LOS ACOSOS DEL PASADO Y LA PRESCRIPCIÓN
Por Amparo Díaz Ramos
«Cuando estábamos en la facultad mis amigas y yo tuvimos que aguantar el acoso de varios profesores, igual que otras compañeras en ese momento, antes y después. En nuestro caso eran cuatro profesores.«
Uno, el más joven, nos llevaba diez años, y el siguiente quince, los otros los recuerdo de más edad. Los cuatro se movían por la universidad con una seguridad y poder que nos superaba por completo. Nosotras éramos pequeños pececillos y ellos grandes tiburones que contaban al menos aparentemente con el silencio de sus compañeros y compañeras. Aunque todas compartimos algún momento incómodo con cada uno de los cuatro, ellos tenían sus preferencias. Había dos que eran los más insistentes. A mi me tocaba aguantar a uno de los peores. Ellos compartían su tiempo para insistir y acosar con otras compañeras a las que mirábamos entre con lástima y alivio, pues aligeraban nuestra carga.
«No se nos ocurría pensar que las cosas pudieran ser de otra manera, que pudiéramos exigir que no se nos tratase así.»
Recuerdo mi primer encuentro con mi acosador “particular” de la Facultad: yo simplemente iba subiendo la escalera cuando él, al que no conocía de nada, se dirigió hacia mi. Me dijo que era profesor del departamento, que me vio el día que fui al departamento a petición de mi profesor, que como mi examen había llamado mucho la atención, lo había leído, que le había impresionado, y que teníamos que quedar
para hablar de algunos conceptos. Me pidió que me pasara por el departamento. No recuerdo si llegué a acudir. Lo que recuerdo es que a partir de entonces, me buscaba por la cafetería de derecho (a la que cada vez iba menos), y por los pasillos. Hablaba sin parar acercándose mucho. Intercalaba cuestiones jurídicas, sociales y políticas, con lo que era su mensaje más insistente: teníamos que quedar para hablar tranquilamente por la noche, o al menos dejar que me llevara en coche a mi casa. Como yo apenas claudicaba para tomarme un café con él en la facultad, y rechazaba de plano quedar con él por la
noche, o subirme en su coche, poniendo miles de escusas, un día, que no conseguí escabullirme, cogió mi bicicleta, la subió en su coche, y me dijo que subiera. Lo hice. Me llevó a una taberna de los Remedios, donde habló y habló, mientras yo intentaba que no se me notara demasiado el malestar que me causaba, y a la vez conseguir librarme de él, sin repercusiones en mis notas ni en mi vida en la Universidad. Estaba en segundo de derecho, era, básicamente, una cría. Llegué por fin a mi casa, con mi bici, agotada de la tensión. Otros días, en los que a pesar de mis cambios de rutina me localizaba, se empeñaba en decirme que lo tenía que acompañar a un congreso interesantísimo. Mucho después, en un encuentro de mi promoción, me enteré por otras compañeras de que, respecto de algunos profesores, la insistencia para que alumnas los acompañaran a congresos, era una clásico.
Ese profesor que me presionaba a mí, que era un inteligente y sabio jurista, y que a día de hoy tiene un gran reconocimiento, y los que se parecían a él, consiguieron que no volviera a acercarme a ningún departamento, y por tanto, que no intentara ser profesora de la facultad. Y me pregunto si no le habrá pasado lo mismo a otras compañeras, si no se habrán llevado la impresión de que empezar la andadura en un departamento estaba con frecuencia lleno de ese tipo de “molestias” y riesgos. En mi caso, no tuvo una repercusión grave, pues mi gran vocación, desde el inicio, era la abogacía. Pero aún así, me pregunto cómo habría sido mi trayectoria sin ese hombre tan invasivo que no sabía respetar mi voluntad e insistía para torcerla una y otra vez. Porque lo cierto es que la docencia me gustaba y me gusta.
No recuerdo cómo es que finalmente desistió mi acosador particular, imagino que se centró en otra víctima. Lo siento por ella.
Poco después de terminar la carrera, cuando mis amigas y yo ya no éramos peces tan pequeños, pero aún éramos muy jóvenes, coincidimos con otros dos de esos profesores en una celebración que organizaba una asociación de juristas. Ellos no se acordaban de nosotras, y nosotras no tuvimos ningún interés en decir que habían sido profesores nuestros, simplemente los saludamos con cortesía en un contexto social. Pero éramos las más jóvenes y, supongo que por eso, fuimos de nuevo objeto de sus atenciones, y mantuvieron el mismo estilo insistente y depredador. Fue bastante patético descubrir que
no habían mejorado nada a ese respecto. Seguíamos siendo ante sus ojos pececillos a los que salían a pescar y consumir. Ninguno de ellos tenía el más mínimo interés en conocer lo que pensábamos sobre nada ni qué hacíamos como juristas. Su único interés era llevarnos rápida y mecánicamente a la cama, a pesar de que dábamos muestras de que precisamente eso era algo que no nos interesaba en absoluto. Lo terrible no es que lo intentaran en ese momento, sino que siguieran insistiendo largo rato a pesar de las claras negativas y a pesar de que era notorio que con sus insistencias creaban una situación como mínimo, muy desagradable.
Queríamos irnos y nos lo ponían difícil, incluso físicamente.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces, y soy formadora habitual sobre acoso y violencia sexual. Cada año pregunto a mi alumnado si tienen experiencias de acoso en las Universidades. Cada año, en cada actividad, mujeres jóvenes cuentan experiencias invasivas y de presión, llevadas a cabo por algún profesor. A veces incluso en la misma actividad se refieren distintas mujeres al mismo profesor, y comentan que en proomociones anteriores ya tuvieron el mismo tipo de problemas con él.
Ni él ni los demás fueron denunciados nunca por mi (ni se me ocurrió), y creo que nadie lo hizo, al menos mientras yo estaba en la facultad. Esos hechos, de habérsele otorgado en esa época relevancia penal, estarían prescritos.
Y eso me lleva a preguntarme si de verdad es justa la categoría jurídica de la prescripción que aplicamos en delitos en los que hay una reincidencia relevante y tantas víctimas son mujeres y niñas.
O al menos si es justa su aplicación automática sin exigir ningún requisito complementario. ¿Pierde automáticamente su función de prevención general y especial la pena en este tipo de delitos? ¿El paso del tiempo, en este tipo de delitos, por lo general tiende a solucionar el conflicto y daño causado mediante mecanismos extrajurídicos? ¿El paso del tiempo tiende a proteger a las mismas víctimas y a otras víctimas potenciales? ¿No estamos padeciendo numerosas mujeres, a lo largo de nuestra vida, atentados contra nuestra libertad sexual y dignidad, y por tanto crímenes de lesa humanidad imprescriptibles según nuestro derecho?
Febrero 2023
Amparo Díaz Ramos es abogada especialista en violencia de género.