PARIR CUANDO LE VIENE BIEN AL GINECÓLOGO
«La niña no salía, y yo indefensa me vi como un saco al que se le empuja para sacar lo que hay dentro. Vomité y por supuesto mis esfinteres también se dislocaron«.
«Hoy denuncio los partos programados, de no ser por cesárea o por alguna circunstancia extrema vital para el feto o la madre, porque son anti natura, e igualmente reclamo la formación del personal relacionado con el proceso en el trato con las parturientas«.
Por Susana Limón
Fui madre por primera vez con 28 años, el primer embarazo de cuatro de los cuales sólo dos salieron bien. Del primero tengo que denunciar muchas cosas sobre el proceso. Era primeriza, ignorante de todo lo que significaba PARIR y SER MADRE, pese a que fui a ursos de preparación al parto. Nada que ver cuando te enfrentas a la realidad.
Fue un parto programado, porque estaba de 42 semanas y la niña no quería salir. Para empezar, mi ginecólogo me lo programó un día que a él le venía bien, porque llegaba el puente del Pilar y no quería que se le fastidiara.
Entré en el hospital ilusionada a la par que desconocedora del infierno que me esperaba hasta poder ver la cara de mi hija. Todas sabemos que no es lo mismo ir con algunos centímetros de dilatación que ir completamente a pelo.
Me reconoció la matrona, primer calvario, y fui sometida a varias inyecciones de oxitocina para agilizar mi dilatación. Entré en el hospital a las tres de la tarde y hasta las once de la noche no empecé a sentir las contracciones. Dolía y mucho. Yo desaprendí todo lo aprendido. Durante la noche hasta alucinaba de dolor, hiperventilaba con las respiraciones y me retorcía. Entonces entraron, y en uno de las muchas metidas de mano, me rompieron la bolsa del líquido amniótico, cosa que en un parto natural sale solo, y lo digo porque así fue en el último que no tuvo nada que ver.
Desde entonces se desató la frecuencia de las contracciones y mis fuerzas se iban apagando. Solo contaba de vez en cuando con la visita de la matrona y con mi marido que poco podía hacer por mí.
A eso de las siete de la mañana,-estamos hablando de un calvario de unas ocho horas previas-, y ya sin apenas fuerzas, me bajaron al paritorio. Tuve que ir en silla de ruedas porque no me tenía en pie, y aún quedaba lo peor que era empujar y PARIR. Tengo una doble escoliosis en la espalda y más pronunciada en la zona lumbar donde se inyecta la epidural, y nunca me hicieron un estudio preanestésico previo para averiguarlo.
El anestesista se enfrentó a mi espalda como un torero con el estoque, llegando a romper hasta tres agujas en el intento. Mientras, yo allí tumbada, sin fuerzas, por fin vi la cara de mi ginecólogo que desde que ingresé no había aparecido.
La niña no salía, y yo indefensa me vi como un saco al que se le empuja para sacar lo que hay dentro. Vomité y por supuesto mis esfinteres también se dislocaron. El anestesista preguntaba que qué tenía en la espalda, ¡pero ese no era el lugar!. Yo casi no podía hablar y allí habría unas cuatro personas que me ponían más nerviosa aún. Finalmente, por gracia divina me pudo poner la anestesia, pero la niña no salía y vi como tres de ellos empujaban hacia abajo mi barriga con sus brazos. Mi marido estaba conmigo, pero poco podía aportar, hasta que llegó un momento en que lo echaron porque ya se complicaba la cosa. Sacaron a la niña con ventosa porque se escurría para adentro cada vez que asomaba la cabecita. Fue de los momentos más duros de mi vida, porque llegué al límite de mis fuerzas. Solo uno de los que me asistieron tuvo el detalle de decirme la gran frase: SUSANA, ¡YA ERES MADRE!.
Me enseñaron a la niña un poco, pero pude disfrutar solo unos segundos de ella porque se la llevaron para hacerle pruebas, y entonces vino la maravillosa parte del “corte y confección”. Me habían rajado para poder maniobrar con más espacio y ahora tocaba coser el saco.
Yo lloraba y lloraba con una mezcla de estupor y emoción difícil de explicar en ese momento.
No sentí aliento alrededor, solo esa persona que me animó y me dijo que lo había hecho muy bien me ayudaba a sentirme algo mejor.Finalmente, toda cosida me llevaron a la habitación donde tengo fotos ya con la niña en mis brazos y con las ojeras de un mapache, aunque FELIZ.
Pensé que ya había acabado todo cuando llegó una persona para apretarme con todas sus fuerzas y sacarme lo que vulgarmente se dice “el forraje”, sin previo aviso. Un dolor extremo que acabó por rematar mi maltrecho cuerpo.
Luego, llegó el asunto de dar de mamar, exhausta y desconocedora de que mi hija se agarraría a la teta como si no hubiera un mañana. Recuerdo que las enfermeras me explicaban cómo hacerlo con poco cariño, un mero trámite. Todo fue bastante difícil, de no ser porque tuve a una niña sana que pesó casi 4 kilos y que desconozco si, de haber esperado un poco más, hubiera salido por su cuenta de forma natural unos cuantos días después, sin forzarlo.
MÁS VIOLENCIA OBSTÉTRICA POR «HUEVO HUERO»
Mi segundo capítulo fue mi primer aborto, algo traumático sin duda, cuando te enteras que el embarazo no va bien. Tuve lo que se llama un “huevo huero”, que significa que el óvulo se ha fecundado pero que no ha llegado a formarse el embrión. En definitiva, no hay latido.
La noticia fue terrible, estaba de nueve semanas, dos años y medio después de tener a mi primera hija. Pero peor fue escuchar de mi ginecólogo que literalmente se desentendía de atenderme en este asunto, y que me fuera por mi cuenta al hospital maternal. Un jarro de agua fría que me bloqueó para reaccionar en el momento contra él. Menos mal que tengo una prima ginecóloga que me atendió allí con cariño y profesionalidad.
Sufrir un aborto es algo muy triste, te sientes vacía y con la ilusión cortada de cuajo, y cuando subes de quirófano no llevas nada contigo, y eso es difícil de digerir.
Este señor después del suceso, no se preocupó por mi estado en ningún momento, ¡ni una llamada! Por supuesto, corté radicalmente la relación médico/paciente con él, y supe después de más irregularidades con otras pacientes en sus embarazos. Debí denunciarlo en su momento.
Pero hoy denuncio los partos programados, de no ser por cesárea o por alguna circunstancia extrema vital para el feto o la madre, porque son anti natura, e igualmente reclamo la formación del personal relacionado con el proceso en el trato con las parturientas. Me consta que hay matron@s y obstetras muy profesionales, que tuve la suerte de verificar con mi segundo aborto y mi último parto.
Las parturientas somos personas vulnerables que nos enfrentamos a algo desconocido y a cierto sufrimiento y exposición poco digna de nuestro cuerpo.
El fin, no siempre justifica los medios, y menos cuando se trata de dar vida y recordar ese momento feliz para el resto de tus días.
Merece la pena ponerle mucho cariño para acompañar a la madre en ese tránsito, y no sentirse un mero envase, sino una persona que ha sufrido nueve meses de larga espera con esa criatura en su barriga, preparándose para un momento tan trascendental en su vida. Es de ley hacerlo especial.
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