«Hemos humanizado la crítica, no insultamos, no tenemos enfrentamientos con artistas, sabemos utilizar el lenguaje para decir que algo está mal sin llamar a nadie ‘abrazafarolas’, como alguna vez leí. Somos respetuosas y también duras, cuando hay que serlo.«
Por Marta Carrasco.
El título de este artículo es lo que me dijeron una noche en el Festival de la Mistela de Los Palacios allá por los años 80, cuando yo, atrevida y voraz periodista, bebía los vientos por aprender cuanto pudiera de flamenco.
Un más aún atrevido y maravilloso periodista, Javier Smith, director de un periódico ya desaparecido, Nueva Andalucía, me había encargado hacer una serie de entrevistas sobre la Llave de Oro del Cante, entonces en boca de todos. En aquel momento no teníamos el vértigo de correr para meter las cosas en Internet, así que me quise documentar, y durante buena parte del mes de julio, antes de comenzar la famosa serie, visité un buen número de festivales de flamenco acompañada de mi amigo Emilio Jiménez Díaz, entonces crítico de la cadena Cope.
Pero como siempre he tenido algún buen cuidador en el destino, quiso éste que una noche tuviera que hacer de chóferesa de José Luis Ortiz Nuevo para ir al festival de Marchena. ‘Niña, para en la Cruzcampo que recogemos a alguien que se viene también». Mi Panda, José Luis y yo paramos en la Cruzcampo y se subió a mi coche Antonio Mairena.
Ese verano hice mi máster del flamenco, un máster impagable, llevando a Antonio Mairena y a José Luis Ortiz por todos los festivales de la provincia de Sevilla y aledaños. El coche se convirtió en un aula donde tomé clases sobre los palos, historia del cante, y porqué no decirlo, también esuché cientos de anécdotas, algunas incontables, del mundo del flamenco.
El flamenco nunca había formado parte de mi educación sentimental. De familia andaluza, Córdoba y Sevilla, siempre había vivido fuera de Sevilla hasta que cumplí los 20 y regresé. Y…, descubrí el flamenco.
Se preguntarán si hice la serie de la Llave de Oro. Sí, entrevisté a Antonio Mairena, Fosforito, Menese, Turronero, Rancapino, Miguel Vargas, El Arenero, Beni de Cádiz, una jovencísima Carmen Linares…, y muchos más.
Con el tiempo el flamenco se quedó en mi, no pude evitarlo, y un día, pasados casi quince años, me atreví a escribir de flamenco. Lo hice siendo consciente de que como periodista podía dar otro enfoque a mi crítica, y porque creía que, aunque nunca se acaba de aprender, ya podía opinar.
Atrás quedaban años de festivales; de oir comentarios como…¡qué hace esa niña al lado del crítico!, cuando la que escribía la crónica, que no crítica del festival, era yo; de pagarme la entrada de algún festival porque no se creían que no quería colarme e iba a trabajar…, y de evitar también algunos malos comentarios de personas…, que siempre hay con intenciones confundidas. Debo decir que hubo algunos que me apoyaron y ampararon siempre desde el principio con un respeto inmenso: Antonio Pulpón, José Luis Ortiz Nuevo, Manuel Herrera, y el propio Antonio Mairena.
Pasados los años, somos muchas más las mujeres que nos hemos incorporado a la crítica flamenca sin rubor, porque no hay que tenerlo. En un coto tan vedado a la mujer como el fútbol en los deportes, ya no somos una aparición curiosa, sino habituales y con naturalidad.
Hemos conseguido, no sólo que se nos respete y se nos tenga en cuenta, como mujeres, –ya no somos las acompañantes de ellos–, sino que estamos por derecho propio. Eso sí, como en tantos otros actos formales de la vida, la invitación cuando llega, lo hace a modo individual, y a ellos siempre…. ‘y señora’.
Así las cosas, hay algo que sí hemos hecho las mujeres en la crítica flamenca: queremos hablar de lo que pasa en el escenario, no pretendemos, al menos las más, siempre habrá alguna excepción, hacernos famosas por ser ácidas críticas de flamenco, sino por nuestro buen hacer. No necesitamos la crítica para ser quienes somos, porque además, se da la circunstancia, de que la mayoría de las que ejercemos la crítica de flamenco somos periodistas, no venimos del mundo externo de los medios de comunicación, y eso es una diferencia muy grande. No necesitamos la crítica flamenca para ser visibles, lo somos por nuestro oficio. Y ya está.
Hemos humanizado la crítica, no insultamos, no tenemos enfrentamientos con artistas, sabemos utilizar el lenguaje para decir que algo está mal sin llamar a nadie ‘abrazafarolas’, como alguna vez leí. Somos respetuosas y también duras, cuando hay que serlo.
La mujer ha llegado a la crítica del flamenco, como en tantos otros campos de nuestra sociedad, para quedarse, y lo ha hecho desde el conocimiento y la seguridad, eso sí, habiéndole echado por el camino muchísima paciencia.