CARMEN DE BURGOS
Por Eloísa Galindo
La tierra roja bajo mis pies
fue testigo de mis juegos infantiles.
El volcán de mi niñez jamás me ha abandonado. Lo llevo dentro.
Caí hasta el fondo y desperté a una nueva vida
Me reinventé desde la desesperanza.
El olor a tinta, a imprenta y la rotativa me enseñaron amar las letras
el placer de saber es infinito
la curiosidad dirige mis pasos
el compromiso me afirma en la tierra.
El viaje más importante de mi vida es el viaje hacia mi interior, hacia mi esencia. Viajé hacia fuera para sentirme dentro.
Las guerras más duras son las que se libran en el interior de nuestras casas.
Ser corresponsal de una guerra exterior como descanso de la guerra interior.
«En mi inolvidable Rodalquilar se formó libremente mi espíritu y se desarrolló mi cuerpo. Nadie me habló de Dios ni de leyes, y yo me hice mis leyes y me pasé sin Dios», contó en ‘Autobiografía’, en la revista Prometeo, publicada en agosto de 1909. «Allí sentí la adoración al panteísmo, el ansia ruda de los afectos nobles, la repugnancia a la mentira y los convencionalismos. Pasé a la adolescencia como hija de natura, soñando con un libro en la mano a la orilla del mar o cruzando al galope las montañas»
«No encontró en la brusquedad del deseo de Antonio la dulce ternura y la suave caricia que había esperado. No podía olvidar la sensación de miedo que sintió, el deseo de huir y cómo tuvo que replegarse y que esconderse en sí misma ante la ruda acometividad de su marido, que no se preocupó para nada de su pudor alarmado ni de su espíritu».
Ramón Gómez de la Serna lo contó así años después:
«Hasta que un día a Carmen se le murió un hijo “en los brazos, sin saber que se la moría, porque como tenía la fiebre, confió en aquel ardor, hasta que se lo quitaron de entre los brazos”. Carmen, cuando sintió que se lo quitaban y el porqué se lo quitaban, cerró los ojos presa de un ataque a la cabeza. Cuando despertó, cuando “remitió” la muerte, era otra, es decir, era la misma, sino que resuelta, llena de insubordinación, con un habla nueva y desatada, extraña a las cosas de su alrededor, combativa y libertada».
«Yo aprendí a leer espontáneamente en la plana de anuncios de ese Jornal que iba a perderse en las soledades de mi cortijo de Rodalquilar. La impresión que hacían en mi ánimo las negritas rotundas, redondas y gruesas de sus letreros no se ha borrado aún»
«En aquel periódico, para ayudar a sostener mi hogar, me vi precisada a trabajar de cajista; y como mi marido, esclavo de sus vicios, no se ocupaba del periódico más que para sacarle provecho, muchas veces, para poder componer original, me valía de la tijera y recortaba de otros periódicos; otras, redactaba yo unas cuartillas, y así fui adquiriendo el entrenamiento periodístico».
Ni me lavo ni me peino
ni me pongo la mantilla,
hasta que venga mi novio
de la guerra de Melilla.
Melilla ya no es Melilla,
Melilla es un matadero
donde van los españoles
a morir como corderos.
«Me siento invadida de una tristeza profunda. El soldado en campaña inspira un sentimiento de respetuosa ternura, que no sentimos al contemplarlo en tiempos de paz. Todos los días, al verlos salir con el convoy, morenos, sudorosos, llenos de polvo, experimento algo semejante a la tierna piedad que parece desprenderse del ambiente de amor y lágrimas con que los rodea el recuerdo de las madres y las amantes lejanas».
«He tenido respecto a esto ocasión de hacer una observación importante del espíritu de la mujer. Muchos me enseñan retratos y cartas de sus hijos y de sus esposas. Estas últimas se quejan del dolor de la separación y expresan todas las angustias propias de las mujeres amantes que ven en peligro a los seres queridos; pero todas censuran con desprecio a los militares que pidieron la separación del servicio o rehuyeron acudir a la guerra».
Unos veinte días después, volvió a Madrid y escribió un artículo titulado ‘¡Guerra a la guerra!’. La consideraba una suprema barbarie humana y defendió el derecho de todo humano a negarse a matar. En su libro Al balcón, habló de los pioneros de la objeción de conciencia:
«El mundo civilizado pone el fusil en la mano del hombre, le da orden de matar, y si el hombre arroja el arma y rehúsa ser homicida, se le trata como delincuente… Todo hombre debe, ante todo, y cueste lo que cueste, negarse a tal servidumbre».
«Creo que el porvenir nos pertenece», escribió en la revista Mujer el 27 de junio de 1931
La tarde del sábado 8 de octubre de 1932 la escritora acudió a la sede del Círculo Radical Socialista para participar en una mesa redonda sobre educación sexual. Quería acabar con esa imagen pecaminosa que los clérigos daban al amor dentro de la alcoba. «En las bodas del futuro», indicó, «al tomarse los dichos, deberá acudir el médico en vez del confesor».
Pero, de pronto, empezó a sentirse mal. Muy mal. Exhausta. En la sala había dos médicos y también llamaron a su amigo y doctor Gregorio Marañón. «Una vez los tres médicos reunidos se procedió a hacer una sangría y a la inyección de varias ampollas de aceite alcanforado. Sin embargo, la ilustre escritora continuaba empeorando», escribieron al día siguiente en el periódico El Sol. «A pesar de su estado, conservaba la serenidad. Sin perder energía pronunció estas palabras: “Muero contenta, porque muero republicana. ¡Viva la República! Les ruego a ustedes que digan conmigo: ¡Viva la República! (…) Se avisó a una ambulancia que trasladó a doña Carmen de Burgos a su domicilio donde falleció a las dos de la madrugada».
Enterraron a Colombine en el Cementerio Civil de Madrid, un día de lluvia fina.
Franco incluyó su nombre en la lista de autores prohibidos junto a Zola, Voltaire o Rousseau. Sus libros desaparecieron de las bibliotecas y las librerías.
(Textos extraídos de la exposición sobre su vida expuesta en la biblioteca Infanta Elena de Sevilla. Organizada por la Real academia de las Letras de Andalucía)