«CUENTO DE NAVIDAD«
Por Concha Cobreros
Sentado en un banco de una calle comercial de su ciudad, Don Fermín observaba escéptico la gran movida navideña. Luces chillonas, felicitaciones luminosas, varios Papa Noël y Reyes de Oriente… y ruido, mucho ruido.
Debió de ser un hombre muy guapo. Tenía carisma. Miraba con seguridad y aplomo. Los ojos grandes, las cejas bien perfiladas y blancas, como el pelo de león albino, la barbilla partida, los labios finos un poco tristes. Apoyaba sus manos cruzadas y su magnífica mandíbula en la empuñadura de plata de su bastón, colocado firmemente entre sus piernas.
-«Todo esto es falso, solo luces de led, plástico estridente y purpurina», pensaba con su ceja derecha alzada.
La gente miraba escaparates, compraba regalos, reía feliz sin motivo aparente…
-«Todos víctimas del peor consumismo«, pensaba.
Recordaba las navidades de su infancia. Entonces todo tenía sentido. El centro era su madre, bellísima hada mágica que, con su fuerza y empuje, lo mismo te montaba el Belén, que preparaba la más especial de las comidas o decoraba la casa como en un cuento. Además, curaba los resfriados, ponía las inyecciones prescritas por el médico, conducía cuando ninguna mujer lo hacía aun, te contaba al detalle la última película de Hitchcock y, desde luego, repartía órdenes inapelables entre toda su tropa. Porque, eso sí, era un sargento, y estaba convencida de que la educación de los niños no era una cuestión de pamplinas. Era una madre estupenda y todos la adorábamos, pensaba Don Fermín. La reina de la casa para todos nosotros. Daba gracias al cielo por haber tenido una infancia tan estupenda. Y es que… todo tenía sentido en la infancia.
En estas reflexiones andaba ensimismado cuando, de pronto, apareció en escena una niña de unos ocho años dando volteretas. Pensó que en cualquier momento la niña podía salir volando como Peter Pan, tal era su agilidad. Cuando terminó sus increíbles piruetas, la niña se le paró enfrente mirándole con una deslumbrante sonrisa. Tenía un precioso y sedoso pelo oscuro, la piel dorada, los ojos chispeantes y unos increíbles hoyuelos que le salían en las mejillas al mostrar su mellada sonrisa.
–«Hola», le dijo la niña. «Te he traído un regalo».
Don Fermín, desconfiado, negó con la cabeza y la mano, pensando que querría venderle o pedirle algo.
-«No te preocupes», le dijo la niña. «Somos vecinos y te conozco de vista. Y como siempre te veo sólo te he traído un regalito. Pero no lo puedes abrir hasta el Día de Reyes«.
La niña se le acercó y le ofreció una pequeña cajita. Era roja acharolada y estaba cerrada con un lazo de seda brillante también rojo.
El hombre, que todavía no había salido de su asombro y desconfianza ni había dicho media palabra, hizo ademán de abrirla, pero la niña lo detuvo con su irresistible sonrisa.
-«Noooo, no la puedes abrir hasta el 6 de enero.»
Don Fermín entró al juego y su cara se iluminó:
-«¿Hasta el 6 de enero? ¡Pero para eso todavía faltan… -dijo comprobando el calendario en su móvil- 17 días !
-«Pues tienes que esperar», dijo la pequeña.
La niña dio un par de volteretas más, le hizo una especie de reverencia y, mostrándole por última vez sus preciosos hoyuelos, desapareció tan mágicamente como había llegado.
El hombre guardó la cajita roja en el bolsillo izquierdo de su abrigo y se fue a su casa sonriendo. En la mano derecha llevaba su elegante bastón, con la izquierda le daba calor a la cajita.
Pasaron los diecisiete días, que Don Fermín vivió con una mirada diferente, llena de ilusión y de recuerdos.
Y llegó el Dia de Reyes. Don Fermín, impaciente, antes de ducharse y afeitarse, calzando aun sus pantuflas y su batín, abrió la cajita. En su interior había un pósit amarillo con un mensaje escrito con letra infantil y rodeado de florecitas de colores.
-«Esta es una cajita mágica. Cada vez que la abras se te escapará una sonrisa».
Firmado: Sophía
Y efectivamente, así ocurrió durante años y años. El hombre iba a de vez en cuando al rinconcito donde guardaba su cajita roja. Y siempre, siempre ocurría el milagro anunciado por Sophía aquella Navidad: cuando la abría le aparecía en la cara una amplia y cálida sonrisa.
Concha Cobreros es empresaria, publicista y periodista.