«UN BOLSO VIEJO»
Por Concha Cobreros
Cada vez que entraba en el vestidor se me hacía patente su presencia. Llevaba allí años, colgado en la percha de detrás de la puerta de la que pendían, desordenadamente, bolsas de playa, mochilas de gimnasio y otros enseres de poco uso.
Era un bolso étnico grande y bonito. Estilo apache, diría yo. Un poco extravagante,
para mis gustos minimalistas, lleno de flecos larguísimos, varias trenzas, un medallón
de colorines hecho de pequeñas cuentas, ocho plumas verdes, rojas, azules y
blancas…muy llamativo. Y un poco pesado, la verdad. Tal vez, también por eso, se
quedó sin uso.
Estaba impecable, quizás sin estrenar. Seguramente fue el resultado de un capricho
momentáneo.
El caso es que lo dejé en su sitio, pero cada vez que pasaba por el vestidor donde
llevaba tantos años olvidado, me llamaba. Y finalmente empezó a insultarme y
hacerme reproches.
-«Me has arruinado la vida, me decía. Yo estaba llamado a ser un bolso exitoso y viajero. Habría sido el complemento perfecto de alguien especial, alguien
atrevido, con personalidad y fuerza. No como tú, tan correctita, tan comme il
faut. ¿Por qué me sacaste del escaparate de la tienda donde yo esperaba a mi
compañero de vida? A esa persona que me habría valorado, que habría estado
orgullosa de mí».
«Yo no soy un bolso cualquiera, ¿sabes?, soy un bolso especial para alguien
especial. Alguien a quien yo habría acompañado en momentos destacados de
su vida, habríamos ido juntos a la universidad, a los bares, a la biblioteca, a la
disco también, al Corte Inglés… Me habría adaptado a su ropa de invierno o de
primavera. Habríamos envejecido juntos».
«Y sin embargo, aquí me tienes: joven y terso como si fuera de esta temporada
pero con más años que Matusalén. La de cosas y vivencias que me habré
perdido. ¿Porqué no me tiras a la basura? Ahora creo que se dice reciclar, lo he
oído en la radio que, como le pones el volumen tan alto… te debes de estar
quedando sorda.»
Salí del vestidor asustada, dando un portazo. ¿Me estaba volviendo loca?.
-Los bolsos no hablan, dije sin darme cuenta en voz alta.
-«Yo sí, me contestó el impertinente. Te he dicho que soy un bolso especial.«
–Si, como el de Mary Poppins, no?
-«Me gusta más el Birkin de Hermes».
-Pretencioso, le dije. ¿Tú sabes cuando vale un Birkin bag de Hermés?
-Más de lo que tú puedes permitirte, seguro.
-Por supuesto, le dije, por eso me conformo con bolsos como tú.
-¡A los que luego no sacas!
-¡Bueno, ya está bien!
Y me fui otra vez dando un portazo. Todas las mochilas, bolsas de playa y demás
colegas del impertinente que colgaban de la percha trasera de la puerta del vestidor,
se resintieron y empezaron a protestar.
-¡Que bruta!, vaya modales!
Decididamente, yo me estaba volviendo loca. Tenía que quitarme al dichoso bolso de
la cabeza. Lo mejor era no entrar al vestidor en una temporada. Pero claro… había
cosas que iba a necesitar.
Pasé varios días con los mismos zapatos y cogiendo la ropa limpia de la secadora. Pero
al final tuve que claudicar.
Pensé donde estaba exactamente en el vestidor lo que quería ponerme, con idea de
hacer una maniobra rápida. Todo inútil. El impertinente de lengua afilada dormía con
un ojo abierto.
-¡Ehhhh, que sigo aquí!
Tiré la toalla, me rendí y me decidí a sacarlo de paseo. Me puse unos vaqueros blancos
y una camiseta también blanca. Ya he dicho que soy minimalista. En el espejo, mi bolso
apache de plumas, trenzas, flecos y cuentas de colores me pareció más recargado que
un árbol de Navidad. Bueno, allá vamos. Y salimos a la calle.
Nos fuimos andando hasta la terraza donde había quedado con mis amigas. Por el
camino, nos eché un vistazo a ambos en un enorme cristal oscuro que pillamos al
paso. Mi bolso iba feliz, moviendo airosamente sus flecos. Y empezó a caerme
simpático.
La calle era su sitio y no un oscuro vestidor. La gente lo miraba sonriente y volvía la cara para observarlo. Y yo, hasta ese momento un poco encogida y avergonzada,empecé a estirarme y a poner mi mejor postura, recordando la primera lección de mi maestra de yoga: “que sonría tu clavícula”.
Y así, con mi clavícula, mi bolso y yo sonriendo llegamos a la terraza, dónde mi bolso apache triunfó absolutamente.
Mi bolso ha sido muy dichoso, nunca me ha reprochado mis prejuicios ni sus años de
cautiverio.
Desde entonces no me separo de él. Se ha convertido en mi prenda fetiche.
Concha Cobreros es empresaria, publicita y periodista.
Ilustración de portada: María del Mar Domínguez González