Por Cristina Martínez
«Que hay soluciones para no seguir destruyendo nuestro planeta, ¡claro que las hay!, pero nuestra actitud cobarde nos aleja de buscarlas, encontrarlas y actuar».
El verano de lluvias continuadas y temperaturas frescas no le ha dejado sitio al otoño. Se avecina un invierno sombrío pues muchas cosechas se habrán perdido anegadas por ese exceso de agua, mientras que, en otros lugares la sequía pertinaz producirá resultados parecidos…
No recuerdo un verano más lluvioso que el que hemos tenido en Quebec este año. La naturaleza ha querido desquitarse de la enorme herida sufrida y ha descargado esa lluvia salvadora y, asimismo, destructora…
Atrás quedaron los incendios que asolaron Quebec y merecieron que la bella provincia canadiense figurara en las primeras planas de toda la prensa mundial, así como en las noticias televisadas destacadas.
Los incendios han sido una constante en Canadá por razones naturales, pero han aumentado exponencialmente desde que el mayor depredador de la tierra los esté asolando intencionadamente o por descuido, ahora bien, nunca había ocurrido con las proporciones de este verano.
Más de diez millones de hectáreas, es decir, 100.000 kilómetros cuadrados o sea algo más de la totalidad de Andalucía han ardido y se han convertido en un inmenso y calcinado solar. Por fortuna las lluvias y la despoblación le están dando una tregua a esa destrucción masiva.
El problema, sin embargo, sigue en pie y con riesgo de empeorar. La profusión de incendios, las sequías y el calor excesivo, las inundaciones etc, son consecuencia de un maltrato extremado a nuestro planeta. Y mientras esto ocurre, la gente mira para otro lado, aletargada y manipulada por unos medios que han ido transformando a la población en zombis.
En lugar de ir hacia una sociedad cada vez más instruida, alerta y reactiva hemos caminado en las últimas décadas como los cangrejos, hacia atrás. Cualquier fruslería distrae a la opinión pública desviando su atención de los problemas reales.
Ahora bien, las personas todavía capaces de pensar y tener criterios propios se sienten impotente y tampoco actúan, porque quienes podrían y deberían hacerlo: los políticos tampoco lo hacen. Es un hecho. Estamos en manos a nivel planetario de una clase política a la que sólo le interesa conservar el poder a cualquier precio e implicarse lo menos posible en cambios que podrían poner en peligro su statu quo.
Que hay soluciones para no seguir destruyendo nuestro planeta, ¡claro que las hay!, pero nuestra actitud cobarde nos aleja de buscarlas, encontrarlas y actuar.
De modo, que seguimos cayendo de forma imparable y sin freno hacia el precipicio.
¿Qué planeta le estamos dejando a nuestros hijos y nietos?
Cristina Martínez es escritora