, sin duda, uno de los más tremendos edificios del patrimonioartístico de la ciudad de Sevilla.
Tras su muerte, Miguel Mañara comenzó a ser venerado, no sólo por sus hermanos de la Santa Caridad, sino por gran parte del pueblo que conocía su devoción y obra. En 1985, Juan Pablo II le otorgó el título de Venerable. La Hermandad de la Santa Caridad sigue trabajando por su beatificación.
Y una última frase de El discurso de la verdad que llama la atención por su perfecta y eterna actualidad:
“… y así no se ha de decir: Pedro tiene cien mil ducados, sino cien mil ducados tienen a Pedro”.
Concha Cobreros es empresaria, publicita y periodista.
Ilustración de portada: María del Mar Domínguez González
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