
LAS MANOS SUCIAS
«Cuando ya se ha producido la agresión con resultado de muerte, o no, lo primero que salta a los medios es la frase “La víctima no estaba en el sistema Viogén”. Lo que nos quieren trasladar es la idea de que la señora no hizo todo lo posible para escapar de su condena de muerte segura. Pero eso no es verdad, porque sabemos que denunciar no garantiza nada. Y porque después de fallarle, lo último que se puede hacer es culparla.»
Por Mª Jesús Correa

Demasiados años denunciando el terrorismo de género, poniendo negro sobre blanco las carencias del sistema, la falta de sensibilización primero, la de perspectiva de género después, la descoordinación, y todos los demás inconvenientes que se les ocurra. El resultado siempre es el mismo: mujeres asesinadas y personas que se lavan las manos.
Clamar en el desierto es descorazonador, y cuando el desierto es el mundo que te rodea la cosa se complica. Como abogada que suele bregar con este tipo de asuntos, faltan las palabras, y sobran los gestos estériles. El endurecimiento de la legislación, el nuevo sistema Viogén, los Comités de Crisis, nada se antepone a la voluntad de un maltratador de acabar con su víctima.
No estamos acertando en la detección ni en la protección. Parémonos a pensar cómo frenar esta hemorragia de feminicidios.
Está demostrado que al hombre que es capaz de asesinar a su pareja, y a su hija o hijo, le es indiferente tener o no una orden que le impida acercarse a su presa.
¿Cómo podemos esperar que salga de él la obediencia al sistema? Resulta ingenuo poner la seguridad de las mujeres en manos de su ejecutor. Si la quiere matar lo hará porque no le importa morir matando.

Cuando ya se ha producido la agresión con resultado de muerte, o no, lo primero que salta a los medios es la frase “La víctima no estaba en el sistema Viogén”. Lo que nos quieren trasladar es la idea de que la señora no hizo todo lo posible para escapar de su condena de muerte segura. Pero eso no es verdad, porque sabemos que denunciar no garantiza nada. Y porque después de fallarle, lo último que se puede hacer es culparla.
Es conocido por todas las profesionales que trabajamos en este ámbito, que las mujeres víctimas de hombres que son o han sido sus parejas minimizan el peligro que corren.
Han normalizado la violencia, cohabitan con ella, la disfrazan, la transforman, la esconden, es el elefante en la habitación, y finalmente acaba con ella.
Les resulta difícil ponderar el nivel de riesgo que están asumiendo, pero es que no son ellas quienes han de hacerlo, igual que el paciente de una enfermedad terminal no es quien determina qué tipo de tratamiento precisa.

Pero lo más grave ocurre cuando quien minimiza la peligrosidad y el riesgo no es la mujer, sino la jueza o el juez y la fiscalía. Ahí se desencadena la tormenta perfecta. La mujer ha vencido todas sus reticencias para pedir ayuda y, cuando finalmente lo hace, parece que nada es tan grave y que no merece una medida que limite la libertad deambulatoria del hombre que la ha amenazado mil veces con acabar con ella y con su descendencia.
El sistema no puede temer al agresor, no más que la víctima.
Tenemos que atender a las pistas que ella y los/as menores van dejando en su largo camino de sufrimiento: en el Centro de Salud, en el Centro de Atención a la Mujer, en el Centro Escolar, y actuar de manera rápida y contundente, antes que él. Que no tenga acceso a ella ni a sus hijas e hijos y, si incumple una sola vez, decretar prisión. Tenemos las herramientas para hacerlo. A qué estamos esperando.
Así que por favor no digan más que la mujer no estaba en el sistema Viogén, no le echen la culpa si nadie la escuchó. Hay que mancharse. No nos lavemos las manos.
Mª JESÚS CORREA es abogada y feminista.
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