. La mantilla es una prenda de uso absolutamente libre y sin connotaciones de opresión, al menos en España.
De nuevo este año hemos vivido otra Semana Santa sin pasos ni cofradías en las calles, algo que no ha impedido a las mujeres sevillanas reivindicar el uso de uno de los atuendos tradicionales más importantes de nuestra cultura: la mantilla. Han sido muchas, en grupo o en parejas, las que se han dejado ver por las calles y templos de nuestras ciudades de negro riguroso y velo que en la Semana Grande andaluza sólo quiere expresar luto. Y es que luto, respeto, ceremonia o incluso protesta, son algunos de los símbolos que este singular tejido, espejo también de la más refinada artesanía, ha transmitido a lo largo de los siglos a través de sus muchos y variados estilos.
VESTIRSE DE MANTILLA
Hoy se llama vestirse de mantilla al arte de colocarse en la cabeza una tela de encaje de blonda o de chantilly con una peina de carey. Las hay negras, blancas, beiges o de colores variados y, según la que se escoja será el mensaje que se transmita: además de luto (Semana Santa), enuncian protocolo religioso (ante el Papa), realce festivo ( toros) o respeto ceremonial (bodas…) entre sus principales significados.
Si se pretendiese sacar de su contexto tanto los usos actuales como los que ha tenido la mantilla para las mujeres españolas a lo largo de la historia posiblemente estaríamos cayendo en el absurdo. Algo difícil de entender en el mundo occidental y en el oriental, entre otras cosas porque la mantilla española no es un velo árabe.
Tampoco las mantillas encajan entre los conceptos simplificados de este mundo global. Aun escudriñándolas con ojos de civilización avanzada constituye un craso error sacarlas de su contexto expresivo o sentimental. Podrían confundirse con prendas de etiqueta propia de pertenencia a sectas atávicas, a núcleos de convivencia atrasada o a colectivos integristas. Para el mundo árabe puede resultar perplejo pero para el occidental no hay ninguna contradicción en el hecho de que mujeres que se dicen libres y empoderadas luzcan y reivindiquen determinados velos, al tiempo que manifiestan su más firme condena hacia el islámico.
Es difícil de entender, pero más vale hacerlo porque no hay otra: la mantilla española sólo responde a la voluntad y al gusto que tienen por llevarla mujeres de todo tipo y condición sin imposiciones, exigencias u obligaciones por parte de nadie ni de nada. Mujeres con sus propios y libres sentimientos que dan sentido actual a una de las tradiciones más arraigadas y de mayor belleza estética de la cultura española.
La mantilla es un velo, sí, pero no un burka ni un chador ni un hyyab ni un niqab ni cualquier otra modalidad textil que busque la ocultación del rostro de la mujer, su invisibilidad social y su sometimiento religioso, aunque en ambos casos estemos hablando de velos. Y no es un chádor porque nunca ha sido símbolo de opresión de la mujer, ni siquiera si me apuran, en los siglos más oscuros de nuestra historia cuando, eso sí, podía representar algún tipo del recato.
Hablamos de un tejido especial, generalmente artístico que no cubre la cara, ni la esconde, ni la relega. Por el contrario, la embellece y eleva al cénit de su peina.
La colocación de la mantilla es una obra de arte cuyo truco, para conseguir el llamado empaque, las mujeres se transmiten de generación en generación. Es una forma de expresión estética que no necesita palabras sino horquillas, alfileres, mucha tradición y nuevos broches.
LUTO, CEREMONIAL, RESPETO
Una mujer de mantilla el Jueves o el Viernes Santo en cualquier punto de España, es una mujer que expresa duelo. Alguien que pretende transmitir un sentimiento de dolor de forma sublime. Y una mujer de mantilla blanca en los toros o en cualquier otro escenario festivo, es el símbolo de la excelencia en el reconocimiento del arte y del valor. ¿Y en una boda? Pues una mujer de mantilla en una boda, además de permitirnos identificar inmediatamente a la madre del novio, es el mayor distintivo de la gala, la más alta etiqueta, el plus de la consideración más elevada hacia los novios y hacia el ritual del matrimonio.
ESPAÑOLA, OFF CORSE.
La llamamos mantilla española, entre otras cosas, porque fue una reina de España, Isabel II, la que elevó a lo más alto esta prenda en sus actos protocolarios, aunque sus orígenes se quieran encontrar en el manto con el que las mujeres judías se cubrían la cabeza hace por lo menos diez siglos. En el siglo XIX Isabel consiguió darle su mayor relevancia socia pues era una reina muy aficionada a los encajes y decidió lucirla en todos los actos de la corte, por lo que las damas se vieron obligadas a hacer lo propio. De esta forma la mantilla pasó a ser por un lado un elemento de moda y, por otro, un símbolo nacional. Dicen que en la Edad Media la mantilla simbolizaba la doncellez de la dama o su soltería. Pero las mujeres de las casas reales la han lucido siempre como complemento: en el fondo de armario de las reinas, no faltaban jamás las velettes, o mantos de corte, realizados en encaje procedente de Cataluña y decorados con motivos heráldicos.
La mantilla tiene además un gran componente andaluz. Las andaluzas, a lo largo de la historia hemos ido dándole el mimo y el estilo que cada etapa merecía. Algo parecido a lo que hemos hecho también con nuestro atuendo regional, el traje de flamenca: modernizarlo y adaptarlo a la actualidad de nuestra vida y de nuestras costumbres.
Fue desde Andalucía desde donde la mantilla, como tantas otras cosas, se exportó a las Américas, de forma que en ella pudieran inspirarse los poetas de ambos lados del Atlántico.
