1O MESES Y 33 HORAS INOLVIDABLES
Por Paula Gómez Rosado
Esperaba la menstruación a primeros de junio, pero ya no llegó y pronto se
confirmó el embarazo que recibí con la ilusión de toda primeriza ingenua porque me creí
el relato de la maternidad romantizada, pero ya desde los primeros meses fui
descubriendo la realidad.
Primero llegamos al médico de cabecera, amigo de mi suegra desde la adolescencia, que cuando se lo comentamos, mira al padre de la criatura, como si yo no estuviese allí, y le suelta:
-«Tú porque eres muy joven, pero a mí mi mujer me dice ahora que está
embarazada y le doy una patada.»
Me limité a pensar que era un poco bruto. Y al salir, nos reíamos comentándolo.
Pero quedaban las más gordas. La primera cuando me toca la primera revisión con el
ginecólogo de la Seguridad Social y vamos mi chico y yo a la consulta. Cuando lo ve
entrar le dice que se largue. Él reivindica su papel de padre y quiere estar presente, el
médico se pone borde, yo mientras aprendiendo a subirme en ese aparato espantoso y la
enfermera intentando que no me afectara la discusión a voces que tenían ambos.
Posteriormente tuve una plaquetopenia y necesité de un hematólogo que
me estuvo tratando porque en la consulta “eso se da en algunas embarazadas y después
desaparece”.
Cuando cumplí la octava falta, fui a la consulta por última vez y me dijo, el mismo
ginecólogo, que posiblemente naciese antes de tiempo porque el bebé era muy grande.
Que ya no tenía que volver y cuando me pusiese de parto, me fuese al maternal. Pero
estábamos ya en marzo y Jorge todavía no daba señales de querer salir. Preocupada pido
cita y en consulta el ginecólogo ni me recibe: si estoy bien, a esperar. Seguramente me
habría equivocado en las cuentas.
El 5 de marzo, sobre las seis de la mañana, me despierto intranquila con unas
ganas enormes de orinar y al levantarme de la cama, veo que he roto aguas. Llamo al
padre, que se pone nervioso y ya quería correr y lo tranquilizo. Limpio el piso, me dio por
ahí, mientras él va a buscar a su madre, empiezan a llegar mis amigas-vecinas y ya a
media mañana vamos al maternal. Me echan para atrás y me dicen que vuelva cuando las
contracciones sean seguidas. Nadie me habla de la posibilidad de que el líquido amniótico
se infecte y salga oscuro, cosa que no ocurrió. Al llegar la noche, se aceleraron las
contracciones y por no verlo a él nervioso y que me lo contagiara a mí, fuimos hasta tres
veces al hospital hasta que me dejaron ingresada.
Y empieza la peor parte: Una sala con un grupo grande de mujeres a punto de
parir, cada una con su forma de expresar/controlar el dolor: unas gritaban, otras lloraban,
otras respiraban, otras apretaban puños y boca… Una enfermera se acerca a una señora,
más mayor, que gritaba y le dice:
-«Cuando lo estabas haciendo no te acordabas de esto, porque tú ya sabes a qué
vienes que tienes seis».
Me afecta el maltrato y voy a responderle en favor de la señora, pero ya se había
ido. Al rato me entran ganas de ir al baño y cuando estoy orinando, sin sentarme en el
váter, llega otra vez la enfermera y me empieza a reñir sin yo entender lo que me dice.
Hasta que ya termina más despacio:
-«¿Qué quieres, echar el niño al váter?»
Y yo sin fuerzas para contestar. Estaba allí desde las ocho, eran casi las doce y llevaba 30 horas sin descansar. Pasé a reconocimiento varias veces, cada vez un ginecólogo distinto.
Nadie decía nada, como si yo no estuviera, sólo mi barriga.
De pronto llega una enfermera que me pregunta si soy «la Paula.» Le respondo y se presenta: la mujer de un amigo. Por fin me tranquilizo. Al rato, me llaman a paritorio de nuevo y me da una contracción justo al subirme me paro y la misma enfermera vuelve a reñirme empujándome. Le digo que si ella tiene hijos y me contesta:
-«No, me los ha traído la cigüeña».
En ese momento, un nuevo ginecólogo me atiende, muy amable, me explica la
situación y me dice que me van a subir a planta que debo estar rendida. En la habitación
me ponen una inyección para acelerar el parto. A las tres nacía Jorge y yo estaba
dormida, aunque pedí que no me sedaran, pero había problemas porque el niño venía de
cara. Me hicieron la episiotomía. Cuando desperté, me vi en una sala con varias mujeres
dormidas, entonces nos anestesiaban a todas, todavía no había llegado la epidural y no
habías prácticamente partos naturales.
Me llevan a la habitación. Cuando ya estoy medio despierta, traen al niño, había
pesado 3.950 pero era puro hueso, tanto que el primer mes en casa sólo con el pecho se
puso en 6 kilos, pero en el útero había perdido peso.
Cuando el padre lo ve me cuenta que se ha llevado otro susto. Le habían comunicado el nacimiento de Jorge y empezaron a llamar a las familias de los recién nacidos. Como no lo llamaban, se acercó a ventanilla y le dijeron que dentro no quedaba ningún bebé. También él y su madre, otro sofocón. Finalmente se lo trajeron sin explicaciones pasado un buen rato.
El niño lo habían sacado con fórceps y tenía la cabeza en forma de balón de rugby que poco a poco se le fue corrigiendo aunque la señal roja en la frente estuvo muy visible hasta hacerse adulto.
Y me fui con mi bebé a casa, con mis puntos y sin que nadie me dijera cómocurarme esa enorme herida. Jorge nació el 6 de marzo de 1979. A primeros de mayo ya estaba trabajando en Lebrija, que era aquel año mi destino. Yo aún no me había repuestoy además tuve que dejar de darle el pecho de la noche a la mañana. El niño me buscaba la teta y yo sufrí los dolores de la retirada durante un tiempo. El médico me dijo que me aguantara, de nuevo.
Hoy tengo claro que nos vendían la maternidad con engaños y lo peor que veo a
algunas mujeres jóvenes que siguen teniendo una idea romantizada de todo el proceso
embarazo-parto-crianza. Pero si intento explicarles que no es así, aunque tener una hija o
un hijo es emotivo y entrañable, la gente del entorno se pone en guardia. No hemos
avanzado tanto.
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