
LA LOTERA
Por Concha Cobreros

ABRIL DE 2025
Amparo se despertó como siempre muy temprano. La luz del Mediterráneo entraba deslumbrante por el amplio ventanal de su habitación. El mar hacía notar su presencia en toda la casa.
Se quedó en la cama unos minutos disfrutando del cielo que veía y observando como la brisa jugaba con la copa de la palmera que se recortaba ante ella. Después se incorporó despacio, se sentó unos segundos en el borde del colchón y miró la foto de su boda sobre la mesita de noche: qué caritas más lindas, qué jóvenes éramos. Fuimos muy felices, sonrió. Alargó un poco la mano derecha y tiró de su andador.
Ya en el cuarto de baño se examinó en el espejo. A sus setenta años conservaba una piel bonita y unas facciones agradables. Pero aquel brutal accidente había dejado huellas duras en su cuerpo y en su movilidad. A veces creo que es mejor que mi Johny no me haya visto así. Bueno, esto es lo que hay. Y se dispuso a mejorar “lo que había”.
En aquella curva maldita, Amparo perdió mucho más que la salud. Su Johny se quedó allí para siempre. Recordaba con alegría los momentos felices, que fueron muchos. Y trataba de mirar para adelante. Nunca se rindió ni quiso regodearse en la tristeza, aunque a veces un pellizco le retorciera el alma.. para siempre.
Amparo dedicaba todos los días un buen rato a arreglarse. Hoy tenía hora en la peluquería. Le encantaba ir a la peluquería. Su bolso en bandolera, sus zapatos ortopédicos pero elegantes, su falda y jersey perfectamente conjuntados. Y su bastón.
A la hora de comer, Amparo vendía lotería, era su trabajo. Encorvada sobre su muleta recorría las mesas de los restaurantes playeros ofreciendo sus décimos y regalando sonrisas. Formaba un tierno garabato con su espalda escoliótica, casi una C, su cabeza ladeada para poder mirar a los clientes y su bastón amigo.
Su hija, Virginia, que tenía la misma cara y las mismas pecas rubias que su padre, le reñía:
-Mamá, no te hace falta
-Si me hace falta, hija. Me hace mucha falta salir a la calle y ver el sol y elmar y la gente alegre y los niños corriendo. Eso me da la vida. No puedo quedarme encerrada en casa con mis dolores, mis pastillas, mi televisión y mis traumas.
Y era verdad. Amparo se echaba a la calle a buscar la sonrisa que le devolvía la gente y a disfrutar de los colores del cielo, del mar, de la arena, de las gaviotas… Que bien volaban las gaviotas…y su alma cabalgaba unos segundos sobre el lomo de la más blanca, se veía todo tan bonito desde allí arriba…

LOVE STORY ( Julio de 1975)
Todo el mundo en el pueblo conocía la historia de Amparo. La historia de aquella chica guapa que se casó con un escritor americano que coleccionaba motos. Johny era, por entonces, un joven escritorcon un par de bestseller. Trabajando por el sur de España, decidió descansar una temporada en aquella costa luminosa en la que había recalado. Se compró una moto, una más para su colección, y se dedicó a recorrer los pueblos pintorescos de la zona. La moto la enviaría más adelante, como había hecho otras veces, a Richmond, a casa de sus padres.
Una tarde de julio, dando un paseo, se encontró con un espectáculo increíble: decenas de barcos engalanados, en uno de los cuales iba la imagen de una Virgen, navegaban serenamente, cerca de la orilla, en el mar violeta del atardecer. La gente, abarrotada en la playa y en el paso marítimo, reía, rezaba, lloraba de emoción, cantaba. Y allí, entre los vítores del gentío, la música de la banda municipal y las canciones de los coros, Johny se topó con la chica más guapa que había visto en su vida, Amparo. Fue un flechazo. Se las arregló para conocerla y ya nada pudo separarlo de ella, de su belleza, de su vitalidad y de su alegría de vivir.
Cuando se conocieron Johny solo chapurreaba algo de español. A Amparo le enamoraba aquel chapurreo, aquel hombretón rubio y culto con la cara llena de pecas infantiles y un hablar tan deficiente. Le enamoraba aquel contraste.«Por favor no aprendas nunca a hablar bien español”. Amparo llegó incluso a enseñarle mal los verbos irregulares para que mantuviera su nivel, “tú mala, mala« le decía él atrapándola entre sus brazos y haciéndole cosquillas. Ella se partía de risa.
Y así pasaron los años como dos gatitos inocentes jugando en una cesta.Y así criaron a su niña, Virginia del Carmen, entre risas y caricias. Él seguía escribiendo sus libros y sus artículos y viajando a veces por trabajo o a ver a su familia.
La familia de Johny vivía en Richmond, capital del estado de Virginia. Eran muy simpáticos, pero Amparo apenas los había tratado. La distancia era larga y la comunicación difícil: ni ellos hablaban español ni ella inglés.
Su hija, Virginia, estudió en Richmond. Allí se casó, allí tuvo a sus mellizos y allí trabajaba en la empresa del abuelo.
Pero la vida de Amparo y Johny siempre estuvo en aquel bendito pueblo del Mediterráneo. Una vida sencilla y cómoda junto al mar. Así fue su realidad desde los veinte a los cincuenta años, en que aquella maldita curva lo quebró todo.
Hoy, a sus setenta años, Amparo piensa a veces si aquel pasado no había sido más que un sueño.
¿Existió un Johny que la colmó de amor y felicidad durante años?
¿Fue ella una joven bella y llena de fuerza?
¿Qué había sido de todo aquello?

