SPOILER
Por Mª Jesús Correa
«El día que nuestras campeonas ganaron el Mundial de Fútbol, ante el mundo
emergió el iceberg de la humillación, el que no vimos venir, como en la película
Titanic…»
La mujer siempre empieza la historia por el final.
Hablo de la mujer que decide romper su silencio, la historia que va a contar es la de su dolor, su sufrimiento, y su pérdida, la de la persona que fue. Tiene que contar la humillación, los insultos, los silencios, las amenazas, las agresiones, pero nunca empieza por el principio. Suele comenzar diciendo que no puede más, y entonces reúne las fuerzas para contar el último episodio, el que hizo que el vaso se colmara, su particular vaso de la vergüenza, donde se ahoga la dignidad que bulle por su ser, y un día, la hace despertar.
Es el conocido iceberg, donde solo ves lo que sale a la superficie, dejando bajo la oscuridad
lo peor de cualquier historia. Y es ahí donde comienza el trabajo de hacer que reconozca como maltrato lo que para ella es cotidiano. Así, el hecho que detonó su vida, lo que hizo que saltara por los aires, sólo era uno más.
Duele ese ejercicio de visionado de una existencia herida, tanto como el último empujón.
Cuando conseguimos ordenar el catálogo de atrocidades y que la víctima se mire en un espejo que hasta ahora tapaba con su propia mano, es cuando hacemos que los hechos denunciados no se reduzcan al bofetón que le pegó en el garaje al volver de la cena de Navidad, cuando ella dijo basta, consiguiendo que la denuncia sea fiel a lo sufrido o, al menos, lo más parecido a lo que la mujer está transmitiendo.
El enemigo eterno en este trance es la soledad. Porque este terrorismo es llevado a cabo cuando nadie les ve. Sea la violencia física, psíquica, verbal, económica, o sexual, los terroristas de andar por casa son amantes de lo íntimo, lo privado, como una rata que huye ante la presencia humana.
El bofetón del garaje no lo propinó en casa de la familia política, allí lo que hizo fue estropear la fiesta, sacar los pies del plato para que ella nunca más quiera acudir al abrigo familiar.
Un beso puede doler como un bofetón, porque las agresiones sexuales son una forma de violencia contra la mujer. Puede que la persona que te agrede no sea o haya sido tu pareja. Y también es muy posible que no lo haga a escondidas, sino que lo haga a la luz, donde se vea lo macho que es. Lo que no cambia es que quien ejerce esa violencia es un hombre y la persona que la recibe, una mujer. Es el hecho que se repite.
El día que nuestras campeonas ganaron el Mundial de Fútbol, ante el mundo emergió el iceberg de la humillación, el que no vimos venir, como en la película Titanic, perviviendo debajo del abisal océano todas las vejaciones que han sufrido las mujeres del fútbol femenino español. Esta certeza de violencia silenciada, soportada, sufrida por mujeres que hacen deporte en nuestro país, hace que el triunfo valga más. Mucho más. Han ganado pese a ellos.
Y otra vez vino un hombre a estropear la fiesta. Otra vez la víctima despierta de su letargo por un hecho que sólo es la punta del iceberg. Ahora queda bajar hasta lo más profundo de la inmensidad, donde los hombres ocupan los puestos de las mujeres, donde te llaman niña, o chavalita, donde te pagan menos, te toquetean, o te besan, y no te nombran. Spoiler, esta película no acaba en el beso. Que nada quede a oscuras, que cuenten, que hablen, que denuncien, que se haga la luz, y la última que apague.
Mª Jesús Correa es abogada, especializada en violencia contra las mujeres.