Ha sido igualmente desde Andalucía donde la mantilla ha marcado su influencia en el arte de la pintura. Picaso, cuando realizó su obra “Mujer con Mantilla” en l.917, utilizando el método conocido como “puntillismo”, logró una composición tan elegante y rigurosa que no tuvo más remedio que replantearse, en términos científicos , todo lo que sabía del Impresionismo.
Curiosamente, la mantilla en España se adaptó siempre a los condicionantes físicos y sociales de cada región. En las tierras más frías tenía por finalidad el abrigo, y se utilizaban para la hechura diferentes tipos de paño; sólo algunas se confeccionaban con terciopelo, sedas y abalorios, y adquirían la doble utilidad de abrigo y de adorno.
Pese a su indudable raigambre andaluz, sus orígenes se extienden por toda la geografía nacional. Se habla de la cultura Ibérica, donde ya las mujeres usaban como adornos en la cabeza mantos o velos. Y es que estas prendas, independientemente de las connotaciones que hoy queramos darles, han formado parte de los orígenes de la indumentaria femenina en la inmensa mayoría de las civilizaciones, por mucho que los tejidos, las influencias, los estilos y su simbología hayan podido responder a ideologías y culturas diferentes.
Aquí en el sur, en cambio, siempre hemos utilizado tejidos suaves y ligeros que daban a la mantilla una consideración de prenda de lujo y ornamento.
Las mantillas de encaje propiamente dichas, se generalizan a partir del siglo XVII, para distanciarse de la mantilla popular. Así las pinta Velázquez en sus retratos de mujeres en una época en la que son ya prendas básicas del guardarropa de las mujeres elegantes.
LA CONSPIRACIÓN DE LAS MANTILLAS
Hay un episodio muy curioso de la historia de España de aquella época, que recoge el rechazo de la nobleza a la corte italiana con la que llegaba a España Amadeo de Saboya y su esposa, la Reina Victoria. Las damas nobles, para expresar su descontento con la “invasión” de gustos italianos decidieron un buen día cambiar sus sombreros por la clásica mantilla. Y de esa guisa se pasearon en sus coches de caballos por la Castellana de Madrid. Querían demostrar con esta peculiar manifestación, que la nobleza era ante todo alfonsina y española y no amadeísta e italiana. Se le llamó “la conspiración de las mantillas”.
En aquellos siglos XVIII y XIX eran tan indispensables las mantillas como prendas de uso que, en algunas casas se les reservaba detrás de la puerta un lugar especial para colgarlas y tenerlas a mano antes de salir a la calle, algo que sin lugar a dudas llamaba enormemente la atención de los extranjeros que visitaban nuestro país, muchos de los cuáles contribuyeron enormemente a recoger y describir las más diversas costumbres de nuestra vida cotidiana.
BLONDA O CHANTILLY
Ya bien entrado el siglo XX la mantilla en Andalucía empieza a dejar de usarse para el paseo, se inicia un periodo de desarraigo y es cuando queda relegada a momentos puntuales como Semana Santa, actos religiosos de relevancia, toros y fiestas muy especiales.
Aun así, en pleno siglo XXI son cada vez más numerosas las mujeres que solas, o en grupo se deciden año tras año, a desprenderse de prejuicios ignorantes y apuestan por vestirse con ese atuendo tan especial. Todavía en muchos pueblos y ciudades sigue vigente aunque sea de forma puntual, esa imagen del interior de las casas con el barullo de las mujeres de la familia que se visten juntas entre peinas y encajes, se ayudan unas a otras en la tarea e incluso reservan alguna que otra mantilla por si se sumara inesperadamente cualquier invitada a la comitiva.
LA FERIA, OTRO GRAN ESCENARIO
La costumbre de ir a la feria con mantilla blanca estuvo vigente durante el primer tercio del siglo pasado. Sin embargo, poco a poco, la mujer se fue despojando de esta prenda tan frágil para esos ambientes pues la delicadeza del encaje imponía un cuidado especial que resultaba incómodo a la hora de bailar y divertirse. Sí ha conseguido en cambio perdurar la mantilla blanca o marfil en la fiesta nacional y son numerosas las mujeres que acostumbran llevarla a los tendidos de las plazas de toros.
Aunque no lo parezca, la mantilla española tiene más embajadoras de lo que pudiera pensarse, y no sólo entre las mujeres de la familia real, especialmente la reina Sofía o la infanta Elena, o el famoseo cuando va de boda. Es iluso creer que este atuendo es sólo cosa de españolas o de realeza. Hay imágenes de mujeres extranjeras y paganas de mantilla que han dado la vuelta al mundo. Sin ir más lejos Michelle Obama lució una goyesca para saludar al Papa en su visita al Vaticano.
También la llevaron de encaje negro ante el Papa sus antecesoras en el cargo, Laura Bush y Nancy Reagan. Sólo las reinas de España tienen el privilegio de poder lucir mantilla blanca ante su Santidad. También las de Portugal que no ejercen por tratarse de una república. Sin embargo, las reinas de las monarquías europeas no han dudado en colocarse mantilla blanca en sus visitas papales, pese a no disponer de ningún tipo de privilegio o autorización para hacerlo. Ellas pueden.
En definitiva, estamos ante una prenda que da etiqueta a este protocolo histórico tan especial y envuelve en arte, belleza y estética otros muchos momentos de la vida en este segundo milenio. Demasiado para un simple velo.
Nani Carvajal
(Extraído del 1º pregón de la Exaltación de la Mantilla que pronunció en Cádiz el 12 de marzo de 2010)