-Por María Jesús Correa
Siendo yo una niña le pregunté a mi padre, “papá, ¿tú conoces al Gobierno?” Él me respondió que sí, que el Gobierno eran unos señores que mandaban en el país. Mi pregunta iba más allá, “pero si te cruzas por la calle con ellos, ¿te saludan?”.
Lo que yo quería saber era si entre el Gobierno y mi padre había algún tipo de relación, si les unía algo más. Me gustaría ver ahora la cara de mi padre ante tal planteamiento, imagino su risa. Este recuerdo ha venido a mi mente porque yo le he visto la cara al patriarcado. Lo conozco. Y si me cruzo por la calle con él, me saluda. Pasó de ser el sistema institucionalizado de dominio del hombre sobre la mujer, el comportamiento rancio, la exclusión, la invisibilización, lo normalizado, a hacerse carne, cuerpo y palabra.
Fue el 25 de julio de 2022, en la sede del Colegio de “Abogados” de Sevilla. Ese día se hizo hombre y el patriarcado me habló. Esas caras, esos gestos, esas palabras, ese silencio. Lo tuve enfrente, descarado y contrariado y, sin pretenderlo, me ayudó a entender que la única lucha que se pierde es la que se abandona. Hablo de la lucha de las abogadas por ser dignificadas dentro de la profesión y como mujeres. Del derecho a ser nombradas. Ahí seguimos.
SR. PATRIARCADO
Y el patriarcado no ha dejado de aparecérseme, como una visión divina, me acompaña cada día. En los últimos días se cebó conmigo, os pongo en situación: Feria de Sevilla, encuentros esperados unos, inesperados otros, y charlas amenas: “Y tú, ¿tienes todo hijos? Sí, y menos mal, que las mujeres se alían y son un peligro”, la que preguntaba era yo (en qué momento) y el que respondía, un hombre. En otra animada conversación con una señora esta vez, me contaba que su hijo es muy noble porque “las mujeres somos muy joías”, se refería así a sus propias hijas.
Para rematar el acoso al que me ha sometido el Sr. Patriarcado, una noche en animada conversación con otro señoro, sale a relucir que está separado, información que le parecería insulsa sin el siguiente comentario: “Mi madre decía que hay dos tipos de mujeres: las malas y las muy malas. A mí me tocó de las segundas”.
Descubrí que el patriarcado también se viste de mujer. Asume diferentes identidades, se
camufla, se mimetiza, es pegajoso y apesta.
Días después, para relajarme de tanta aparición digna de Cuarto Milenio, me sumergí en la lectura de un suplemento semanal. Y ahí obtuve respuestas. Las consecuencias del acoso y derribo al que nos somete el patriarcado las tenía ante mis ojos. Mujeres que luchan incansablemente por ser, estar, reconocerse y creérselo. Un artículo hablaba de la falta de autoestima femenina: “Sentí una inseguridad ancestral: no soy lo bastante…”; en otro leía, “Cada vez es menos rara una mujer con alta autoestima, pero a algunas nos cuesta evidenciarlo”; en una entrevista le preguntaban a una cantante internacional si nunca había sentido el Síndrome de la impostora; en otra encuentro la denuncia de una actriz madura respecto al trato en su profesión: “Los hombres maduran las mujeres envejecen”.
No puedo más, pero avanzo en mi lectura para encontrar otra columna donde informan de que hay retiros para subir la autoestima. Y no me extraña, para qué engañarnos. El esmerado trabajo del señoro ha hecho estragos.
Nos quiere invisibles y calladitas, porque las mujeres aliadas somos peligrosas, malas o muy malas y además joías. Nosotras, mientras tanto, no cejamos en querernos, reivindicar nuestros espacios, vernos, nombrarnos, ser.
Empecé este relato hablando de una niña, qué importante ser nombradas desde pequeñas. De haberlo sido, no tendríamos que luchar hoy por el término Abogacía, y no existirían los retiros para recuperar la autoestima, devastada por el machismo feroz. Me da vueltas a la cabeza el reto de esas niñas, instadas a reconocerse, a empoderarse, a buscar su sitio en un mundo de niños, donde siguen sin ser nombradas. Conviven con esos futuros hombres que, si no lo evitamos, seguirán las directrices marcadas por el patriarcado, porque ellas también son invisibles ante la denominación generalizada de “los niños”, “los hijos” o “los hermanos”. A todas ellas este mensaje: el Sr. Patriarcado te saluda si te ve por la calle. Ahí empieza todo.
María Jesús Correa es abogada