Por Mª Jesús Correa
«La mujer víctima debe aparecer vacía de contenido. Difícilmente creerán a la que aguantó las humillaciones con la cuenta bancaria llena, o a quien soportó agresiones físicas y psicológicas con la preparación suficiente para entender que dicha actitud sobrepasa cualquier límite».
Dicen que la mujer del César no sólo debe serlo, también debe parecerlo. Se le atribuyen estas palabras al propio Julio César, que repudió a su esposa Pompeya, ante la sospecha de una infidelidad con Publio Clodio, a sabiendas de que la señora era fiel, no fuera a ser que alguien lo dudara. La mujer maltratada, la que es machacada de manera incesante por el hombre que es o ha sido su pareja, también debe parecerlo. No resulta suficiente contar tus miserias ante desconocidos, desnudar tu alma ante miradas incrédulas, luchar contra los prejuicios ajenos. No. Debes ser lo que se espera de ti, responder al estereotipo que la sociedad ha creado sobre lo que debe ser una víctima del terrorismo de género.
No es una víctima cualquiera. Cuidado con el aspecto, cuidado con ser independiente, universitaria o profesional. La mujer víctima debe aparecer vacía de contenido. Difícilmente creerán a la que aguantó las humillaciones con la cuenta bancaria llena, o a quien soportó agresiones físicas y psicológicas con la preparación suficiente paraentender que dicha actitud sobrepasa cualquier límite. Resulta difícil para el extraño
comprender que la violencia, unida al veneno del amor mal entendido, posee un poder
fuera de toda lógica. La posición social, laboral o económica acomodada, perjudica a la
víctima y da alas al agresor, protegido bajo el paraguas de la hipocresía social. Porque el
maltratador, el terrorista de andar por casa, también debe parecerlo.
GUARDIANAS DEL CARIÑO
El peligroso ideal romántico que nos vendieron, y que resulta tan dañino, se desmonta
ante nuestros ojos. Tenemos que desaprender, rebobinar nuestros pensamientos hasta
entender que nos enseñaron una manera de amar nociva, que nos culpabiliza de manera
constante. Nos hicieron a las mujeres guardianas del capital del cariño, responsables de
la paz familiar, mediadoras de conflictos, emisoras de la afectividad, ejes de esa trampa
en la que a veces se convierte la familia. Cuánto daño, cuánta farsa y cuánto abuso bajo
la bandera de la unidad familiar, de la entrega a la pareja. Como respuesta a esa herencia
envenenada, sutil y difícil de reconocer por las propias mujeres, hay que dar un paso
adelante.
Despojémonos de prejuicios dañinos y ridículos, descarguemos nuestras espaldas de la
culpa que no nos corresponde o, al menos, no toda, y no siempre. Tú no eres la
responsable del campo de minas en el que se convirtió tu hogar, ese que debías proteger
sobre todas las cosas. No eres culpable de ser inteligente, culta o profesional intachable.
Tampoco de que tu trabajo te haga ser independiente económicamente, o de que se
valore más que el de tu pareja.
Tu única tarea es soltar lastre, borrar la marca a fuego que grabaron sobre tu piel por ser mujer, reivindicar tu posición y reconocer que ese ideal romántico fue el que te cegó ante tu agresor, el que te hizo perdonar mil veces, aguantar para proteger a otras personas, en fin, cumplir con las expectativas.
Y los operadores jurídicos tienen que hacer su trabajo, ser escrupulosos en el trato, no victimizar más, no pasar la mano por el lomo del lobo. El cordero no está y tampoco se le espera.
Afortunadamente, este laberinto macabro en el que nos sumergieron, tiene salida. La encontraremos juntas si nos reivindicamos con firmeza, para por fin ser mujeres libres y parecerlo, como la mujer del César.
Mª Jesús Correa es abogada, especializada en violencia contra las mujeres.