LA CURVA (16 de julio 2005)
Aquel lejano sábado decidieron, como tantas veces, ir a comer a Grazalema, dos horas largas del camino más bonito que pueda imaginar un motero. Curvas cerradas remontando la espesura del bosque de pinsapos y la promesa de una suculenta comida. Hoy tenían un aliciente añadido, hacía exactamente 30 años que se conocieron en la procesión de la Virgen del Carmen.
Amparo y Johny dudaron entre la Bultaco Sherpa y la Honda TRXV750 África TWIN, una maravilla para todos los terrenos. Optaron por la Honda, tenían ganas de darle caña. Otras veces, con más ánimo de disfrutar el paisaje, se habían llevado la Norton, una belleza, un clásico que ya se había dejado de fabricar. Atesoraban en su garaje doce motos, algunas de campo otras de carretera, que aquel loco maravilloso limpiaba y restauraba durante horas como si le fuera la vida en ello. ¡Cuántos kilómetros habían hecho juntos cabalgando aquellas joyas, aquellos caballos de acero! A veces salían en pandilla con sus colegas, ya cincuentones, como ellos y, como ellos, expertos moteros.
Aquel día iban solos. Disfrutaban las curvas como chiquillos, tumbando la moto a hasta casi tocar el suelo. Johny sentía el abrazo de Amparo a través de la ligera camiseta. Hacía calor, no llevaba casco. Amparo iba descalza con las cuñas de esparto colgadas del cuello. “Algún día me voy a dejar el dedo gordo en la carretera”. Fue su último pensamiento. De pronto un corzo salió de la arboleda y la moto saltó por el aire. Ya está, todo en un segundo.
Cuando abrió los ojos en el hospital, Amparo tardó en entender que había estado dos meses en coma, que los médicos no tenían claro si podría andar… y que nunca más volvería a abrazar a Johny.
Quiso morirse. Y casi lo consigue.
Le dieron el alta en unos meses y estuvo un año sin salir de casa, sin hablar con nadie y sin querer que le preguntaran por su dolor. Escuchando una y otra vez la canción de Alejandro Sanz
Algunas sirenas lejanas
Resuenan en la noche, olvidadas
Veloz caballo de acero
Tu gasolina, mi sangre y su cuerpo
Se mezclaron en el suelo
El gris de la carretera
Dibujando su melena
Y la luz se le apagó
Woah,hey
Y su voz se le apagó
No-oh-oh

SALIENDO DEL TUNEL (2007)
Poco a poco empezó a recuperarse, a salir del túnel… y a tomar conciencia de que lo único que había hecho en su vida era cuidar de su marido y de su hija. Johny se había ido, su hija estaba muy lejos y ella tenía más de cincuenta años.
Se había casado muy joven, sin terminar siquiera la carrera. Apenas había tenido vida antes de Johny, él había sido el centro de su existencia. ¿Qué iba a hacer ahora, qué sentido tenían sus días y sus largas noches? Se encontraba perdida, sin rumbo ni brújula. Gozaba de una cómoda posición económica, por lo menos de eso no tenía que preocuparse. Pero tenía que buscar un motivo para levantarse por las mañanas y obligarse a salir a la calle. Esa era la cuestión.
Algunas de sus amigas tenían pequeños comercios: Carmen, la mercería, Juana, el estanco, Guadalupe, la tienda de iluminación, Pepa, el Todo a Cien, Lina y Margot, las tiendas de ropa… y Milagros, su prima, una Administración de Lotería. Ella, sin embargo, se había centrado en su familia, absorbida y abducida, sin pensar que aquella armonía podía de pronto saltar por los aires.
Un día estaba con Milagros sentada en una terraza y se les acercó un hombre vendiendo lotería. A Amparo se le iluminó la cara y miró a su prima con ojos suplicantes. Milagros comprendió enseguida:
-Yo no te veo, Amparo, y no te hace falta.
-¡Y dale con que no me hace falta¡
Amparo insistió con todos sus argumentos y Milagros se dejó convencer:
-Bueno, pues vamos a hablar con el alcalde porque esto tiene su trámite.
Amparo se preparó y consiguió los permisos requeridos, llegó a un acuerdo con su prima Milagros… y se convirtió en la lotera ambulante más agradecida y más simpática de toda la costa. Se convirtió en un icono de aquel pueblo costero.
Su historia era el pasado.
Su Johny, siempre en su corazón.
Sus nietos, americanos.
Su hija, mitad y mitad.
Pero ella estaba aquí.
El aire salado de su playa le entraba limpio y revitalizante hasta los pulmones y los colores del Mediterráneo le llenaban los ojos.
¡Hasta cuando Dios quiera, compañero!
Concha Cobreros es empresaria, publicista y periodista.