Nos guste o no el titular, desde que empezó el año estamos asistiendo a una auténtica matanza machista: cuatro mujeres al mes, una por semana. Cifras que ni siquiera se acercan a los objetivos de los cárteles más sangrientos. Víctimas que estamos convirtiendo en estadísticas, lo mismo que las del coronavirus, y de las que hablamos como si fueran líneas que suben, bajan o se estabilizan. En mayo hemos alcanzado un pico alto cuyo análisis ha llevado al gobierno a alertarnos de un posible repunte para julio. Gracias por el aviso, pero cabe preguntarse cuántas más tienen que morir para que esta matanza se considere un asunto de Estado prioritario en la agenda del presidente del Gobierno y por supuesto de la ministra de Igualdad.
Hoy miércoles hemos conocido la noticia de una nueva víctima del terrorismo machista, la número 20 desde el mes de enero. Se trata de una anciana de Moratalaz (Madrid) de 81 años. Su marido de 84, que ya se encuentra detenido, la habría agredido con un martillo. El mismo lo confesó así a la policía y pidió que se lo llevaran apresado. La mujer fue trasladada al hospital 12 de Octubre pero no se pudo salvar su vida debido a las graves heridas que presentaba. La agresión se produjo ayer martes por la noche en el domicilio de ambos.
ALGO FALLA
Es muy fácil hacer discursos políticas con unos crímenes que tienen unos culpables muy claros: los agresores y los maltratadores. Pero habría que pensar en qué está fallando nuestro Estado de Derecho y la compleja red de defensa y protección de las mujeres que tenemos organizada, porque este tinglado oficial de comisiones, observatorios, departamentos oficiales, direcciones generales y cargos diversos está fracasando estrepitosamente al menos en lo que a evitar los feminicidios se refiere.
Si a ello le sumamos que las concentraciones de protesta testimoniales, tan necesarias para implicar a la sociedad en el rechazo de estos asesinatos, corren el riesgo de verse como algo normal por parte de la ciudadanía porque las desgraciadas circunstancias obligan a convocarlas casi a diario, el panorama al que nos enfrentamos nos obliga a la más profunda autocrítica. La implicación real tanto de quienes mandan como de quienes obedecen ante esta tragedia diaria peca de simbólica y demanda una mayor determinación.
Los maltratadores saben que están cometiendo crímenes cuando matan a sus mujeres porque no pueden dominarlas de otra manera, o cuando sacrifican a sus hijos para hacerles todavía mayor daño a sus madres, por eso la mayoría de ellos se entrega o conscientemente se suicida y así evita la condena. Pero de lo que se trata es de que asimilen que la dominación se acabó. Que en esta sociedad la violencia contra la mujer no tienen cabida. ¿Cómo hacérselo entender desde dentro del patriarcado?
Desde 2003 que se lleva la cuenta de los crímenes machistas han muerto en España 1098 mujeres. La violencia de género supera en víctimas al terrorismo etarra que fue durante décadas el primer problema de este país. No hay ministros ni ministras en los entierros de las mujeres asesinadas, ni siquiera el de jornada que no faltaba en el sepelio de las víctimas de ETA.
De hecho son muy pocos los entierros que se hacen públicos de las mujeres víctimas del terrorismo machista, no se ven, no suele ir nadie aparte de la familia. Tienen que ser muy mediáticos para que reúnan a decenas de vecinos con alguna autoridad incluida.
En los medios, salvo raras excepciones, se cuentan las noticias de estas muertes como una cantinela sin énfasis, sin matices, en plan parte diario, como un suceso más.
Pero tan cierto como que el maltratador es el culpable, es la necesidad que hay de innovar en las formas de intensificar la conciencia social contra el maltrato a la mujer: mensajes que calen, campañas permanentes, insistentes, y en todos los rincones posibles, desde oficinas a bares pasando por parques, jardines, comercios, ascensores o bibliotecas, difusión del nombre y apellido de cada maltratador y, lógicamente, de las sentencias que los condenan. Y por supuesto, revisar el protocolo de igualdad en los centros educativos donde se larvan los machistas del futuro. La imaginación y la eficacia en las actuaciones y decisiones hay que exigirlas porque van en los sueldos de quiénes tienen la responsabilidad pública de proteger, qué menos, la vida de las mujeres.
Nani Carvajal
16/6/2021