CUANDO LA IMAGEN, EL PESO O LA TALLA TOMAN EL CONTROL DE TU VIDA.
.-Los trastornos alimentarios afectan en España a 400.000 personas; en Andalucía a 70.000, en su mayoría mujeres.
.-En una sociedad que premia la delgadez y fomenta la gordofobia la batalla contra la comida está a la orden del día.
.- Ángela y Julia, víctimas de la anorexia y la bulimia, cuentan a Mujeres del Sur su difícil lucha contra estas enfermedades.
.- Los diseños de lencería femenina de la australiana Michaela Stark, que ella misma luce, son una referencia transgresora contra los cánones de belleza.
Por Patricia Martín y Sara Ramos
«Cuando una persona hace eso es porque quiere dejar de sentir todo el dolor y desaparecer… yo solo quería acabar con todo el dolor que estaba sufriendo.»
Así recuerda Ángela los cinco años que pasó luchando contra la anorexia cuando apenas abandonaba la infancia para adentrarse en la adolescencia, precisamente la etapa donde aparece la mayoría de los Trastornos de Conducta Alimentaria (TCA).
Julia llegó a la bulimia a los 13 años acomplejada por su físico:
–«Al principio no recuerdo por qué, pero siempre he estado muy acomplejada con las tallas y los cuerpos normativos. Y aunque era pequeña, ya me daba cuenta de que casi todas eran delgadas y yo no. Era sentirse como la extraña, me sentía mal conmigo misma, no me gustaba. Rechazaba mi cuerpo. Todo empezó como una conducta compensatoria. Me daba atracones sin ser consciente de lo que era eso, pero comía mucho. Luego me sentía mal y me provocaba el vómito.»
Ángela y Julia son dos de los 400.000 pacientes diagnosticados de TCA en España, una enfermedad mental que afecta, en el 90% de los casos, a mujeres. En Andalucía, casi 70.000 personas (el 10% de la población) sufren algún tipo de trastorno alimentario: anorexia, bulimia y obesidad ansiosa. Son datos que evidencian la importancia de una situación, agravada por la pandemia, que ha incrementado en un 20% los ingresos hospitalarios por TCA.
Los trastornos de salud alimentaria son una enfermedad mental. «No responden a una causa física,asegura Margarita Pascual, Coordinadora de la Unidad Hospitalaria de TCA del Hospital Regional de Málaga. Siempre hay detrás una dificultad emocional que se expresa a través de la comida, pero en ningún caso es un problema con la comida.» Son trastornos multicausales, aunque hay factores predominantes relacionados con la identidad personal y la familia. También pueden aparecer al someterse a dietas rígidas o vivir una situación traumática, como le sucedió a Ángela:
A: –«Me costó, pero después de mucho tiempo y varias sesiones de terapia supe que fue porque sufrí bullying en el colegio. Me callé esa situación, no supe gestionarla y reaccioné de esa forma.»
UN PERFIL COMÚN
Sea cual sea la causa, las pacientes responden a un perfil común.«Suelen ser chicas muy perfeccionistas, buenas, que cumplen las espectativas familiares, sacan buenas notas y que en la adolescencia son incapaces de gestionar bien la separación de sus padres o la unión a su grupo de amigos, afirma la doctora Pascual. Por alguna razón son incapaces de integrarse o diferenciarse del vínculo de los padres y esa situación les genera incertidumbre e inseguridad.» El TCA les permite romper ese vínculo y genera un conflicto que permite la autoafirmación personal. «Con esa conducta, añade la especialista, están diciendole a los padres «lo que me dais, no lo quiero», sin que ellos puedan castigarlas porque están tan preocupados que en vez de enfadarse, las cuidan. Es un proceso inconsciente.»
A la hora de detectar la enfermedad, el entorno es fundamental. Normalmente la familia o los profesores detectan el caso.
Ángela: –«Un día en el recreo, cuenta Ángela, tiré el bocadillo. Una profesora me vió y se chivó a mi hermana que se lo dijo a mis padres. Ellos me regañaron, pero se quedó ahí. Luego hablé con el orientador del colegio y le conté que estaba mal. Él no me dijo lo que tenía, habló con mis padres y me ingresaron en el hospital. Se que me querían ayudar, aunque no supieron hacerlo. También tengo muchas quejas del hospital. Cuando intenté suicidarme me trató un psiquiatra que no me había visto nunca y parecía que no se había leído mi historial. Al día siguiente me reunió con mis padres y me dijo que lo había hecho para castigarlos y que hasta que no les pidiese perdón no podía salir de ahí. «
En el caso de Julia, fue ella misma quien confesó lo que pasaba:
Julia: – «En casa no se dieron cuenta y lo terminé contando yo porque vomitaba, pero después no me sentía bien, no aliviaba mi malestar ni mi autoestima, no cambiaba nada. Terminé pidiendo ayuda, se lo conté a una amiga y ella me hizo contárselo a mi familia.»
