Por Mª Jesús Correa
Hace veinte años que parí. Un momento muy animal, en todos los sentidos. Ese día me sentí más mamífera que nunca, por el hecho en sí, y por ser tratada como una animal, echando por tierra el discurso romántico sobre la maternidad, y sobre el vendido como “el día más feliz de mi vida”. Bueno, depende del cómo. Me explico.
Mi hijo vino a este mundo en un hospital público, un día frío de enero, y una semana después de lo previsto. Ese pequeño detalle hizo que los últimos controles fueran por navidad y fin de año. Yo era esa mujer detrás de una barriga. Te abres de piernas y allí mete la mano hasta el apuntador. En ese precioso momento de ver el estado del bebé que, a la sazón, pesaba ya casi cuatro kilos, comentaban sus planes para la Nochevieja, o cómo había sido la cena con los suegros y, de paso, decían “ya está aquí mismo”. Y yo, la mujer tras la barriga, por donde metían la mano entera como para sacar el regalo sorpresa de una rifa, allí expectante, detrás. Ninguna de esas personas era mi ginecóloga, era personal sanitario desconocido para mí, y no se presentaron, eso seguro.
Yo estaba nerviosa por conocer a mi hijo, como una primera cita, el día que por fin decidió aparecer. Lo que voy a contar a continuación siempre lo he recordado de manera incrédula, resignada, como si no hubiera habido otra opción, como si hubiera sido inevitable, hasta que he sido consciente de que es otro tipo de violencia, y que yo fui víctima.
Aquí comienza el ME TOO DE LA VIOLENCIA OBSTÉTRICA.
Cuando llegué al “Maternal”, hoy llamado Hospital de la Mujer, ya con contracciones, me dieron una bolsa de basura verde, me indicaron que debía meter ahí mi ropa y ponerme ese camisón color ala de mosca, que te deja el culo al aire, y que tenía que llevar sin bragas, pero con una compresa entre mis piernas. ¿Me lo explicas? Ya pueden imaginar cómo era mi caminar para que la compresa no se cayera. En esa tesitura estaba: culo al aire, sin bragas y andando como Chiquito, con la bolsa de basura, sin asas, portando mi ropa y una barriga de 10 kilos, cuando aparecieron las cámaras de un programa televisivo haciendo un bonito reportaje. Fui lo más parecida a la niña del exorcista al advertir al periodista que no podía grabarme. Todavía me sorprende que entraran cámaras en esa zona del centro hospitalario, donde debía imperar la intimidad y el respeto.
Yo, a lo mío, tenía que conseguir sacar al niño de mi cuerpo, eso era lo único que me importaba. El parto fue todo lo bien que puede ir teniendo en cuenta que no se puede expulsar a un niño de casi 4 kilos tumbada, por la misma razón que no se hacen las necesidades en dicha postura, sino sentada, por la fuerza de la gravedad. El esfuerzo es inmenso y absolutamente contra natura.
Si la mujer se encuentra tumbada el trayecto del niño es más largo y contrario a la fuerza gravitatoria. Esto hace que se utilicen instrumentos, como los fórceps en el caso de mi hijo, instrumentalizando en exceso un acto natural.
La OMS desaconseja el parto con la mujer tumbada, recomendando el parto vertical, pese a lo cual en España parir en horizontal es lo más común, y me temo que solo favorece al personal sanitario. El Ministerio de Sanidad y la Sociedad Española de Ginecología (SEGO) aconsejan intervenir lo mínimo posible en los partos, para que la mujer tenga libertad de movimientos y pueda adoptar la posición más cómoda, y no hace falta ser persona experta en la materia para entender que tumbada boca arriba parir es más difícil, y que la intervención médica excesiva en un parto “normal” puede ser perjudicial. La ONU ya ha condenado a España, al menos en tres ocasiones, por violencia obstétrica.
La realidad es que el centro hospitalario no me ofreció otra opción.
Tampoco me preguntaron si me parecía bien tener público. Vale que es un Hospital Universitario, pero no está de más respetar la privacidad y la intimidad de la paciente, y comunicarle, al menos, que habrá alumnado presenciando el parto, tu parto.
Cuando finalmente mi hijo vio la luz, y procedieron a coserme los puntos, allí había un grupo de, al menos, cinco personas mirando mi cuerpo desparramado, como si yo no existiera, como si no hubiera nadie tras la tela verde que cubría mis piernas.
Del paritorio me pasaron a otra sala, donde estuve unas dos horas, sin explicación alguna a la familia. Miraba a mi hijo, que estaba en una especie de incubadora, en el intento de asumir que aquella personita se venía a casa conmigo. Allí un sanitario hombre me apretó el abdomen de una manera brutal, violenta, con el fin de expulsar los restos que pudieran quedar en mi cuerpo. Sin empatía, con agresividad, y espetando: “No te quejes, que si luego tienes infección bien que venís protestando”. Creo que sus gestos y palabras me dolieron más que el parto.
Mi decisión de no dar de mamar fue otra piedra en el camino. No porque no fuera respetada, sino por las formas. Mi ginecóloga me había advertido que, una vez parida, tenía que empezar a tomar unas pastillas para que no me subiera la leche. Recuerdo a la enfermera entrando en la habitación preguntando: “¿Cuál es la que no va a dar el pecho?”, y después de levantar mi mano tirarme las pastillas sobre la cama, con desprecio. Mismo modus operandi al traer el biberón que debía dar a mi hijo, dejándome meridianamente claro que mi opción era contraria a lo establecido.
Todos estos recuerdos los vives de manera pasajera, porque tu hijo lo ocupa todo. Ser madre es algo demasiado grande y en lo último que piensas es en reivindicar tus derechos. Solo te importa su bienestar y, por eso, olvidas rápidamente lo mal que lo has pasado o cómo te ha tratado el sistema. Pero hace poco leí un reportaje titulado “Contra la violencia obstétrica”, tan silenciada y opaca, y me vi reflejada, me reconocí, y me volvió a doler, el alma esta vez.
Quiero pensar que veinte años después las cosas han cambiado, y no dudo que hay personal sanitario que trabaja de manera correcta, pero hay que exigir respeto, empatía y dignidad.
Abramos este melón. Abramos el ME TOO DE LA VIOLENCIA OBSTÉTRICA. Se acabó.
MARIA JESÚS CORREA, es abogada especializada en violencia contra la mujer.