Por Amparo Díaz Ramos
Hay un lenguaje más antiguo que las palabras, y es el lenguaje de los gestos. Con él fue surgiendo, según lo veo yo, desde el primer momento, el idioma de la potencia, la fuerza física y la agresividad, y el idioma de la complacencia para sobrevivir. Más tarde se unieron las palabras para enriquecer el lenguaje de los gestos y del “estar”, ahondando en esas diferencias.
Palabras y gestos siguen siendo a día de hoy el tronco principal de nuestra comunicación, junto con el arte, la imagen, los accesorios y bienes con los que completamos nuestra presentación ante el mundo y nuestra narrativa. Cuando madres y padres, y la sociedad en su conjunto, transmiten su idioma a su descendencia, no transmiten vocablos neutros, transmiten con mayor o menor éxito una forma de ser y de estar en el mundo, unas herramientas para vestirnos, describirnos, imaginarnos y desarrollarnos, a base de lenguaje verbal y gestual. Y no le transmitimos lo mismo a los niños que a las niñas.
IRA/AMARGURA
El idioma que con más o menos intención trasmitimos a los niños es el de la confianza, de la fuerza, de la lucha, de la competencia, del riesgo, de la valentía, de la conquista, de la imposición, de la última palabra, de la realización de los propios deseos, del seguir intentándolo y no aceptar un no por respuesta. Es un idioma que favorece la ira y su expresión. Creo que podríamos llamar a ese idioma el Masculinol. El idioma que con más o menos intención trasmitimos socialmente a las niñas es el de eludir los conflictos, el de la concordia, el de la entrega, el de la obediencia, el de los cuidados, el de la complacencia, el de la delicadeza, el del agrado y la belleza, el de la renuncia, el de la prudencia o incluso miedo. Es un idioma que favorece la amargura. Creo que podríamos llamar a ese idioma el Feminol.
Ambos idiomas están llenos de grandezas y miserias. Ambos idiomas son limitativos y creo que la mayoría de las personas los vamos mezclando, por eso podemos encontrarnos hombres hablando feminol y mujeres hablando masculinol, de manera continuada o puntualmente. Y también podemos coincidir con otras personas que o no les gusta ninguno de esos idiomas, o no se les da bien ninguno, o no les representan, y están experimentando con otros.
Yo soy una feminol parlante a la que gusta usar de vez en cuando algunas herramientas de masculinol porque me sirven de complemento para reivindicarme o para reaccionar ante una injusticia.
Después de muchos años renegando en extremo de la ira, he descubierto que la ira a veces es útil y necesaria. Pero sin pasarnos.
Ese camino de un idioma al otro, es parte de mi forma de ser o más bien de seguir siendo, porque es un proceso, no exento de memorias. Sobre todo, me gusta la seguridad que trasmitía mi padre con sus gestos físicos, con su forma de entrar simplemente en cualquier sitio, basada en la confianza en sí mismo, creo que era un buen masculinol y me gustaría haberlo interiorizado. Y me gusta mucho la forma en la que mi madre se entregaba en cuerpo y alma, al más puro estilo feminol, a lo que ella consideraba que era bueno para la familia, me gustaría haber incorporado esa actitud pero aderezada con los gestos de realización individual que manejaba mi padre con tanta soltura. Me gustaría llegar a ser bilingüe en estos idiomas y ser capaz de desechar las aplicaciones tóxicas de cada uno preservando las beneficiosas. Y desde luego me gustaría llegar a expresarme en nuevos idiomas emergentes basados en el respeto, la creatividad y la libertad, una especie de nuevonol, o experimentanol, o aquíestamosnol. Hay mucho por explorar y por aprender.
Amparo Díaz Ramos es abogada, especialista en violencia de género