UNA MUJER QUE AMABA PROFUNDAMENTE LA VIDA
Han pasado 10 años, tantos años y el mismo dolor y la misma sociedad cruel para las mujeres. Diez años hace que fuiste asesinada, diez años desde que te perdí, desde que te perdimos. Y lo más importante: diez años desde que te arrebataron la vida. Tan vital, con tantas ganas de seguir explorando, de seguir disfrutando con las pequeñas cosas, incluso de seguir viviendo una vida que no te fue fácil.Me apetece adaptar y compartir una semblanza sobre mi madre, que escribí hace un par de años, desde la tristeza personal, desde la rabia colectiva, desde la necesidad de seguir luchando, por lo que de ella aprendí.
Por Charo Luque, su hija
Mi madre, Charo Gálvez López, era una mujer profundamente vital, una mujer que amaba la vida, a pesar de que la suya no fue fácil en algunos aspectos.
Nació en plena dictadura, en un pueblo pequeño de la Axarquía malagueña. Mis abuelos no estaban casados, ambos iniciaron una relación y a los siete años nació mi madre, hija de una pareja que nunca se pudo casar, dado que en la dictadura no existía el divorcio.
Éste no es un hecho intrascendente en su biografía, ya que tras años de espera para que cambiara la legislación, como eso no sucedió (“Franco no se moría”), y, dado que no podía ser inscrita como hija de dos personas que no estaban casadas y no eran solteras, mi madre fue inscrita en el Registro Civil como hija únicamente de mi abuelo, del que llevaba sus dos apellidos y de madre desconocida. ¡Qué paradoja: madre desconocida! Desde pequeña la definió su lucha contra las injusticias.
Creció, conoció a un joven de su pueblo, le atrajo su inteligencia -decía ella- y se casó a pesar de la oposición familiar y tuvo a mis dos hermanos y a mí. Nefasta relación en la que ella puso todo lo positivo que la caracterizaba: la verdad, la ilusión, la lealtad, la entrega, la superación, la vitalidad…, pero se dio de bruces con un hombre perverso y maltratador.
Era una madre cariñosa, orgullosa de sus hijos e hija, fomentando nuestra autoestima, siempre intentando construirnos como personas fuertes y libres. Nos educó en el respeto a los demás, nos inculcó la necesidad de implicarnos en la lucha por la igualdad, la justicia, por la construcción de una sociedad más justa.
“No se puede perder el tiempo”, nos decía, «siempre hay un lugar donde poner tu granito de arena”.
Decidió separarse de mi padre, un maltratador. Tardó años en decidirse, tenía tres hijos y ella no trabajaba fuera de casa y sabía que no sería pacífico.
Salió de inmediato a buscar trabajo y lo consiguió pronto. Al principio sólo por periodos cortos de degustadora/promotora en los supermercados, pero enseguida cambió al trabajo que fue el definitivo, con el que consiguió estabilidad económica, como representante de vinos, para varias empresas.
Los inicios fueron difíciles, “mi padre”, por llamarlo de alguna manera, que no estaba dispuesto a permitir que “no fuera suya”, la amenazaba, la perseguía y montaba escándalos en los bares de sus clientes, en su empresa, con el objetivo de que la echaran, de que no pudiera tener dinero para mantenernos y así volviera con él -pero no lo consiguió-; nos robó, nos saqueó la casa y utilizó otras formas de presión y amenazas, pero mi madre había dado el paso y se mantuvo firme.
Vivió, probablemente los mejores años de su vida, era una buena profesional, una magnífica vendedora, trabajaba mucho y cosechó nuevas amistades, nuevas relaciones. Le gustaba mucho bailar, la música… era, como ya he dicho, muy vital y le gustaba mucho “salir de marcha”.
Era una persona sincera, tal vez demasiado sincera, insultantemente sincera, odiaba las mentiras. Siempre decía que no merecía la pena mentir, que la gente tenía que quererte como eras, sin falsedades, que no merecía la pena construir una persona que no eras: “Se vive mucho más feliz siendo sinceros”, sin tener que acordarte de las mentiras que has dicho.
Como madre, la vida le dio duros golpes, pero los afrontó, los sobrellevó con dignidad y fortaleza, con mucha fortaleza. Pero el destino le deparaba otro mazazo: le detectaron un cáncer de mama bastante invasivo, sufrió varias operaciones y tratamientos, pero de aquello también salió.
Tuvo varias relaciones, de casi todas guardaba gratos recuerdos, unas fueron más importantes y otras menos. Pero, desgraciadamente, conoció al que sería su asesino José García Mayo: no había sintonía ideológica, no existían demasiadas cosas en común, pero en principio era una “relación pacífica”, sin más; una relación que pensaba podía funcionar: en su situación de salud y tras los duros golpes que la vida le había dado y, además, «no le gustaba vivir sola”.
Pronto en la convivencia, salieron a la luz el carácter violento del asesino, “no era con ella, era con el mundo”. Pero las diferencias empezaron hacerse insostenibles, la agresividad hacia la vida en general, se fue convirtiendo en una violencia verbal también hacia ella.
Mi madre tenía claro que no permitiría que “le pusiera una mano encima”, pero la violencia verbal, fue cada vez más continua y ella decidió acabar con la relación.
