QUE LAS REINAS SE SALVAN ELLAS
¿Quién iba a decirle a Camila que este 6 de mayo -un día para la historia- se encasquetaría la corona de la reina Mary (bisabuela de su marido), de un kilo y medio de peso y 2.200 diamantes, entre ellos dos del famoso Cullinan, el mayor de la historia y se sentaría en un trono real? ¿Cómo podía esperarse nuestra Parker-Bowles de toda la vida que se vería convertida en reina consorte entre los 2.800 invitados más ilustres del mundo y sería foco de una audiencia cercana a la veintena de millones de personas como las que siguieron el funeral de su suegra hace menos de un año?
¿Cuándo pensó nadie que la «otra», esa «mujer mayor» de pelo platino que fastidió el cuento de la familia feliz a la auténtica reina del pueblo, Lady Di, se vería entronizada por la misma ciudadanía que 25 años antes la repudiaba al conocer que se metía en la cama del casi eterno príncipe?
Y sin embargo, ahí la tienen. Camila ha vencido pese a su vilipendiado pasado sin que le haya hecho falta presentar dos meses ningún telediario o expresar cualquier tipo de perdón en público: porque ella lo vale y su suegra, la fallecida madre de todas las reinas, estaba allí para salvarla.
Fue a principios de siglo, cuando nadie apostaba por la «amante» ni un penique: todavía era reciente la disolución traumática del matrimonio Carlos-Lady Di y coleaba aún el escándalo conocido como «Camilagate» o «Tampongate» (1993) alusivo a la filtrada conversación telefónica entre Carlos y Camilla en la que bromeaban acerca de los deseos íntimos del entonces príncipe. Su relación con Carlos fue objeto de choteo generalizado, ampliado además por las incipientes plataformas y redes sociales y, sobre todo por la multitud fervorosa y admiradora de la mártir Diana.
Isabel II la rehabilitó. Para esa época su hijo Carlos se había divorciado por fin y Lady Di estaba muerta. Entendió eso de que lo de «Carlos y Camila no era negociable» y decidió unirse al enemigo antes de perder la batalla. Invitó a su futura nuera a su «jubileo de oro», la convidó a conciertos en Buckingham, dio su aprobación a que acompañara a Carlos a todos los eventos oficiales y… lo uno llevó a lo otro: aceptó que vivieran juntos en Clarence House, la que era casa y residencia oficial del actual rey desde 2003. Al poco tiempo, las encuestas del Reino Unido daban su aprobación al futuro matrimonio.
¿Una historia de amor que tiene final feliz? ¿Un «encoñamiento» llevado al límite? ¿Una decisión estratégica de una madre hastiada de líos familiares? Lo cierto es que la cabezonería por esta mujer del actual Charles III y, sobre todo, la bendición de Isabel II lograron la rehabilitación de la hoy reina consorte, Camila del Reino Unido. Y me quedo corta porque, más que una bendición, la decisión de la suegra resultó toda una consagración para la nuera y futura reina. Además, Camila vería así disipados sus temores escondidos de acabar como su bisabuela materna, Alice Keppel (1868-1947), que fue amante del también monarca inglés Eduardo VII y tuvo que marcharse a Colombia tras la muerte de este. Y es que hay cosas que la sociedad británica no perdona si no es por orden de una mano celestial, pese a ser de las más permisivas con las relaciones extramatrimoniales siempre y cuando sean discretas, especialmente en los círculos adinerados y aristócraticos.
«Yo soy una mujer también y entre nosotras nos conocemos», es lo que hubiera dicho la reina de un culebrón turco. Pero «in english», a Isabel II que por cierto no se le conoció en su larguísimo reinado ningún flirteo extramarital, le bastó dejarse acompañar por Camila e insinuar que sería una buena consorte coronada para que la sociedad cambiase de opinión. Algo que no intentó con su marido, el también fallecido duque de Edimburgo, que jamás fue coronado y se llevó a la tumba sus numerosos escaqueos.
Dios, católico o anglicano, no tuvo que venir a salvar a Camila, la controvertida mujer de eterno pelo blanco, para que pudiera sentarse junto a su marido el rey Carlos III en el trono de la Abadía de Wesminster y ser coronada reina. Se salvó ella sola gracias a otra reina, Isabel II y de paso entre ambas le solventaron a Carlos III, al que todo le cae del cielo, el enojoso asunto de recomponer su figura familiar para reinar a gusto. ¡Qué suerte tienen los hombres, sean monarcas o siervos!
Nani Carvajal