A pesar de su confesión, tampoco Julia cree que la supieron ayudar: «En ese momento no se me ofreció ayuda psicológica, me trató el orientador del instituto y no creo que lo hiciera muy bien porque no guardo un buen recuerdo de aquello. Luego me mandaron al médico y allí me dieron una dieta restrictiva.No recibí atención psicológica porque el orientador no reaccionó. A mí me dijo que no estaba tan gorda y a mi madre lo contrario, que sí estaba gorda pero que no pasaba nada y que hiciera deporte. Tardé siete años en ir al psicólogo.»
OPERACIÓN BIKINI
Muchas veces el trastorno pasa desapercibido porque la sociedad premia la delgadez y no se tiene conciencia de la situación hasta que es muy grave.
Julia: –«Yo recuerdo ir a comprar ropa con mi madre cuando era más pequeña y que usaba una talla 40. Esa talla ya era mala. Si pasas de la talla 38 ya hay un abismo, estás gorda. Eso me sigue pasando… sé lo que es ir a una tienda y que te digan que no hay una talla para ti o que la talla no está en tienda y solo está online porque no puedes comprar presencial si tienes más de una talla 40.»
Ángela también prefiere olvidar esa época.: «No podía ir a comprar, porque veías la talla y no te quedaba bien. Lo pasé fatal. El hecho de entrar en un probador, vestirte y mirarte al espejo es uno de mis peores recuerdos».
La gordofobia está ahí, denuncia la coordinadora de la Unidad de TCA del hospital regional de Málaga. «La sociedad premia la delgadez y unas medidas concretas. Sin embargo, hay que valorar otras cosas y amar nuestro cuerpo. Entender que lo importante del cuerpo no es que nos quede bien determinada ropa, sino que esté sano y nos permita vivir. La estética no tiene por qué condicionar el éxito de una persona. Es necesario cambiar eso.
La operación bikini, también es igual de peligrosa. Y todos los años vivimos el mismo absurdo. No nos damos cuenta de que el cuerpo no tiene que encajar en la ropa, que es al revés. La salud es lo que cuenta. Hay que quererse y sin embargo somos nosotros mismos quienes nos tratamos mal físicamente. Nos decimos barbaridades como «estoy engordando como una vaca» o «he comido como una cerda»… Y ahí entramos todos. Nos maltratamos a través del lenguaje y eso se transmite. Tenemos que tratarnos bien y querernos más. Ahí si que podemos hacer un cambio para la prevención, sabiendo que somos diferentes y que la diversidad es algo bueno».
CONSECUENCIAS QUE PUEDEN SER FATALES
Las enfermedades mentales no son solo del paciente, las sufren tanto el enfermo como su entorno. «El tratamiento habitual es con psicoterapia y fármacos, en hospital de día, nos cuenta la doctora Pascual. Con grupos de ayuda, con los padres, grupos de psicoterapia… También es importante la renutrición y la rehabilitación. Es importante recuperar los hábitos alimentarios más socializados. Ahora en las unidades hospitalarias andaluzas hay comedores terapéuticos. Y en los casos más graves, hay que ingresar al paciente».
Afortunadamente, ni Ángela ni Julia tuvieron que ingresar en un hospital, aunque las dos recuerdan con tristeza aquellos angustiosos años.
Ángela: – «Perdí la regla, se me caía el pelo y tenía que ir todas las semanas al hospital, dice Ángela. Tomaba vitaminas,me hacían análisis de sangre y una prueba para controlar el calcio de mis huesos porque, a pesar de que solo tenía catorce años, estaban como los de unapersona mayor. Tomaba batidos nutricionales y todas las semanas nos decían que si no llegábamos a un peso determinado, nos ingresaban. Yo nunca ingresé aunque realmente quería hacerlo para poder desaparecer de mi ambiente.»
