«LO MÍO CON LAS GAFAS Y LAS ÓRDENES DE PROTECCIÓN«
Por Amparo Díaz Ramos
Tengo una relación muy insatisfactoria con mis gafas de sol, yo no las cuido ni atiendo suficientemente, y ellas son distantes conmigo con frecuencia. Como hace poco, que iba yo por la playa después de comer intentando averiguar por dónde estarían, cuando me llamó una antigua clienta. Me preguntó que si me acordaba de ella, y me acordaba. Cuando yo la atendí estaba terminando derecho e iba a empezar a opositar.
Me dijo que me iba a sorprender para mal porque después de acabar el procedimiento por malos tratos que llevó conmigo se había echado otro novio que era también un maltratador, pero más fino. Le dije que no me sorprendía. Y se puso a llorar. Llegado a ese punto yo me había olvidado por completo de mi crisis con las gafas y ya no sabía ni por qué estaba rebuscando en mi mochila. Le dije a mi familia que siguiera caminando sin mí, que los alcanzaría luego, para que no me escucharan.
Como pudo, la mujer me contó que había presentado la noche de antes una denuncia porque su nuevo maltratador, del que se había separado, le había hecho en la calle el gesto de cortarle el cuello, y como durante la convivencia había sido muy agresivo con ella gritándole que la iba a matar, insultándola y dándole empujones, estaba muerta de miedo. Me contó que desde que ella salió huyendo de la casa había pasado medio año justo, sin salir a la calle más que para ir a trabajar por temor a que la atacase y que ese día había sido el segundo que salía. Me dijo que no podía más y que por favor fuera con ella al juzgado ese día porque la habían citado para la orden de protección a las 5 de la tarde.
Respiré hondo y por un segundo me acordé de mis gafas, la playa y mi familia que seguía caminado. ¿Por dónde andarían? Hice un cálculo rápido. Le expliqué que estaba fuera, que no podía llegar a tiempo al juzgado,
…y que en Sevilla sería un milagro que se le concedieran una orden de protección por una amenaza de muerte.
Le dije que por que fuera yo no se la iban a conceder, y que en el juzgado la podría atender un abogado o abogada de oficio, o que podía designar a otro abogado. Le dije que intentara no sufrir mucho si, como era probable, le denegaban la orden de protección, que eso no significaba que el procedimiento no pudiera seguir adelante. Intenté en la distancia prepararla para luchar por lo mejor (conseguir protección) pero resistir a lo peor (que no se la concedieran). Dábamos círculos en la conversación. Hacía mucho frío y a la vez brillaba con fuerza el sol.
–No lo puedo comprender – me dijo
–Yo tampoco– pude haberme desahogado.
En vez de eso, le pregunté si tenía testigos y me dijo que había una testigo y que había declarado ante la policía. Le comenté que tal vez entonces tuviera una pequeña oportunidad, pero que se mentalizase pensando que era probable que no se otorgara la orden de protección pero que con su comportamiento rompiendo la ley del silencio le iba poniendo límites al agresor, y que probablemente, el abogado o abogada que interviniera defendiendo al denunciado le aconsejara que cambiara de comportamiento y que solían mejorar, al menos durante un tiempo.
–No entiendo nada -me decía- ¿No puedes venir tú?
–No -le dije- mientras hacía de nuevo el cálculo de lo que podría tardar el llegar a mi casa, quitarme la ropa de playa, ponerme la de guerra, e ir al Juzgado.
Se puso otra vez a llorar mientras preguntaba si todo eso servía para algo.
-Sirve -le contesté- pero menos de lo que debería y con mucho más trabajo del que debería. Pero sirve.
Le pregunté sobre el Juzgado que le había tocado y me dijo que creía que era el 4. Le expliqué entonces cómo solían tomarse las declaraciones y en concreto cómo las tomaban por lo general en ese Juzgado, y la importancia de que contara los episodios anteriores, y de que la acompañara la testigo.
-Casi seguro que no van a permitir que la testigo declare, pero que quede constancia de que está ahí y tú pides que declare –le dije.
Ella me dijo que estaba tomando notas. Yo me había puesto a caminar de nuevo.
Por la noche volvió a llamarme. No lloraba, estaba indignada.
-No me han tomado declaración, no me ha escuchado nadie, ni a la testigo, porque a él no lo habían localizado ¿te lo puedes creer? Simplemente han dicho que no a la orden de protección.
-Me lo creo –le dije, mientras lamentaba una vez más la naturalidad con la que se incumple la ley en los propios juzgados.
–Y la Fiscal -añade- ha hecho un informe diciendo que no hay indicios de nada de momento, ¿es que no se leen la denuncia ni la declaración de la testigo?
En ese momento encuentro mis gafas en el bolsillo interior de mi anorak pero no sé qué hacer con ellas. Hace tiempo que se fue el sol.
Amparo Díaz Ramos es abogada, especialista en violencia de género.