SUMISIÓN
«La sumisión química de Giséle Pélicot es fruto de la sumisión como mujer, de la pérdida de identidad, de la falta de control de una misoginia desbocada, donde se siguen violando derechos de las mujeres en nombre de convencionalismos, exaltando la cultura de la violación«.
Por Mª Jesús Correa
Gisèle Pélicot, la mujer francesa a la que su marido violó de manera persistente durante más de diez años, ofreciéndola a otros violadores y grabando las violaciones, lleva el apellido de su verdugo, Dominique Pelicot. Puedo parecerles picajosa pero me revuelve las tripas, no solo el hecho mismo, sino que ella sea víctima de una identidad robada. Que se llame como él.
Sabemos que en los países anglosajones la mujer pierde su apellido al contraer matrimonio, tradición de difícil encaje en pleno siglo XXI. Esta costumbre del tan manido patriarcado proviene del derecho romano, donde la mujer dejaba de ser propiedad del padre para ser propiedad del esposo. Resulta anacrónico que este uso siga en vigor en Reino Unido, incluyendo Gibraltar, Nueva Zelanda, Irlanda, India, Australia y Estados Unidos. Pese a que las mujeres hemos adquirido el pleno reconocimiento de los derechos fundamentales en el siglo XX, esta idea de propiedad se ha perpetuado hasta nuestros días.
En Francia nunca ha sido obligatorio para las mujeres llevar el apellido de sus cónyuges, sin embargo se ha impuesto el peso de la costumbre y las mujeres han hecho suyo el “derecho de uso” del apellido del hombre, que les otorgaba la jurisprudencia, y que nunca debe confundirse con el “derecho de propiedad”. Se ve que ese día Dominique Pélicot faltó a clase, y ha creído que Gisèle era suya.
El Código Civil francés establece en su artículo 225.1: “Cada uno de los cónyuges podrá llevar, a título de uso, el apellido del otro cónyuge, por sustitución o adición al propio apellido en el orden que elija”. Este artículo abre la posibilidad de que los hombres casados lleven el nombre de su esposa.
Perder tu propia identidad es un acto de sumisión. Gisèle Pélicot cedió su nombre, y no sabemos cuántas cosas más, antes de que su torturador la sometiera a sumisión química. Es la sumisión llevada al extremo por Dominique Pélicot, que drogaba a su esposa hasta que ésta perdía el conocimiento para ser agredida sexualmente, de manera despiadada, por hombres que la entendían como un objeto propiedad del vendedor del producto. No era una persona, era una cosa postrada para ser usada.
Posiblemente Gisèle Pélicot (desconozco su verdadero nombre) nunca se planteó conservar su apellido de soltera, posiblemente creyó que el matrimonio y el apellido marital le otorgaban un estatus social, una unidad familiar, y posiblemente sus hijos e hijas también cargan con el nombre de la vergüenza. Nada le impedía conservar su apellido de soltera, si acaso la mirada velada de quien no entiende la defensa de los derechos de una mujer que opta por no desaparecer en el nublado del androcentrismo, que coloca a lo femenino en un eterno segundo plano.
Gisèle renunció, no obstante, solo a su apellido, nunca a una vida digna.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos nos da sobre esto una opinión esclarecedora: “El objetivo de traducir la unidad de la familia por un apellido común no puede justificar la diferencia de trato fundada en el género”.
La sumisión química de Gisèle Pélicot es fruto de la sumisión como mujer, de la pérdida de identidad, de la falta de control de una misoginia desbocada, donde se siguen violando derechos de las mujeres en nombre de convencionalismos, exaltando la cultura de la violación.
Las mujeres hemos librado largas batallas y seguimos luchando por alcanzar el reconocimiento de derechos fundamentales, por cambiar leyes. Paradójicamente en este caso la ley fue por delante, porque en Francia la mujer casada no tiene que perderse en el camino del matrimonio, pero la costumbre pacata y pesada hizo que esta mujer perdiera el nombre, y con él la identidad, la integridad y el control sobre su propia existencia.
Hay muchas formas de sumisión, tantas como mujeres y hombres. Gisèle Pélicot comenzó perdiendo su identidad, y hoy su nombre va unido al de su torturador. Solo espero quela sentencia que lo condene se pronuncie al respecto, y no eternice la pérdida de Gisèle, por justicia y por dignidad.
Mª JESÚS CORREA es abogada y feminista.