EL ACOSADOR ADMIRADO
–Por Amparo Gimeno Lavin
Para mi es un espanto contar algo personal en un medio público. Sin embargo, allá
voy, en parte por el correteo al que me está sometiendo una amiga muy querida y en
parte porque entiendo que es mi obligación y eso siempre me funciona.
La historia que cuento me pasó cuando posiblemente tenía veinticinco años. Llevaba
casi dos años trabajando como abogada en Comisiones Obreras. Vivía en una vorágine
de descubrimiento profesional e ideológico y me esforzaba por merecer todo aquello.
Fui con varios compañeros hombres del Sindicato a unas jornadas de formación en
Huelva. En ella participaba un abogado mayor de gran renombre, admirado por todos
nosotros por su defensa de los derechos y libertades durante la Transición. Yo, como
buena mitómana, lo admiraba más que nadie
Recuerdo, ya de forma muy emborronada, que hablé con él varias veces durante las
jornadas, que a lo mejor me preguntó por mi trabajo o comentamos algo de lo que se
había dicho. Yo me sentí reconocida en aquellas breves conversaciones como una
colega, como una persona con algo de inteligencia. En fin, eso me produjo una
sensación de tranquilidad, de agradecimiento, de sentirme una más.
Creo que al final de las jornadas, hubo una cena colectiva y luego fuimos todos a una
especie de discoteca, que me suena oscura y con unos asientos mullidos y bajitos, muy
de la época.
Cuando yo estaba de pie en una esquina, mi ídolo se acercó, pero ya no me habló, solo
me agarró acercándome mucho. Torpemente me aparté, riendo (¿de qué?), como
pude.
No recuerdo las palabras que usó, pero en suma me dijo que por qué lo había
provocado, que a qué estaba jugando. Me habló con intenso desprecio.
Aquella madrugada, sola de vuelta al hotel lloré y anduve dando vueltas por la
habitación, llena de vergüenza. Pensaba que efectivamente había dejado notar
demasiado mi admiración, que lo había confundido, que todo el mundo se había dado
cuenta. Como he leído en otras historias, era de nuevo pequeña, me sentía sucia y
desde luego ya no era una de ellos.
Siendo, como es, una historia muy corta y sencilla, tuvo que pasar tiempo hasta que
pude verlo de otra manera, sin sentirme avergonzada de mi, sin sentir que tuve la
culpa.
Recuerdo haber pasado por situaciones semejantes, antes y después que esta, largas y
cortas, algunas más graves. Otras que he vivido, todavía ni siquiera las he repensado,
están ahí como atravesadas.
Todas estas historias tienen algo en común y es que me han hecho dudar de mi. En casi
todas he buscado en principio una explicación menos dura y fea que el puro
machismo, algo que me diera un poco de control. Ahora ya bastante mayor, con
mejores amigas que nunca, sé por ellas que no la hay.
Amparo Gimeno Lavin es funcionaria de la Administración local.