Nos siguen matando como a moscas…
Por Cristina Martínez
Treinta y ocho mujeres en lo que llevamos de año víctimas de sus parejas…
Mientras que, en algunos lugares del mundo, las mujeres estamos siendo ninguneadas masivamente hasta el punto de desaparecer como seres civiles, véase en todos los estados donde los fanáticos musulmanes llevan la vara de mando, en países occidentales como el nuestro, donde estábamos consiguiendo “casi” la igualdad, se nos mata como a moscas.
Está justificado matarnos, si no obedecemos.
En la mente de algunos hombres, las mujeres hemos nacido para servirles, honrarles y obedecerles. No conciben a una mujer capaz de hacerles frente o de poner en causa su potestad. Para sobrevivir con esos hombres al lado, se debe ser dócil y dependiente. Nada de igualdad ni de tonterías por el estilo. Una mujer libre e independiente es la representación misma del demonio y un modelo peligroso para el rebaño sometido, por lo tanto, hay que eliminarla para que no cunda su ejemplo.
Para muchos hombres, aunque no lo confiesen ni bajo tortura en público y lo disimulen en privado, una mujer debería darse con un canto en los dientes con tal de tener un marido al lado para protegerla y permitirle criar a un batallón de niños/as.
Lo que me preocupa es la aparente apatía de las feministas jóvenes de hoy respecto a ese modelo. Lo miran de lado, como si no les fuera ni les viniera, porque consideran que a ellas no las concierne. No se dan cuenta del peligro que entraña.
Muchas jóvenes que ya no han tenido que luchar por poder hacer con sus vidas lo que les diera la gana, sucumben en nombre del amor a hombres que las devuelven al estado de ciudadanas de segunda. Esas mujeres se pliegan a las exigencias de sus hombres renunciando a sus propios deseos y objetivos y olvidan de paso que la reciprocidad es la base de una relación sana.
Las libertades de las que gozan, gracias al esfuerzo ímprobo llevado a cabo por un par de generaciones previas, o sea: sus madres y sus abuelas, les pueden ser arrebatadas de un zarpazo. Por otro lado, la entrada masiva de musulmanes en los países occidentales no es un hecho banal. Las pocas mujeres musulmanas que, al socaire de esa bocanada de libertad hallada en los países occidentales, se atreven a desafiar a sus maridos, terminan mal. Y, en tanto sus comunidades crecen y asientan su modelo social, los hombres aprovechan y recuperan sus privilegios perdidos.
Cristina Martínez Martín es escritora.