Había decidido divorciarse y, también, denunciar judicialmente esta forma de violencia machista: la violencia verbal. Pero tras calibrar las grandes posibilidades que tenía de perder ese juicio, aunque a ella la avalasen la razón y la verdad, decidió que no estaba dispuesta a que la justicia, tan injusta con las mujeres, con una sentencia desfavorable para ella, le diera “alas” al maltratador. Así que decidió descartar la denuncia y simplemente divorciarse y así lo hizo.
Pero una de sus muchas virtudes la sentenció: le permitió, a su ya ex marido, que como no tenía “a donde ir” que se quedara en su casa, en la casa de mi madre, hasta que encontrara donde trasladarse.
A pesar de la generosidad de mi madre, el asesino se permitía el lujo de montarle algún escándalo y ella le dio un ultimátum, la próxima vez lo echaba de su casa, eso fue en verano de 2013. Le advertimos, que cuando tomara la decisión “que ya estaba tardando”, que no lo hiciera estando sola, que nos llamase, que mejor ser precavidas.
Pero, no sabemos que pasó, el 5 de noviembre de 2013, ella estuvo de gestiones por la mañana, estaba contenta: todos los años nos compraba dos décimos de Lotería de Navidad, uno para mí y otro para mi compañera Soledad, pero este año había decidido cambiar la costumbre y comprarnos dos números distintos “para que tuviéramos más posibilidades” y a última hora de la mañana, sobre las 14 horas, habló con Soledad para decirle, que ya tenía su décimo. Esa es la última vez que tuvimos contacto con ella, que hablamos con ella, unas pocas horas antes, todo marchaba bien, estaba feliz.
Llegó a casa, al mediodía, no sabemos que ocurrió, probablemente a causa de algún insulto, mi madre se le acabó la paciencia y le dijo que se fuera de la casa; probablemente él se negó. Varios vecinos escucharon los gritos, pero como ellos mismos calificaron “se trataría de una pelea de pareja”, los gritos duraron casi una hora, pero eso no pareció importarle a nadie, declararon “que era lo típico de una discusión”. ¡Cómo puede ser tan sencillo inhibirse de situaciones de violencia, especialmente contra las mujeres!
Mi madre se colgó el bolso y salió de casa, llegó al rellano de la escalera, los vecinos escucharon sus gritos y los de él para forzarla a entrar, tampoco nadie intervino.
Y todo se calló, probablemente la golpeó, los hematomas de la cara evidencian que sufrió puñetazos, y consiguió meterla en casa y la asesinó, asestándole hasta 19 puñaladas.
A ella le dio tiempo a llamar al 091, pero no llegó a conectar y al minuto al 016, tal vez pensó que le harían más caso, pero nunca se supo que pasó con esa llamada, si llegó a hablar, si simplemente no pudo y no se preocuparon en intentar averiguar qué pasaba. Es evidente que el 016 cómo teléfono de emergencia, no tiene ni medios, ni validez ¿hasta cuándo?
El informe policial se permitió afirmar que las lesiones son “compatibles con un móvil pasional”, simplemente inaceptable, concluyendo después, que “nos hallamos ante un presunto acto de homicidio de…y por tanto de violencia de género, con posterior suicidio del presunto autor, motivo por el que se descarta la participación de terceras personas”.
Poco le importó a la Policía y a la Fiscal de Violencia contra la Mujer en Andalucía, que hubiera indicios que podían indicar que, en las 7 horas que pasaron entre el asesinato de mi madre y el cobarde suicidio del asesino, éste pudo contactar con terceras personas y que incluso pudo haber personas en la casa. Pero era más fácil dar carpetazo:
crimen pasional, violencia de género, en consecuencia, no hay terceras personas implicadas, un minuto de silencio y “a otra cosa”.
Quiero señalar, que el “trato personal” de la Policía fue correcto y que la actuación procesal y personal de la Jueza asignada a la causa fue correcta, incluso cercana y considerada; pero todo lo demás: diligencias policiales, intervención de la Fiscal, incalificable proceder y trato del Defensor del Pueblo… dejaron mucho que desear. Porque la Violencia contra las Mujeres, son para demasiadas personas y autoridades meras estadísticas, algo que recoger en los informes, sin más.
La violencia que sufrimos las mujeres es una violencia absolutamente minimizada: total sólo es violencia verbal…; es que las mujeres somos muy exageradas, es que estamos sobreprotegidas…; tenemos unas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad muy concienciados…; las instituciones dedican todos sus esfuerzos a trabajar contra esta “lacra social”…, bla, bla, bla.
Nosotras sabemos que todo esto es mentira.
Mi madre, Charo Gálvez López era una buena persona, con defectos y virtudes; desgraciadamente fue una de sus muchas virtudes: su generosidad, la que la puso en situación de especial riesgo, para que un “buen hijo del patriarcado” la asesinara.
Como dice mi prima, -su sobrina Marisa-, era muy generosa (económica y emocionalmente), con su simpatía, su sentido del humor… cuando estaba baja de ánimos llamaba a su tía y, a veces, no le contaba qué le pasaba, pero como siempre encontraba como respuesta “te quiero mucho”, su cariño incondicional le daba alas y ánimos.
Era una persona de izquierdas, consecuente, con valores, muy beligerante con las injusticias, convencida que la vida no se podía desaprovechar, que había que contribuir cada cual, con su granito de arena, para transformar la sociedad, para acabar con las desigualdades, era feminista y era, sobre todas las cosas, una persona que amaba profundamente la vida.
Sevilla, 5 de octubre de 2023