Los médicos ven casos que asustan mucho. «Para evaluar la gravedad de un caso nosotros utilizamos el IMC (peso partido por la altura al cuadrado), señala Margarita Pascual. Lo normal es tener de 19 a 25. A partir de 17,5, es desnutrición, 15 grave,13 severa y por debajo de esta cifra el riesgo es extremo y hay que ingresar al paciente. Pues nosotros hemos tenido una chica de veintitantos años con un índice de masa corporal de 9.»
Ángela: – «al principio era muy fácil, me escabullía con trucos, pero cuando se dieron cuenta de lo que pasaba, mi entorno estaba siempre alerta y eso me estresaba mucho. La relación con mis padres y con mi hermana era malísima, todo el tiempo con discusiones y comportamiento hostil. Ellos me decían las cosas por mi bien, pero yo los veía como enemigos.»
Las recaidas son frecuentes en una recuperación que dura de media siete años. Un tiempo que se hace interminable para el entorno del paciente. «Durante el tratamiento vemos mucho miedo en los familiares, confirma la doctora Pascual. Sin embargo, es necesario permitir que se independicen, confiar en ellas y animarlas, aunque tengan mucho miedo a que vuelva a pasar algo porque tienen que hacer su propia vida. Siempre que mantengan sus relaciones sociales y un proyecto vital propio, es señal de que va todo bien».
Hay que tener confianza porque la mayoría de las enfermas mejora, hablamos de un 80 y hasta un 90%. Asegura la doctora:
«Es verdad que también pueden morir de inanición. No son muchos casos, pero esa posibilidad está ahí y da mucho miedo».
Dra. Pascual: -«Cuando ingresan en el hospital la supervisión de la ingesta es muy difícil y se hace por sonda nasogátrica. La dieta empieza muy bajita y va aumentando poco a poco, no hay que forzar la alimentación. La presión grupal de los comedores terapéuticos es muy importante. La mayor parte de ellas quiere mejorar y va recuperando peso. Son chicas buenas y responsables y ellas quieren cumplir las normas. A los dos años de salir, si tienen un peso sano y no presentan síntomas, les damos el alta.»
EL FUTURO ES OPTIMISTA
La mayor preocupación de las familias y enfermos de TCA es el futuro de los pacientes:
Ángela: –«Recuerdo, dice Ángela, que cuando se supo que yo padecía anorexia, una profesora se acercó y me dijo que esta era una enfermedad para toda la vida. Esas palabras se me quedaron grabadas a fuego y no me dieron precisamente ánimos para pensar que me curaría. He tenido varias recaidas, pero me he recuperado. Es cien por cien cierto que de esto se sale, hay vida después de la enfermedad. Pero también es verdad que en momentos de crisis recuerdo aquella etapa… hay que tener mucho autocontrol».
A Julia la enfermedad la ha vuelto «más introvertida, insegura y falta de autoestima, son cosas que vas arrastrando. Por eso creo que en parte no se supera. Te pueden dar el alta psicológica, pero siempre queda algo por lo que has sufrido y porque estamos bombardeeados por la dictadura de la moda y las tallas.»
Hasta 2019 no existían en Andalucía Unidades hospitalarias especializadas en trastornos de la conducta alimentaria, eran los endocrinos y los especialistas en salud mental quienes atendían a los afectados. Actualmente hay dos Unidades, una en Granada (que atiende a pacientes de Almería, Granada y Jaén) y la de Málaga (para Córdoba,Huelva, Málaga, Sevilla y Cádiz). Ambas proporcionan una atención personal y especializada a quienes encuentran en la batalla con la comida la salida a problemas emocionales.
Los equipos médicos que trabajan en ellas están muy satisfechos de cómo están funcionando. «Hay chicas que llegaron con un riesgo vital muy alto y hoy la mayoría está muy bien, asegura Margarita Pascual, coordinadora de la Unidad de TCA del hospital Regional de Málaga. Avanzan psicológicamente y viven su propia vida. Han tenido muchas complicaciones, incluso han estado alimentadas con sonda, pero han conseguido salir. Nosotros les hacemos un seguimiento vamos viendo su evolución, Es muy satisfactorio.»
Hoy Ángela y Julia son mujeres que dirigen sus propias vidas. Ambas siguen viviendo con sus padres y hermanos, disfrutando de una relación familiar que compaginan con el surf, la lectura, las salidas con los amigos y los viajes. Centradas en una oposición que les asegure económicamente el futuro, caminan decididas hacia su objetivo. Atrás queda un pasado doloroso y complicado que, sin embargo, les ha propiciados valiosas herramientas personales: fuerza y valentía para seguir avanzando.