Por Paula Gómez Rosado
Me gastaba leer todo lo que encontraba,
soñaba con vivir las vidas de los libros
y tras leer a Barrie tomé mi decisión:
Peter Pan me aburría con tanta inmadurez,
Campanilla era sosa y hasta diría que simple,
yo quería ser mayor, tener vida compleja,
hacer todas las cosas que vi hacer a mi madre
y que de mí contaran que era casi perfecta.
Me estudié con empeño todo el papel de Wendy
y, claro,
lo bordé:
con lágrimas nocturnas sobre las almohadas,
con todo el sufrimiento silenciado en los hombros,
con las cargas pesadas clavadas en el pecho,
con soledad,
con culpa.
¡Cómo me arrepentí cuando descubrí un día
que pude ser pirata en una nave propia!
No para llevar niños que luego hay que cuidarlos,
mostrarles los afectos y dedicarles horas,
o escucharlos,
jugar…
Sería una pirata para navegar libre
manejando el timón con total maestría,
descubrir nuevas islas por las aguas del Sur,
bañarme entre las olas, vivir solo del mar
y gozar el buen tiempo con las sanas caricias
del sol,
del viento.
Como jamás es tarde, ya me saqué el carnet
de experta capitana en naves o veleros
y no le tengo miedo a las aguas más bravas
ni a barcos que me intentan abordar sin permiso.
Yo, mujer
ya madura.