Por Chus Correa.
Si han visto Lo que el viento se llevó recordarán la secuencia en la que Escarlata aparece en la fiesta que Melania organiza por el cumpleaños de Ashley, vestida de rojo carmesí, imponente, ante el asombro de las personas invitadas a la celebración. La novela de Margaret Mitchell, origen de la película, lo relata así “Cesó la música al entrar ella y, confusamente, a Escarlata le hizo el efecto de que la multitud se precipitaba sobre ella, con el bramido del mar, y luego se alejaba con un rumor cada vez más tenue (…)”. Se preguntarán por qué evoco esta escena. Es la imagen que me viene a la memoria cuando recuerdo el día que mi hijo Lucas apareció en la piscina comunitaria con su carrito de pasear bebés. Tenía apenas tres años y no podía ir más contento, ajeno a que aquello trasgredía la norma. Sin saberlo estaba haciendo lucha, reivindicando el derecho como niño a jugar con muñecas, paseando su feminismo incipiente.
No puedo olvidar cómo se giraron a mirarle las personas que estaban en la piscina, mientras él caminaba seguro y libre. Mi ingenuidad al creer superados ciertos prejuicios, unida a la profunda convicción de que la igualdad empieza en la cuna, colocaron a Lucas en este lugar desconocido. Ahí empezó a convertirse en mi héroe.
Lo que siguió fue la perplejidad de mi hijo cuando los demás niños, y digo niños, le quitaron el carrito para jugar ellos, mientras las madres les justificaban aludiendo a la novedad que para ellos suponía este juego. Alguna llegó a reconocer, sin rubor, que su marido no permitía que su hijo jugara con cocinitas o muñecas. Mi respuesta todavía me retumba, como de otro siglo: “Yo no acostumbro a pedir permiso”.
Lucas siempre jugó de manera libre, igual con coches y camiones que con animales, monstruos, superhéroes o muñecas, sus heroínas. Feliz lucía collares y pulseras, o se disfrazaba con sombreros y pañuelos, sin límites y sin complejos. Recuerdo a su abuelo recriminando, a veces, su recién estrenada libertad, y recuerdo, como si fuera hoy, el día que su juego Simon, al acertar una pregunta le dijo “Qué listo eres”, tenía apenas cuatro años cuando me interpeló: “¿Y si es una niña, mamá?”. Ahí supe que mi pequeño héroe estaba creciendo en igualdad, y que el lenguaje no sexista se puede aprender de una forma natural.
Los prejuicios sociales y el paso de los años hicieron su trabajo, y un día Lucas guardó sus muñecas, cansado de ser diferente. El exterior puede ser un lugar frío y hostil si no sigues la línea marcada. Por suerte salió al rescate la Escarlata que quedó en él aquella tarde de verano, cuando Lucas enseñó a los niños de la piscina a jugar con muñecas, para ser hoy un hombre libre y feliz. Va por ti.
Mª Jesús Correa es abogada, especializada en Violencia contra la Mujer.