Por Cristina Martínez
El otro día leía en prensa el lamento del padre de Diana Quer sobre lo poco que se castiga a un asesino. El hombre decía que “matar a una rata tiene igual pena que ocultar el cadáver de mi hija”. El asesino de su hija, el Chicle, está en prisión permanente revisable, pero con las leyes que tenemos y una buena actuación teatral esa revisión puede motivar el ponerlo en la calle, pese a que, como ha tenido posteriormente nuevas condenas por otros crímenes, lo van a retener un poco más.
Ahora bien, si motivado por la ira, el señor Quer atacara a semejante bicho al verlo en la calle, él sería el castigado. Nuestras leyes protegen a los asesinos con la excusa de que esos delincuentes se pueden reformar.
No niego que algunos se puedan enmendar, pero son los menos. Creo que quien mata con alevosía y perversión no debe ser liberado nunca.
Los castigos se inventaron para evitar males mayores y disuadir a los posibles delincuentes de cometer otros crímenes. Nuestro sistema los castiga a un encierro temporal durante el cual se les aloja y alimenta a costa de todos los españoles; se les permite asimismo velar su imagen, para que no se les rechace cuando cumplan unos años de cárcel y puedan reintegrarse social y laboralmente.
Por desgracia lo vemos con demasiada frecuencia, en cuanto esos depravados ponen el pie en la calle, cometen enseguida el crimen siguiente. Y, en todos los casos, son las mujeres quienes pagan la factura tremenda de haber nacido con ese sexo y mueren a sus manos.
Por la víctima, se guardan unos minutos de silencio. Se la entierra con mucha pena y muchas flores y su vida, en muchos casos todavía en brote, queda injustamente segada para siempre. Luego, el silencio. Se habla apenas del sufrimiento que queda incrustado en el corazón de sus familias y seres queridos el resto de sus vidas.
Somos muchos los ciudadanos y ciudadanas que estamos hartos/as. No es una cuestión de ideología sino de sentido común. Nuestro sistema debe ser revisado. A quienes cometen un crimen de esa envergadura hay que impedirles de por vida cometer el siguiente. Nada de prisión permanente revisable. Condena perpetua.
Cristina Martínez Martín es escritora