
622 DÍAS DE GENOCIDIO NORMALIZADO:
UNA MASACRE SIN FIN… Y UN PÚBLICO SIN CONMOCIÓN
.-Este es el 1º capítulo de una crónica sobre las «atrocidades diarias que se suceden en Palestina mientras el mundo observa y se acostumbra, inquietantemente, a la masacre de palestinos con una indiferencia escalofriante».
Contamos los días mientras contamos las víctimas; las cifras aumentan mientras todo lo demás permanece en calma. Durante 622 días, casi 60.000 mártires han caído, y con ellos, el mundo ha fracasado en la prueba de la conciencia humana. Tiendas de campaña y hospitales se han convertido en tumbas; las personas desplazadas, bombardeadas en sus refugios, los hambrientos, acribillados a tiros mientras esperaban ayuda. Médicos y periodistas fueron el blanco de las cámaras. Familias enteras borradas de los registros civiles. Cadáveres destrozados por perros callejeros en las calles. Bebés que morían bajo los escombros de hambre y frío. ¿Debo seguir enumerando los crímenes que la ocupación comete contra el pueblo palestino? No seré capaz de enumerar los crímenes de Israel.
Por Alaa Karajah

Repasemos la trayectoria psicológica del sentimiento público hacia la guerra israelí en Gaza desde que estalló en octubre de 2023. Al principio, hubo conmoción, luego indignación y luego impotencia. Pero pronto se produjo un cambio: una silenciosa rendición a la realidad, una sumisión reticente, luego apatía y, finalmente, aceptación. El mundo apartó la mirada de un crimen que se estaba cometiendo y aún se está cometiendo. La vida continuó, mientras el genocidio se reproducía de fondo. Aquí es donde la humanidad realmente cayó y terminó.
¿Qué sucede cuando la gente muere a diario y a nadie le importa?
Ya no nos enfrentamos a la impotencia, sino al consentimiento, incluso a la complicidad. El asesinato diario de palestinos se ha convertido en un elemento cotidiano del ciclo informativo mundial, una nota más en el monótono ritmo del mundo.
Últimamente, una escena crucial de una película que vi hace mucho tiempo, La Playa (2000), sigue resurgiendo en mi mente. Un grupo de personas vivía una vida idílica en una playa aislada y serena. Entonces, sin previo aviso, un tiburón atacó a algunos de ellos mientras nadaban, dejando a algunos medio vivos, medio muertos. Al principio, el grupo estaba consumido por la conmoción, la ansiedad, la tristeza y la rabia.
Discutieron sobre si salvar a los heridos, pero al final, la mayoría prefirió el interés propio a la compasión. Su líder dijo: «Si los enviamos a la ciudad, otros se enterarán de lo de la playa». El ataque del tiburón fue brutal, estremecedor, pero no fue lo peor que ocurrió ese día. El verdadero horror vino después: una reunión de emergencia alrededor de una mesa de madera que antes se usaba para planificar juegos y ocio, ahora reutilizada para debatir quién sobreviviría y quién se quedaría atrás. Alguien sugirió: «Trasladémoslos lejos, al desierto». Y así fue.
Los heridos fueron llevados al olvido. Nadie los siguió. El silencio era necesario para preservar el «equilibrio social». Sus gemidos nunca llegaron a los demás; su dolor nunca interrumpió el ritmo de la vida comunitaria. Pasaron unos días y todo volvió a la normalidad, como si nada hubiera sucedido. Esta no es una historia ficticia de gente común que fracasó. Es la historia de una sociedad que logró convertir el fracaso en un sistema. En este sistema, el dolor se recicla como «ruido de fondo», y la supervivencia pertenece solo a quienes no perturban la paz con un grito de socorro.

La tragedia actual ya no se trata solo de personas masacradas. Se trata de la normalización de esa masacre y la capacidad de coexistir con ella. Esta es la brutalidad de la sociedad moderna: donde las decisiones inhumanas se envuelven en el lenguaje del «interés» y el «orden», y la catástrofe se replantea como un mero fallo administrativo en un sistema que ha perdido su alma moral. Culpar a la víctima asediada se vuelve más fácil que confrontar al perpetrador.
LA MERCALIZACIÓN DE LA MUERTE PALESTINA
Tras dos años de matanza incesante, la sangre palestina se ha convertido en un producto consumible. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Quienes normalizan el genocidio hacen más que borrar el cuerpo de la víctima: lo despojan de significado. Lo convierten en un espectáculo. Un “banner” que pasa por un canal de noticias que se desplaza. Mediante la repetición, lo excepcional se vuelve rutina. Y lo monstruoso, mundano. Como palestinos y profesionales de los medios de comunicación, seguimos las noticias y los acontecimientos a diario. En los pasillos de los estudios de televisión, el silencio se extiende, denso, pesado como el ruido más desagradable. Los rostros de nuestros colegas se desvanecen, se marchitan, desgastados por el agotamiento físico y emocional. Sufrimos temblores invisibles, pequeñas conmociones psicológicas que pasan desapercibidas, pero que se acumulan con el tiempo. Todos aquí lo saben: este trabajo ya no se trata de perseguir historias ni escribir reportajes. Se ha convertido en un intento desesperado por rescatar nuestra humanidad de la erosión. Seguimos trabajando para protegernos de la insensibilidad ante la matanza, viéndola solo como un número, una fotografía o un titular que aparece en la pantalla.
La gente nos dice: «Son periodistas. Deben estar acostumbrados». Pero la verdad es que no lo estamos. Y nunca lo estaremos. Acostumbrarse a esto es morir por dentro. El entumecimiento es muerte. El entumecimiento es complicidad.
Alaa Karajah es presentadora de televisión y escritora.
Fotos: Saher Alghorra/Zuma Press
Compartido con el boletín «Comunicar el Mediterráneo con mirada feminista», nº 3, junio 2025. Xarxa Europea de Mujeres Periodistas , Red Internacional de Periodistas con Visión de Género (RIPVG).